Suceava. La guerra llegó de momento y de un día para otro la vida se les trastocó. En ese instante todo quedó atrás y sólo pensaron en ponerse a salvo. Enfrentaron riesgos que pusieron en juego su integridad y estabilidad emocional. Tras una intensa odisea llegaron a Rumania, escapando de Ucrania donde tenían sus proyectos, sus sueños. Son mexicanos que ahora son parte del éxodo.
Tras tomar la decisión de abandonar Kiev en su auto, a Larissa le tomó sólo 15 minutos empacar y estar lista, junto con su hija de 12 años, para sumarse a la caravana de mexicanos que el viernes huyeron rumbo a la frontera con Rumania. En su equipaje apretujó, literalmente, casi tres décadas de historia en Ucrania. “De pronto, tu vida se convierte en una pequeña maleta”, dice a La Jornada. Larissa García y su hija, Miroslava, son parte del grupo de connacionales que logró alejarse de la zona de guerra y llegar a esta ciudad, ubicada a 40 kilómetros de los límites fronterizos.
En el hotel Popasul Sura, base de los mexicanos que permanecen ahí con el apoyo de la embajada de México, la mujer narra su viacrucis personal. Hace 27 años decidió emprender un proyecto de vida en Ucrania a lado de su esposo, ciudadano ucranio.
El trayecto fue azaroso. Tráfico, caminos bloqueados por la presencia militar o por ciudadanos en resistencia que defienden su territorio, desviaciones y largas filas para cargar combustible. Los momentos más terroríficos, recuerda, los vivía en las noches, cuando se acercaba la hora decretada para el toque de queda (10 pm) y aún les faltaban kilómetros para llegar a un poblado. “Si no lo cumples, pueden abrir fuego en tu contra”.
Se toparon con una larga fila de autos al llegar a la frontera. Al grupo con el que viajaron le tomó dos días recorrer, “a paso de tortuga”, los siete kilómetros que los separaban del cruce. Todo ello debido a la caótica situación generada por la inmensa cantidad de personas –de diversas nacionalidades– que buscaban salir del país.
Fue hasta ayer, tras instalarse en el hotel, que tomó conciencia de que es refugiada. “No tengo por qué serlo; tengo una empresa, una casa, una vida, una familia, amigos en Ucrania”. Su esposo tuvo que quedarse, por eso Larissa y Miroslava no tomarán el vuelo que ha dispuesto el gobierno de México para repatriar a los connacionales que lo deseen. Rentarán un departamento en Bucarest... no saben por cuánto tiempo.
No comprende la defensa que en algunos sectores de América Latina hay en favor de Vladimir Putin.“Él y Estados Unidos son las dos caras de la misma moneda: imperialistas. Estar contra los estadunidenses por las políticas que han manejado con Latinoamérica no significa automáticamente que Putin es el angelito. ¡No, no es así!”
Rosalía Tovar ha sido profesora de español los diez años que tiene en Ucrania. En medio del encuentro entre los refugiados mexicanos con la delegación de la cancillería que encabeza la Misión Rescate y los reporteros nacionales presentes en Rumania, Rosalía apareció de pronto. Con una bandera azul-amarilla en sus manos en la que en ucranio se leía: “Gloria Ucrania”, alzó su voz para reclamar la injusticia de la guerra, el daño particularmente a la ciudadanía y su coraje contra Putin.
Decepcionada, dice que tomará el vuelo a México, pero confía en volver pronto. “Tengo más cosas qué hacer aquí que allá, como reconstruir este país que me ha dado mucho”.
Cuenta que se manifestó “porque no se trata de hablar de nosotros y de cómo salimos. Estamos a salvo. Lo hice porque es mi forma de dar voz a mi gente en Ucrania, a mi ex esposo (ucranio). Están peleando, con la resistencia”.
Con su pequeña perrita Ramona en brazos y junto a su hijo Leny, de nueve años, Ivette Lozano, de Chihuahua, también dejó todo atrás. Su marido, con doble nacionalidad, ucranio-australiano, está con ellos. Logró lo imposible: salir.
Vivió el peor momento al pensar que su esposo no podría pasar la frontera, pues todos los hombres ucranios en edad de combate están llamados a permanecer en reserva.