Las dos mujeres dejan atrás los laboratorios “Salus” y se dirigen a la avenida donde, pese a lo temprano de la hora, el tráfico es intenso y en las bocacalles empiezan a aparecer hombres y mujeres que, mediante pancartas, piden trabajo a cambio de comida o ayuda económica.
María Nieves: –¿Cómo me reconociste?
Sandra: –Estaba saliendo de que me tomaran una radiografía cuando oí que una señorita te llamó a la ventanilla dos. Enseguida pensé en acercarme a saludarte.
María Nieves: –No sabes el gusto que me dio verte, ni te imaginas la falta que me has hecho. Mil veces he querido llamarte pero luego me siento muy mal y como no quiero contagiarte de mi depresión, lo dejo para mañana y así se me van pasando los días sin que me dé cuenta.
Sandra: –¿Te pasa algo?
María Nieves: –Mejor pregúntame ¿qué no me sucede? (Se detiene.) ¿Tendrás un minutito para que nos tomemos un café? Así platicamos.
Sandra: –Sí, claro: ahorita estoy trabajado nada más dos días a la semana. Hoy me tocó descanso.
María Nieves: –¿Por qué? Me dijiste que la fábrica iba bien.
Sandra: –Tú lo has dicho: iba. Pero como a los niños ya sólo les interesan los celulares y los juegos electrónicos, bajó mucho el diseño y la producción de juguetes. (Retrocede unos pasos y observa a su amiga.) Te veo muy bien.
María Nieves: –¿Se te hace? Yo me siento fatal.
II
Ya en el interior de una cafetería instalada en los bajos de un edificio ruinoso, las dos amigas continúan su conversación.
Sandra: –¿Viniste al laboratorio porque estás enferma?
María Nieves: –Yo no, la que anda pésimo es mi mamá. A cada rato le sube el azúcar, se marea, teme quedarse ciega, que le amputen un pie... Le aseguro que eso no va a suceder porque su médico la tiene muy bien controlada, pero ella de todas maneras está muy nerviosa y llora por todo. Ahora vive obsesionada con la guerra. No sé qué se imagina. Tiene mucho miedo...
Sandra: --¿Quién no?
María Nieves: –... Para tranquilizarla le digo que no se preocupe tanto, que la guerra está sucediendo a miles de kilómetros de aquí.
Lo entiende, pero sigue llorando por tantísima gente que vive en peligro constante, que ha tenido que huir de su tierra sin saber a dónde irá, que se ha visto precisada a salirse de sus casas y a caminar entre escombros y cadáveres, a desprenderse de todo lo que fue su vida. Algo que la aflige muchísimo son los niños que se ven separados de sus padres.
Sandra: –Sólo de imaginar cómo se sentirán esa criaturas al verse solas también me dan ganas de llorar.
María Nieves: –La otra noche vimos en la tele, entre los emigrantes que esperaban salir de Ucrania, a una pareja que, en una estación de tren, se despedía desolada mientras sus dos hijitas se abrazaban a ellos, llorando, suplicando tal vez “papá: no nos dejes, no te vayas”. Te juro que ya con eso menos pude dormir.
Sandra: –Viste sólo una familia, pero imagínate cuántas más habrán vivido o estarán pasando por la misma situación. Son cosas que, como tú dices, están ocurriendo a miles de kilómetros, pero es difícil ignorarlas y creo que a todos nos duelen. Definitivamente, no hay guerras lejanas. (Pone la mano en el brazo de su amiga.) Oye, creo que en vez de ayudarte, te estoy poniendo más triste.
María Nieves: –No eres tú, es la vida. ¡Qué años, por Dios, qué años! Primero, la pandemia; ahora, la guerra. ¿Cuándo pasará todo esto?
Sandra: –Nadie lo sabe, pero de todas formas, sea como sea, ya nada volverá a ser igual y lo peor es que no sabemos qué más venga. Por lo pronto, tenemos que seguir.
III
Sandra: (Aguarda a que la mesera tome la orden y se aleje, para seguir la conversación.) –Bueno, ahora sí, cuéntame qué te pasa.
María Nieves: –No sé. De repente me desespero, me siento atrapada, como si otra vez estuviera sucediendo el accidente en la carretera. Desde entonces duermo mal y sufro pesadillas. La otra noche me soñé frente a la cama de mi madre, ya moribunda, y que ella me decía: “No seas tonta, Mani, no llores por mí, mejor vive por lo que ya no podré vivir.”
Sandra: –¿Y por qué habrás soñado eso?
María Nieves: –Porque la veo mal. Le dio covid, gracias a Dios muy leve, pero desde entonces la siento cada vez más desmejorada. Lo único bueno de tener menos trabajo es que puedo cuidarla y hablar más con ella. Ayer estábamos comiendo y de repente me preguntó si sería capaz de enviarla a un asilo. Lo dijo pálida, temblando.
Sandra: –¿Y qué le contestaste?
María Nieves: –Pues que claro que no, ¡cómo se le ocurre! Ya con eso se olvidó del tema, pero en la noche volvió con lo mismo. Hace cosas raras, extraña a mi padre, habla mucho con él. (Se enjuga discretamente las lágrimas.) Ay, no sé para qué te cuento estas cosas si sé que nada más te preocupo. Perdóname por ser tan egoísta.
Sandra: –Escúchame: por favor no vuelvas a decir eso. Hemos sido amigas durante años, tus problemas me interesan porque también son los míos. Recuerda lo que tú misma dices: no hay guerras lejanas. Ven, acércate, déjame darte un abrazo.