Después de quedar viuda, doña Esther soportó las agresiones de su propio hijo, quien empezó primero con insultos y después a golpearla hasta dejarla con el rostro morado, y aunque lo denunció por primera vez en 2007, fue hasta octubre del año pasado –14 años después– cuando logró sacarlo de su casa.
Lo mismo ocurrió con Yolanda, quien acudió a diferentes instancias a pedir ayuda, pero lejos de liberarse de la violencia familiar a la que estuvo sometida durante toda su vida, ésta empeoró. “Si me vuelves a denunciar, te vas a morir”, le espetó su agresor, al tiempo que le abanicaba en la cara la notificación que había recibido ante la demanda interpuesta por su conducta.
Ambas mujeres son beneficiarias de las unidades territoriales de atención a la violencia de género del Gobierno de la Ciudad de México conocidas como Lunas, y narran sus experiencias por separado, pero coinciden en que antes “no había quien las escuchara ni tampoco para dónde echarse a correr”.
En lo que va del año a estos lugares, de acuerdo con la titular de la Secretaría de las Mujeres, Ingrid Gómez, han llegado cerca de mil mujeres que han enfrentado algún tipo de violencia, ya sea sicoemocional, física, económica, sexual o patrimonial. Agregó que entre 5 y 10 por ciento de los casos se ha identificado un riesgo de feminicidio.
A cada una se le elabora un plan de protección personalizado y se les brinda asesoría por medio del programa Abogadas de las Mujeres en las agencias del Ministerios Públicos, con el cual se ha logrado emitir medidas de restricción, y desde 2020, en 108 casos, el agresor salió de la casa de la víctima.
Esther y Yolanda son dos casos de éxito, pero continúan sus procesos legales contra los agresores y reciben apoyo sicoemocional. “No pido ninguna pena para él, me da lástima, porque no sabe hacer nada, sacaba el dinero de mi tarjeta, sólo quiero que me otorguen la medida de distanciamiento y se mantenga lejos de mí”, expresó la primera, maestra de secundaria y preparatoria jubilada.
Yolanda, quien vende productos naturistas, también decidió dar vuelta a la página. “Cuando salí del refugio para mujeres regresé con miedo a mi casa, pero aquí me dieron protección y confianza. A partir de ahí cambió mi vida. Fueron tantos años de tormento que ahora sólo quiero vivir feliz. Quién me iba a decir que podría salir con mis amigas y los domingos irme al paseo en bici”.