Quizá los que saben de la guerra acepten que es imposible enumerar sus tipos. Arriesgándonos a una reprobación, para el caso de Ucrania podrían aceptarse tres especies básicas: la diplomática, la militar y la económica.
La diplomática ha sido nada conducente protagonizada personalmente por sus presidentes, Joe Biden y Vladimir Putin, con Macron de refuerzo.
El primero es conocedor de la política exterior tradicionalista de su país, la que desde la desintegración de la URSS ha empujado las fronteras de Europa Occidental hacia el Este adhiriendo en 30 años a las antiguas repúblicas soviéticas a las organizaciones político-militares occidentales, Unión Europea, OTAN. Ha sido una clara amenaza a Rusia que ella está deteniendo con fuego contra inocentes.
EU, con sus países partidarios, no sólo movió fronteras políticas hacia el Este, sino ha instalado sus misiles nucleares en los territorios así ganados. Creyó poder hacerlo también con Ucrania, pero…
En lo militar Biden se equivocó, como se equivocó con la retirada de Afganistán. Teniendo tantos frentes internos y externos abrió uno más, el más delicado. Rusia no es Irak. EU se metió en un lío y no supo recular a tiempo. Dejó a Ucrania aislada, abandonada a su suerte. La OTAN se lava las manos mandándole armamento para que se las arregle sola.
Putin es un lobo estepario, un autócrata de corte zarista. Conduce a su favor todo el aparato de poder de su país, incluido el Parlamento. Una vez más despreció los tratados internacionales, recuérdese a Georgia, Chechenia, Crimea y ahora a Ucrania.
Sabe lo que quiere y empieza jugando sucio con ataques por hoy todavía limitados y así alarma al mundo. Quien no previó que todo esto era posible fue un incauto.
El ruso hizo un cálculo de consecuencias que puede ser preciso. La OTAN dice estarlo ahogando, expertos independientes lo dudan y advierten resultados negativos para los aliados.
En lo que acertó y es definitorio de lo que estamos viviendo fue su certeza de que la Unión Europea/OTAN no se arriesgarían con un uso masivo de sus poderosos ejércitos. Hoy los tienen en desuso. Tiene la perversa sagacidad que sus oponentes no estimaron. Es un ruso de crueldad medular.
Sabe que nadie se arriesgaría a ver repetidas las escenas de las dos guerras mundiales. Es un cerebro previsor. Cruel, tiene acalambrado al oponente dejándolo con sus potentísimos ejércitos inmovilizados.
Su objetivo es recuperar territorios de la URSS, expresión de la vieja Rusia zarista. Hay mucho de ello como explicación en la historia de por lo menos 500 años.
Eso explica que en una concepción actual Putin vaya más allá: intenta crear un cordón de seguridad al oeste y sur de su país de la manera más reprobable.
Tiene en su archivo mental a los misiles estadunidenses secretamente instalados en Turquía en 1962 que la entonces URSS obligó a retirar. O rescata memorias sobre el mismo asunto recordando exigencia de EU en ese mismo año de repatriar los misiles rusos instalados por la URSS en Cuba. Entonces véase que la historia no es nueva.
Los diferendos son los mismos, las razones argumentativas semejantes, las amenazas mutuas equivalentes. Los riesgos son terroríficos. Lo nuevo es que fortísimos ejércitos de la OTAN no serían utilizados si en ello llevara implícito un gran daño nacional a sus miembros. Ello lleva a una nueva concepción del poder militar. Lo actual debe ser revisado.
Pareciera que el riesgo de desatarse una guerra generalizada es impensable, aquella que más que grandes contingentes humanos fuera efectuada por armas de gran tecnología: portaviones, submarinos nucleares, misiles transcontinentales y tácticos. Todo ello actuando contra objetivos que significan la muerte de millones y una destrucción material. Consecuencias sufridas desde hace un siglo.
Esa forma de guerra es inconcebible. Ninguno de los contrincantes ni remotamente la ha insinuado como posible. Impensable soportar otra gran guerra como la 1914 o 1939. Una guerra que, de generalizarse, no sería en Texas u Oklahoma, sino en los campos de Alemania y Francia. En síntesis, nadie quiere otra guerra globalizada que llevaría a un muy preocupante pronóstico universal.
Por ese fenómeno impensable hace un mes, es esencial analizar la lección de por qué la OTAN no empeñó a sus tropas. Es exigido pensar desde los campos de la diplomacia, la política y la ciencia militar sobre qué ejércitos, de qué características y sobre todo, con qué misiones serán las fuerzas armadas del futuro de cada país.
Puede estudiarse a ejércitos actuales que tienen un diseño tradicionalista, más propio de experiencias que le fueron ajenas: Segunda Guerra Mundial, Corea. Hay desfases entre su perfil y las realidades actuales.
Hay mucha historia qué estudiar para nutrir el convencimiento de que a ciertos países les urgen ajustes doctrinarios, legales, orgánicos, educativos, programáticos y presupuestales. Tarea que demanda certidumbre, compromiso y esfuerzo para entender lo que parece ser el fin de una era.