Hay arquitectura que alcanza niveles de arte; en nuestro país tenemos múltiples ejemplos de todas las épocas. Basta recordar las soberbias ciudades purépechas, zapotecas, mexicas, toltecas, teotihuacanas, mayas y totonacas, por mencionar algunas.
En la Ciudad de México contamos con muestras notables del barroco, neoclásico, ecléctico y contemporáneo. En la esquina de Isabel la Católica y Venustiano Carranza sobresale un impresionante palacio virreinal recubierto con los materiales característicos del barroco del siglo XVIII: tezontle y cantera, esta última como fino adorno de marcos y portadas.
Es uno de los tesoros inmobiliarios que conforman el patrimonio cultural de Citibanamex; de acuerdo con lo que comenté hace unas semanas de recordar lo que hemos escrito a lo largo de los años de ese acervo extraordinario, hoy vamos a hablar del que actualmente se conoce como Foro Valparaíso.
Lo mandó a construir el marqués Miguel de Berrio y Zaldívar, con motivo de su boda con la condesa Ana María de la Campa y Coss. El título de marqués se lo otorgó el rey Carlos III en 1774 por los generosos apoyos prestados a la corona. Su nieto fue considerado el hombre más rico de México.
Al casarse juntaron dos grandes fortunas; como era de esperarse, contrataron a uno de los mejores arquitectos del momento para que les edificara una suntuosa mansión: el afamado don Francisco Guerrero y Torres.
La mansión presenta dos niveles principales, además de entrepiso y torreón. La portada es impresionante por su tamaño y belleza, que se complementa con las enormes puertas entableradas con chapetones. La fachada está decorada con molduras de cantera onduladas.
Como era costumbre, en el interior hay dos patios: el principal y el de servicio, donde estaban las caballerizas y se guardaban los carruajes. Los corredores altos del principal se distinguen por estar sostenidos únicamente por tres arcos, en los que se lee una inscripción alusiva a la edificación de la casa. El detalle más original se encuentra en la escalera de dos rampas con desarrollo helicoidal y coronada por una cúpula monumental.
Perteneció a los descendientes de los marqueses hasta 1873 y se le dio diversos usos, hasta que en 1884 lo adquirió el Banco Nacional de México, hoy Citibanamex. La institución lo ocupó con sus oficinas centrales hasta hace poco más de una década y recientemente tuvieron la acertada decisión de convertirlo en un espacio cultural.
La visita brinda un doble gozo: apreciar la impresionante arquitectura y la sobresaliente colección de arte del banco. La integran 117 obras que van del siglo XVIII al XX, de muchos de los mejores artistas de las tres centurias. El recorrido lo lleva por 22 salas, las primeras nos permiten conocer la historia de las familias que mandaron a construir y vivieron en el palacio a través de retratos de sus integrantes.
El paseo nos conduce por la pintura de distintas épocas que generan diversas emociones; llama la atención la gran cantidad de obras de artistas mujeres, entre ellas la que se considera la primera pintora mexicana, María Guadalupe Moncada, quien realizó en 1798 una representación de la Virgen de Guadalupe. Aparecen Leonora Carrington, Cleofas Almanza, Remedios Varo, Eulalia Lucio, Frida Kahlo y María Izquierdo. Otro encanto es que la visita es gratuita.
Y llegó la hora de comer. Sobre la misma calle de Isabel la Católica, en el 83, se encuentra Coox Hanal, el restaurante yucateco que desde hace 68 años ofrece auténtica comida de la península, sin faltar las bebidas y la música. Situado en un inmueble antiguo ocupa el tercer piso y cuenta con un fresco patio. Es difícil mencionar un plato favorito, porque todos son una ricura.
Al igual que en Mérida, los lunes hay frijol con puerco; a mí me gusta comenzar con la sopa de lima, después trato de convencer a los amigos que compartamos platillos: queso relleno, chamorro pibil, pan de cazón y cochinita pibil. Si no hay quórum, también se pueden pedir en tacos o tortas. Para beber: cerveza Montejo, León o artesanal yucateca.
Una brebaje delicioso que también se puede pedir de postre, es una champola de guanábana. Yo siempre termino con una marquesita, que es un barquillo largo, crujiente, relleno de queso bola. Los carritos callejeros que lo preparan al momento en una plancha caliente son parte del paisaje vespertino de la bella Mérida.