La oposición ha practicado un negacionismo obstinado durante los últimos tres años. Comenzó como una manera de sostenerse políticamente en pie y gradualmente se convirtió en una ontología desquiciadora: se objeta la existencia de cualquier acción del nuevo gobierno que pudiera considerarse positiva o exitosa. Nada que se haya hecho en el marco de la 4T es plausible. Todo acto es visto como fracaso o como amenaza.
El negacionismo se inició con la elección de 2018. Después de que la votación les cayera como un rayo, los conservadores comenzaron a elaborar una narrativa fundada en el carácter fugaz de lo ocurrido. El alud de voto para AMLO era resultado del hartazgo; constituía una reacción impensada que podría revertirse pronto. Los mexicanos despertarían rápido de su exabrupto electoral. Se trataba de un tropiezo pasajero para los prianistas.
No entendieron lo que les había pasado. La victoria electoral fue fruto de un largo trabajo entre la gente, de un número incalculable de intercambios con millones de mexicanos, de visitas casa por casa. Exponiendo la situación y las salidas que López Obrador había concebido mientras recorría cada rincón del país, nació un gran movimiento político y se conformó un nuevo ánimo popular. “Revolución de las conciencias”, lo denominó tempranamente AMLO.
Todo aquello fue lo que provocó el estallido comicial de 2018. No fue espontáneo, sino el efecto de una minuciosa construcción política. Sí hubo una dosis de hartazgo, incluso ésta fue modelada y conducida. La experiencia enseña que alcanzar ese punto (voluntad de cambio y visión común de país) puede tomar mucho tiempo y esfuerzo. Y paralelamente, se requirió organizar y movilizar. AMLO y su movimiento hicieron todo eso.
Una vez alcanzado ese punto, el resultado era predecible. Puesto que el obradorismo se había convertido en fuerza dirigente, pronto podría tornarse en fuerza dominante, según la célebre formulación de Gramsci.
Aquí radica una de las claves del reciente discurso de AMLO en el Zócalo. La nueva conciencia popular es uno de los factores que garantizan la solidez de lo conseguido. Es lo más cercano a la (siempre inacabada) irreversibilidad. Pero lograr el consenso en amplias capas de la sociedad es tarea que requiere permanente renovación. Esa labor interminable reclama buen gobierno y, además, la fuerza organizadora de un partido. Es uno de los mayores retos para dar continuidad a la 4T: mantener la estructura orgánica de Morena.
En la actualidad, Morena prácticamente se ha esfumado de la escena nacional. Se advierte una cierta parálisis en sus filas, un decaimiento que puede volverlo poco útil para realizar los trabajos políticos hacia 2024.
Lo que compensa a la 4T y a Morena es que la oposición está lastrada por el negacionismo. El prianismo no ha hecho el más mínimo esfuerzo de comprensión de lo ocurrido a lo largo de tres años. Su intelectualidad orgánica les ayuda muy poco. No le atinan a nada: todos sus pronósticos catastrofistas han fracasado. En verdad, los intelectuales de la derecha viven también en un festín negacionista. Toda una patología política. Les basta negar que el gobierno haya logrado algo en materia de salud, bienestar social, obra pública, etcétera. Y así. En consecuencia, no hay la menor posibilidad de entender de dónde proviene la alta aprobación del Presidente.
Mientras se niega cualquier logro del gobierno, los opositores se han replegado a la esfera mediática y al territorio de las redes sociales. Del mundo real al espacio virtual. En este ámbito están invirtiendo cantidades fabulosas de dinero. Desde allí están realizando sus batallas contra el gobierno, con algunos resultados. Pero, hasta donde se aprecia, lo alcanzado no resulta suficiente para acortar las distancias con la 4T por lo que hace a simpatía ciudadana. El intento más reciente (la casa de Houston) tenía la clara mira de pegar a la columna central que sostiene la buena fama de la 4T: la honestidad de su máximo dirigente. Quebrándola, todo se vendría abajo. Pero el caso ha sido igual de estridente que infundado. Se disolvió en el aire.
Para la oposición, el tiempo se acorta dramáticamente. Y con casi todo en contra. Sin proyecto discernible, sin candidatos, sólo pregona que AMLO gobierna mal y no está realizando ningún cambio positivo. Distanciamiento de lo real y atrincheramiento en lo virtual. Negacionismo desaforado que oculta un desvarío contrafáctico. Los logros de la 4T están a la vista de cualquier persona mínimamente ecuánime. Y son muchos, incluyendo los espectaculares programas de apoyo social (pensiones, becas, etcétera) que benefician a millones, viejos y jóvenes. La aprobación de AMLO podrá oscilar un poco, pero no modificará sustancialmente su potente posición. Por consiguiente, de continuar las cosas en este estado puede augurarse que en este año, y en 2024, el bloque opositor sufrirá fuertes reveses tanto en el mundo virtual como en el real.