Cada nuevo año es más caluroso que el anterior. Según datos de los especialistas, el número de días que registran calor extremo se duplicó las últimas cuatro décadas. En algunos casos llega a 50 grados Celsius. Entre 1980 y 2009 las temperaturas superaron 50° C durante unos 14 días al año, de media. Pero llegó a 26 días entre 2010 y 2019 y se incrementó en el bienio 2020-21. Dicho aumento se observa en más áreas del planeta, causando severos problemas de salud y dotación de agua, en especial a las comunidades agrarias. De igual manera impactan severamente las actividades agrícolas y a la biodiversidad del planeta.
El agua es fundamental para el desarrollo humano y sus actividades económicas, en especial para la producción de alimentos. Para la conservación de la flora y la fauna, la generación de energía, la salud. En resumen, la supervivencia de los seres humanos. Por el cambio climático, el agua es ya parte esencial y expresión muy clara del vínculo que existe entre la sociedad y el medio ambiente.
Como la población mundial ha crecido aceleradamente (8 mil 400 millones de personas), hay una gran competencia por disponer de agua. En este escenario aparecen las demandas de la industria, el comercio y la agricultura, y, por el otro lado, la necesidad de que la población disponga de suficiente líquido y de buena calidad para cubrir sus necesidades prioritarias, además, evitar numerosas enfermedades, elevar los niveles de educación y productividad de miles de millones de seres humanos.
El problema es muy grave: más de 2 mil 200 millones de personas no tienen garantizado el servicio de agua potable. Por eso cada año mueren por enfermedades diarréicas 300 mil niños menores de cinco años. En tanto, 4 mil 200 millones no disponen de servicios de saneamiento, como alcantarillado, mientras 80 por ciento de las aguas negras de los centros de población y las provenientes de la industria no reciben tratamiento alguno. Por eso no pueden reutilizarse en diversas actividades y se convierten en foco de contaminación de ríos, mantos freáticos y el mar. Cerremos la lista de malas noticias con la de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que cifra en 2 mil millones las personas atendidas en centros de salud que no disponen de dicho servicio.
Aunque Naciones Unidas y muchos gobiernos reconocen en sus leyes el derecho de todos sus habitantes a contar con acceso adecuado y suficiente al agua para uso doméstico y personal (mínimo entre 50 y 100 litros por persona y día), la realidad es muy diferente. Y en el caso de México, de suma gravedad.
Si bien el país dispone de unas 300 cuencas hidrográficas y se beneficia de la abundante agua que traen las tormentas tropicales y los huracanes, aumenta la falta de líquido especialmente para cubrir las necesiades básicas de la población. Por décadas, se dio preferencia y el control del líquido a las actividades económicas por medio de concesiones en su mayoría nada claras y fruto de la corrupción.
Hoy se pagan los efectos de no tener una Ley General de Aguas que ponga a la gente como primer beneficiario del líquido, como se asienta en la Constitución. Lleva lustros durmiendo en el Congreso de la Unión el proyecto que termine con la desigualdad y el mal uso que impera en torno a tan vital recurso. Mientras, se registra una baja considerable en el nivel de almacenamiento de las obras construidas para tal fin.
El bajísimo nivel de las que abastecen del líquido a Monterrey y su zona metropolitana prendieron las alarmas de autoridades y usuarios de ese emporio industrial. Pero también disminuyen los almaceniamientos en la Ciudad de México y las urbes que la rodean; en Guadalajara, Puebla, León, Oaxaca, las ciudades fronterizas. La lista crece con la llegada de la temporada de secas y ningún asentamiento humano puede ufanarse de no tener carencias.
Se sabe que la inmensa mayoría de las ciudades pierden líquido en las redes de conducción; que ninguna trata sus aguas residuales y los mantos freáticos se abaten cada año, mientras la industria embotelladora es próspero negocio trasnacional. Las propuestas del Ejecutivo federal y los legisladores chocan con el poder de los grandes intereses económicos y la falta de una cultura del agua entre la población que la desperdicia. Y en tanto, aumentan los conflictos por el vital elemento en el agro. Ni duda: vamos de mal en peor.