En el lejano tiempo de mi infancia, me entusiasmaba viendo películas donde aparecía el actor Errol Flynn, famoso por sus acrobacias y su éxito como galán. Además, aunque era de origen australiano, era uno de los prototipos del héroe estadunidense y por ello en una ocasión interpretó al sanguinario general Custer, exterminador de indios y que aún es un modelo a seguir por los supremacistas blancos en Estados Unidos. Flynn representaba el sueño americano, incluso interpretó varios papeles antinazis. Pero, ¡sorpresa!, a fines del siglo pasado nos enteramos de que Flynn, que supuestamente apoyaba a los republicanos españoles y a los revolucionarios cubanos, era un agente nazi.
Una de las películas en que le eché porras fue La carga de los 600 dragones, donde se narra la heroica acometida de 600 soldados de caballería que derrotan al ejército ruso en la guerra de Crimea de 1853, cuando Inglaterra vence a las tropas del zar. Carlos Marx decía que Rusia era una cárcel de los pueblos y que el gobierno zarista poseía afanes expansionistas muy pronunciados. Cuando vi esa cinta, me alegré de que a los rusos del siglo XIX los exhibieran como rivales noqueados por el Canelo Álvarez.
Uno de mis maestros, el gran arqueólogo Pedro Bosch Gimpera, me dijo una vez que el futuro del mundo dependía de Rusia, ya que ahí se encontraba la semilla del Averno o el camino a la emancipación. Históricamente, se ve a ese país como un ejemplar híbrido y patológico de lo que algunos llaman civilización occidental y barbarie oriental. El más famoso dirigente bolchevique, Vladimir Ilich Lenin, planteaba que un grave mal de Rusia era su carácter asiático, y su correligionario León Trotsky, en su biografía del dictador Stalin también se quejaba del asiatismo de éste y lo equiparaba con Gengis Kan. Trotsky era quizá el más europeísta de los revolucionarios rusos y provenía de suelo ucranio; tenía una gran cultura occidentalista. Los países democráticos europeos, al igual que Estados Unidos, en sus círculos intelectuales dominantes han considerado a Rusia una tierra que debe ser conquistada para la civilización occidental y, sin duda, han deseado también apoderarse de esa sexta parte del planeta, por sus múltiples recursos naturales. Hitler fue muy claro al respecto: Rusia debe ser conquistada en provecho de las razas superiores.
La madrugada del jueves 24 de febrero, tropas rusas invadieron Ucrania y pusieron al mundo en alerta máxima. Desde esa fecha he hablado con muchas personas, y no pocas me han dicho que Vladimir Putin, el máximo jerarca ruso, está completamente loco y ha violado todas las normas del derecho internacional. Sin embargo, si notamos la trayectoria de Putin podremos comprobar que este marrullero gerifalte es un individuo dotado de mucha inteligencia y por algo fue dirigente de la siniestra KGB. Él no está loco; sigue la trayectoria de muchos gobernantes de su país que lo han defendido contra amenazas del exterior.
Tras la caída del muro de Berlín, se proclamó que la Guerra Fría había terminado. Lo que no parece terminar son las rivalidades interimperialistas. Una vez concluido el llamado comunismo, gran parte de lo que fueron las naciones incorporadas a la Unión Soviética y países de Europa del Este se involucraron en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza político-militar destinada a atacar a la URSS en caso de necesidad perentoria.
Al derrumbarse el conglomerado soviético, de todos modos la OTAN no sólo mantiene el acecho contra Rusia, sino que lo ha ampliado en forma extraordinaria. En países como Estonia, se han instalado grandes concentraciones militares para amenazar a aquel país y otras naciones aliadas han importado gran cantidad de armamento moderno para poner de rodillas a la patria de Putin.
En este contexto, el colmo ha sido la pretensión de las llamadas democracias occidentales de incorporar a Ucrania a la OTAN. Al respecto, es de apreciar el hecho de que ese país era parte del imperio zarista y después del soviético, que se ha considerado una región que expresa cabalmente una intrusión de la civilización occidental en Rusia, una parte del mundo que puede salvar a los rusos de sus males ancestrales. En Ucrania se han conjuntado importantes grupos provenientes de Polonia y Alemania y por ello esta zona ha sido siempre objeto de los deseos expansionistas germanos. Y a la vez, es considerada una preciada región de la historia rusa; para los dirigentes de Moscú, es tan rusa como la Rusia misma.
Recordemos que cuando las tropas hitlerianas invadieron Ucrania en 1941, ésta fue el único territorio soviético donde una importante parte de la población se unió a los bárbaros de la cruz gamada y asesinaron a multitud de sus compatriotas en campos de concentración.
En 2004, el famoso político belicista y Premio Nobel de la Paz, el nada discreto imperialista Henry Kissinger, declaró que Ucrania no debería separarse de Rusia porque eso provocaría conflictos mayores, incluso una guerra de carácter nuclear. Continuaré ocupándome de este asunto en otros artículos.
* Antropólogo e investigador del DEAS-INAH