Luiz Inácio Lula da Silva (Lula, su sobrenombre; luego incorporado a su registro oficial) dijo ayer a morenistas, y a seguidores en general de la llamada Cuarta Transformación (4T), algo que parece oportuno: que “se preparen porque sus adversarios ideológicos, los que no aceptan su compromiso con el pueblo y la soberanía nacional, no les van a dar tregua” (https://bit.ly/3sEMbeY).
Obvia, y en tal sentido innecesaria en apariencia la observación, proviene de una voz sumamente experimentada en el movimiento social, la batalla electoral y el ejercicio del poder, que ha sufrido incluso injustos meses en la cárcel. Lula ya fue presidente de Brasil y ahora, muy probablemente luego de esta visita a México, anunciará su nueva búsqueda del cargo, para el cual desde ahora es señalado como favorito respecto al derechista Jair Messias Bolsonaro, quien podría buscar la relección en octubre del año en curso.
Están a la vista en México los signos de esa tentativa revanchista, que podría llegar a lo cruento, impulsada por la amalgama de intereses políticos y económicos desplazados por el obradorismo que ya están en acelerada carrera contra el tiempo electoral, tratando de desgastar a como dé lugar la figura del primer presidente de centro izquierda, forzando la narrativa “periodística” para posicionar tópicos en el tremendismo, invocando el intervencionismo estadunidense (de por sí tan predispuesto) e incluso amenazando en redes sociales a los “cómplices” de la 4T con instaurar presuntos cadalsos cívicos e históricos al hipotético triunfo de esa regresión.
No es menor el riesgo, aún cuando no ha encontrado líder, programa ni crecimiento esa oposición tripartidista (PAN, PRI y los restos del PRD), empresarial (Claudio X. González como gerente general), mediática (Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad como puntas de lanza, con ejemplares del periodismo caduco haciendo segunda), demoscópica (las “encuestas de opinión” como sabido instrumento constructor de percepciones a modo) y el ultraderechismo que terminaría uniéndose al tripartidismo para combatir la “amenaza comunista” (Frena y su desbocado dirigente; y agrupaciones como Sublevados y Creemos, en sintonía con el partido español Vox y su dirigente Santiago Abascal).
Prepararse, dice Lula, y hasta ahora la fuerza del movimiento social obradorista no cuenta siquiera con un partido organizado (Morena en el oportunismo electoral; Mario Delgado degradando lo que debería ser un liderazgo fuerte; la formación política y el debate ideológico como premisas pendientes). Además, el muy temprano banderazo de salida a la pelea interna por 2024 ha generado un apenas disimulado divisionismo.
Dura y ruda será la lucha por el eventual retorno de los intereses parcialmente desplazados (pues otros se reinsertaron y reciclaron en Morena y cargos públicos). Bien haría la izquierda electoral en escuchar y aplicar lo que Lula ha dicho, en una visita que busca consolidar una suerte de alianza progresista explícita entre México y Brasil, si el ex obrero de la metalurgia gana su próxima elección.
En otro tema: Quirino Ordaz Coppel pasó ayer la aduana de comisiones senatoriales (con señalamientos priístas de traición y Beatriz Paredes quedándose en la abstención) y en pocos días el pleno votará la propuesta presidencial del ex gobernador priísta de Sinaloa para representar a México en España. Claudia Pavlovich (apoyadora de socios de la guardería ABC), ex gobernadora también priísta de Sonora, no necesita aprobación senatorial, pues taimadamente se le pretende enviar como cónsul de carrera a Barcelona.
Además de lo poco defendible que es el envío dorado de ex gobernadores de entidades tan comprometidas con otros negocios, el manto diplomático implica una virtual exención de enjuiciamientos por sus densas tareas estatales (el de Campeche, Carlos Miguel Aysa, otro ejemplo de priísmo premiado por derrotas electorales). ¡Hasta el próximo lunes!
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