En moto o bicicleta, desde una viga a varios metros de altura o el sótano de un edificio, en México las mujeres rompen diariamente estereotipos y se integran a diferentes actividades laborales y productivas, hasta hace pocos años reservadas a los hombres. Como repartidoras de alimentos, soldadoras o carpinteras, plomeras o electricistas, su presencia ya no se limita a las cuatro paredes del hogar, una oficina o un aula.
En varios estados del país se organizan con frecuencia talleres de electricidad, plomería y de pegapisos en barrios con muy altos índices de violencia; mientras, en redes sociales surgen colectivos, como Talachas girl, que ofrecen ese tipo de trabajos.
“Estamos generando un directorio talachero de la Ciudad de México con el objetivo de difundir toda la red de apoyo para remodelaciones, albañilería, plomería, electricidad, carpintería, arquitectura, diseño de interiores, etcétera dirigidos a espacios de mujeres, lesbianas, bandita queer, inclusivxs”, se lee en su cuenta de Instagram.
Lupita tiene 23 años, y desde los 15 pidió a su papá, Pedro, que le enseñara los secretos del oficio de carpintería. Con orgullo, relata que hace dos años trabaja en construcción “negra”, es decir, de estructuras para cimentar trabes, columnas y castillos en obras de vivienda y oficinas en la colonia Granada, en el llamado nuevo Polanco de la capital del país.
“Muchos compas acá en la obra se sorprenden de que puedo hacer este trabajo, pero les digo que con un buen maestro todo se aprende. Además, somos cada vez más las chavas que andamos haciendo trabajo de albañilería, plomería y electricidad”, afirma.
Luisa, de 53 años, asegura que aprendió el oficio de electricista de su finado esposo Rodolfo, quien la dejó con dos niños pequeños y muchas herramientas. Nada más. “Al principio no me llamaba nadie, pero luego las mismas amas de casa se daban cuenta de que lo hacía bien y comenzaron a recomendarme, y así me hice de mi clientela”.
Gracias a ese trabajo logró dar carrera universitaria a ambos hijos, uno de los cuales “ya es ingeniero mecánico electricista egresado del Poli. Creo que la vocación le viene de familia”, asegura, sonriendo.
Sin embargo, la desigualdad en el empleo aún es una realidad para millones de mujeres. El informe Igualdad de género en el sector privado: una mirada a las empresas mexicanas, elaborado por ONU-Mujeres y organismos empresariales, destaca que la participación femenina mexicana en la economía es una de las más bajas en América Latina (45 por ciento, frente a 77 de los hombres).
En tanto, estimaciones del Foro Económico Mundial revelan que en el país únicamente 7.5 por ciento de quienes integran consejos directivos de empresas son mujeres y sólo 14.6 por ciento tienen una que ocupa la posición directiva más alta.
Incluso, en los sectores laborales donde prevalece la fuerza de trabajo femenina (servicios, comercio y cuidados), la lucha sigue siendo cotidiana.
Marine Castillo, quien es docente y enfermera especialista en medicina familiar del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), recuerda que su vocación surgió desde pequeña.
“Mi madre también fue enfermera y verla vestida de blanco, ayudando a los demás, me inspiró. Siempre supe que quería dedicarme a lo mismo, pero es una profesión de muchos retos, porque todavía hay quienes sólo nos ven como el apoyo del médico y no como las profesionales de la salud que somos. Además de cuidar a los pacientes, participamos en investigación e innovación”.
Martha, maestra de primaria con 20 años de experiencia, señala que “la docencia, más que un trabajo es un servicio, una entrega a los demás, que para nosotras también implica doble o triple carga, pues debemos atender a nuestros hijos y el hogar”.
Pese a que destacan como educadoras, afirma, pocas profesoras acceden a cargos directivos o de supervisión. “No pasamos de ser tropa, pero nunca generalas, aunque las batallas las ganamos nosotras en los salones de clase”, asegura.