Yo no tengo duda alguna de las vastas cualidades que distinguen a los principales “jerarcos” del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdoba y Ciro Murayama. Con ellos se pueden tener las mayores discrepancias, pero no es posible ignorar que ambos son personas con preparación y conocimientos suficientes que los dotan, con creces, para el correcto ejercicio de la autoridad que conlleva el encargo republicano que les ha sido encomendado. Pues del tamaño de esa convicción es el asombro que me provocan los criterios en los que sustentan el ejercicio de sus funciones y, no se diga, los comportamientos asumidos en repetidas ocasiones y que involucran valores que están muy por encima de cualquier encomienda gubernamental, por honrosa que sea.
Conocí con anticipación, porque fue pública, la posibilidad de que Lorenzo fuera el beneficiario del “criterio de oportunidad” con que el presidente Peña Nieto podría distinguirlo. La verdad, esa moneda en el aire me entusiasmó. Si mi candidato vitalicio a presidir ese importante organismo, pese a ser el más indicado por sus conocimientos y probidad, no tenía posibilidad alguna, no me cabía la menor duda: era para mí la mejor opción. En los primeros días de su nombramiento tuve la oportunidad de estar en una plática celebrada en casa de un amigo común. Allí, el recién ungido nos contó en confianza (que no rompo ahora porque con el tiempo prescribió la confidencialidad), que en su primera plática con el mero mero mandatario, éste le expresó su intención de nombrar a una persona como secretario ejecutivo del INE. Según la confidencia de aquel día, la irreductibilidad de ambas posiciones llegó al grado de llevarlo al extremo de hacerle saber que, si no le era permitido ratificar a Edmundo Jacobo Molina, prefería abdicar al cargo que, si mal no recuerdo, aún no terminaba de arribar. Solamente así, con esa radical postura, fue posible que el presidente cediera, aunque obviamente, de nada buena gana.
Cuando el cronista se retiró no pude menos que decirle a mi amigo: Jorge, tú sabes que mi voto por ti es tan permanente como inútil, pero estaremos de acuerdo que Lorenzo es un tipo estupendo: inteligente, preparado y, además, portador de un ADN que lo mandata a un actuar honorable y progresista. Gracias a ese round, Edmundo permanece de factótum INEsco (Factótum: “persona de toda la confianza de otra y que, en su nombre, despacha sus principales negocios”. Y eso sí, cuando a un factótum le pierden la confianza, ni consulta se necesita). De Ciro sé poco, pero un amigo que quiero y extraño, el doctor Emilio Caballero, se expresó muy favorablemente en alguna ocasión. Esa era la opinión que sobre él yo tenía.
Entonces, vargasllosescamente hablando, ¿en qué momento se perdió el Perú, Zavalita? Me atrevo a una titubeante hipótesis: no fueron concepciones ideológicas encontradas ni tampoco el enfrentamiento de diversas estrategias para acelerar el proceso democrático nacional. No fueron proyectos divergentes en torno a las vías idóneas para aprovechar nuestros recursos naturales y dar a la inteligencia, preparación creciente y habilidades innatas de los nacionales, las oportunidades ciertas de que su trabajo cotidiano les garantizaría la calidad de vida que ellos y sus familias merecen. Bueno, para nuestra fortuna, tampoco existieron los motivos religiosos que suelen ser los más generadores de odios, rencores, graves escarnios y masivos exterminios, pero eso sí, justificados siempre como nobles, generosas ofrendas, sacrificios ofrecidos a las deidades de cada fundamentalismo participante, todos bajo la vergonzosa consigna compartida de “ Ad Maiorem Dei Gloriam.” ¡Claro cada quien su Dei!
Pero basta de elucubraciones. Confieso mi supuesto. Pienso que el presidente López Obrador por esta vez se equivocó rotundamente. Cuando presidente electo conoció la cuantía y distribución de las nóminas oficiales, seguramente sufrió un soponcio. En ese preciso momento decidió poner fin a ese inconcebible despropósito en un país sumido no sólo en la miseria, sino en la más vergonzante de las desigualdades. Pero por esta vez erró el cálculo: supuso que predicar con el ejemplo era suficiente, pero no. Dentro del estrato de los salarios mínimos tenía más posibilidades de encontrar una respuesta solidaria que en el territorio de jauja, en el que habitan los seres del privilegio, de la rapiña y la impunidad. En el Instituto Electoral sintieron el golpe al centro de los bolsillos del pantalón o, puede que me equivoque, para ellos es más doloroso lo que en sus faltriqueras acontezca. Su instantánea reacción de rechazo a la propuesta presidencial de intentar “vivir en la honrosa medianía” los exhibió ante la opinión pública nacional y ahora, ya no son el bocatto di cardinale que provoque a los partidos políticos, carentes de militantes capaces de convertirse en candidatos, a ofrecerles en bandeja de litio, la posibilidad de cambiar una presidencia por otra. La próxima semana insistiremos en que la propaganda realizada por el INE para convocar a los ciudadanos a participar en la consulta está totalmente sesgada, ¿cómo está eso de que “El ejercicio de revocación de mandato va y va muy bien”? ¿Acaso la consulta incluye exclusivamente la revocación o abre iguales posibilidades para la ratificación? Así como hay crímenes de odio, también hay convocatorias con este trasfondo.
Y para terminar una buena, muy buena: lo que no hizo el juez federal Gustavo Aquiles lo enmendó el Consejo Técnico de la Facultad de Derecho de la UNAM: destituyó a Eduardo López Betancourt de sus actividades docentes y también como miembro de él, con lo cual automáticamente deja de fungir como presidente del Tribunal Universitario.
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