Hay un país que invade a otros y mata a civiles en violación del derecho internacional y ha declarado repetidamente que usará toda su fuerza militar, incluido su armamento nuclear que está modernizando, para defender sus intereses de seguridad nacional.
Ha sido denunciado repetidamente por interferir en los asuntos político-electorales de varios países, incluso los de su principal contrincante.
Es un país que militarizó fronteras y considera como amenaza a países en su región que no se subordinan a su visión geopolítica. Sus políticas causan desplazamientos y éxodos de migrantes y refugiados, los cuales ahora mismo están buscando desesperadamente cruzar fronteras.
En el pasado sus fuerzas armadas se vieron obligadas a retirarse rápidamente de Afganistán, mientras en casa padeció crisis económicas, fraudes masivos y el deterioro de los derechos y las libertades civiles.
Es un país con una cúpula política que es cómplice de algunos de los oligarcas más ricos del mundo y de gobernantes antidemocráticos de varias naciones aliadas.
Ha sido denunciado por perseguir a periodistas, disidentes y ex oficiales que no son leales a su cúpula a veces declarándolos “enemigos del pueblo”.
Ese país mantiene un sistema carcelario masivo que ha sido repetidamente criticado por su brutalidad, incluso en el trato de presos políticos.
Aparentemente por su gran paranoia, ha espiado masivamente a toda su población.
Ha sido acusado de violaciones severas de derechos humanos dentro de su propio país como en el extranjero, ha financiado y armado a regímenes aliados y hasta ordenado asesinatos en varias partes del mundo.
Es un país donde se suprime la participación libre en la política, cuyas fuerzas de seguridad pública se han militarizado y han sido empleadas en repetidas represiones de movimientos civiles.
Y resulta que ese mismo país se atreve a pedir cuentas a otro.
“Estamos viendo reportes muy creíbles de ataques deliberados contra civiles, lo cual constituye un crimen de guerra”, declaró el secretario de Estado Tony Blinken en CNN. Invadir un país es un crimen de guerra, confirmó la ex canciller Condoleezza Rice. Joe Biden denuncia que Rusia ha librado una guerra “totalmente no provocada”. Todos ellos han de saber. Hicieron todos lo mismo en el caso de Irak e Afganistán, entre otros.
En la llamada “guerra contra el terror” librada en esos países, así como en Siria, Pakistán y Yemen, han muerto por causas directas del conflicto por lo menos 900 mil personas –casi 400 mil de ellas civiles– y los efectos indirectos de esas guerras han cobrado múltiples muertes más; o sea, millones. (https://watson.brown.edu/costsofwar/figures/2021/WarDeathToll ).
Estados Unidos ha empleado sus fuerzas armadas en el extranjero cientos de veces durante los últimos dos siglos (para ver la lista completa: https://sgp.fas.org/crs/natsec/R42738.pdf), además de decenas de instancias de intervenciones clandestinas. Entre 1898 y 1994 Washington intervino exitosamente para cambiar regímenes en América Latina por lo menos 41 veces; en promedio una intervención cada 28 meses durante todo un siglo (https://revista.drclas.harvard.edu/united-states-interventions/).
Biden afirmó que “el mundo libre le pide cuentas” a Putin. Pero los gobernantes estadunidenses aún no rinden cuentas por sus invasiones e intervenciones ni por violar los derechos y libertades civiles dentro de su país, ni por dejar a Estados Unidos en una situación en la cual “la sobrevivencia de nuestra democracia depende de si nos unimos para frenar una oligarquía creciente”, como alerta el senador Bernie Sanders.
Toda guerra, intervención y violación de derechos humanos, incluida la librada por Rusia, debe y tiene que ser condenada.
Estados Unidos dice desear ser líder mundial a través de su ejemplo. Tal vez podría empezar con autoimponerse sanciones por su responsabilidad en crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos –y hasta incautar yates de sus propios oligarcas– o por lo menos, mínimo, no presentarse como juez sin verse primero en un espejo.
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