Incumplir el reglamento de competencia de la Federación Mexicana de Futbol por falta de liquidez, como sucedió en el Clausura 2020 a los Tiburones Rojos del Veracruz, fue causal de desafiliación, pero el que se descuiden los protocolos de seguridad y surja una gresca monumental que tiene en riesgo de perder la vida a algunos aficionados, no... no es para tanto. El club Querétaro y su directiva respiran, pese a que se hable con insistencia de sanciones ejemplares.
Inspirado en el conflicto entre Rusia y Ucrania, una vez que el mundo del deporte se despojó de su investidura de imparcialidad y sancionó a los atletas rusos y bielorrusos, Mikel Arriola propuso como grito del mes en la Liga Mx: “¡paz!”, en esas andaba cuando el sábado estalló una épica batalla campal en el estadio La Corregidora, de Querétaro, que envolvió en el lodo al futbol mexicano. Una rayita más al tigre, otra vergüenza a nivel internacional que se suma al grito “eh puto”.
El choque Gallos Blancos-Atlas tenía todos los antecedentes para ser considerado de alto riesgo, pese a lo cual hubo un endeble despliegue de vigilancia... El protocolo falló del todo, las juntas previas entre líderes de barras y autoridades civiles y del coso dieron trato normal; es decir, con seguridad mínima. Además, es tarea del equipo local reforzar la seguridad privada al interior y, sobre todo, la ubicación en las gradas de los grupos antagónicos, que en tan lamentable ocasión estuvieron muy próximos.
Invasión de cancha, familias aterra-das con niños corriendo para ponerse a resguardo, hordas de jóvenes en amenazante y desquiciada avanzada, cuerpos desnudos, inertes, recibiendo patadas. El saldo habla de 26 heridos, algunos con traumatismo craneoencefálico en diversos grados, lesiones en rostro y ojos, cuerpos con hemorragias internas. Tres de los lesionados están graves y se teme por su vida, por más que con aire de alivio las autoridades civiles machaquen: “No hubo muertos”.
La Liga Mx ha rehusado una y otra vez desactivar a las llamadas “barras de animación”, que en muchos casos son auténtico refugio de malvivientes o la válvula de escape para jóvenes marginados; una bomba de tiempo que explota con los ingredientes de la pasión, de enervantes como el consumo de alcohol que se expende en los estadios, y de rivalidades acendradas. Los clubes han tejido alianzas con esos sectores, a los que de forma disimulada facilitan boletos y hasta viajes, aunque nunca lo admiten.
El bochornoso suceso da la coyuntura exacta para desvincularse de forma clara y tajante de las barras, pero mientras se habla de fuertes castigos, apenas se contentaron con desempolvar la prohibición aplicada en 2017, que impedía a las barras acompañar a sus equipos en condición de visitantes. El detonante de esa normativa fue la bronca ocurrida en el estadio Luis Pirata Fuente entre fanáticos del Veracruz y la Libres y Lokos.
Afectado por los sucesos, el entonces directivo Enrique Bonilla aseguró que esos grupos de animación “nada aportan al futbol, deberían desaparecer; buscaremos que nuestro espectáculo sea cien por ciento familiar”. Esta vez, de nuevo sensibilizados por crudas y brutales imágenes que han dado la vuelta al mundo, el titular de la Primera División anunció un alto al balón en todas las canchas y circuitos, Liga Mx, Femenil y de Expansión, así como una asamblea de dueños urgente para este martes.
Las posibilidades de albergar la inauguración de un tercer Mundial pueden estar firmes, pero se empañan de nuevo. El balompié organizado de México refleja al exterior incapacidad total para controlar a una afición que está resultando demasiado problemática. Esta vez la mácula recae sobre La Corregidora, inmueble mundialista en 1986... Y si en la cancha reinó la confusión, en las rutas cibernéticas fue el caos, la cifra “de muertos” varió de forma incesante y predomina la idea de que las autoridades ocultan datos reales. Infaltable el derroche de humor, aunque negro, siempre capaz de arrancar una sonrisa.