Suceava. La decisión no fue sencilla, pero debía ser rápida. Sólo 15 minutos tardó Larissa desde el momento en que optó por abandonar Kiev hasta que estaba lista, junto a su hija de 12 años, en el auto, para sumarse a la caravana de mexicanos que huirían rumbo a la frontera ucranio-rumana.
Esta mexicana tuvo que apretujar, literalmente, en una petaca, tres décadas de vida en Ucrania. “Tu vida de pronto se convierte en una pequeña maleta”, afirma a La Jornada.
Larissa García y su hija Miroslava son parte del grupo de connacionales que lograron alejarse de la zona de guerra y llegar hasta esta ciudad, ubicada a 40 kilómetros de distancia de la franja fronteriza entre Ucrania y Rumania.
El jueves inició la invasión de Rusia y el viernes por la mañana, tras analizarlo con su marido (ucranio), tomó apenas lo básico y se unió a una caravana de mexicanos decididos a dejarlo todo atrás.
Desde el hotel Popasul Sura, donde han hecho base los mexicanos con el apoyo de la embajada de México en Rumania, Larissa narra el viacrusis para salir de suelo ucraniano, su segundo país, en el que decidió vivir y emprender un proyecto de vida. A lado de su esposo y su madre, ciudadana rusa.
No sabe en qué momento se volvió refugiada. Lo razonó hasta esta tarde, pues llegó apenas hoy a este lugar para sumarse a los connacionales que ya se habían refugiado aquí.
Lo más terrorífico en el camino fue quedar atrapada en el trayecto de una población a otra justo a las 10 de la noche, cuando se ha decretado el toque de queda. “Si no lo cumples, pueden abrir fuego en tu contra”.
Llegando a la franja fronteriza, le tomó dos días enteros recorrer, “a paso de tortuga”, apenas siete kilómetros que la separaban del cruce. Lo caótico de la situación debido a la gran cantidad de personas de diversas nacionalidades que desean salir del país generó que ella, como muchos más, hicieran una fila de 48 horas.
Hasta esta tarde pudo llegar a Suceava. En el momento que sales no sientes que estas abandonado una vida. No sabes qué pasará después. Te vuelves consciente de ello hasta que llegas aquí, hasta que te sientes a salvo. En ese momento me di cuenta que tomé una decisión que puede cambiar mi vida por completo. Tu primer pensamiento es concentrarte en ponerte a salvo, en llegar a Rumania. Pero una vez que lo logré, me sentí refugiada, y no tengo por qué serlo, tengo una empresa, una casa, una vida, una familia, amigos en Ucrania”.
Por esto, Larissa ha decidido no tomar el vuelo del que ha dispuesto el gobierno mexicano para repatriar a los mexicanos que así lo deseen y que está a la espera en Bucarest.
Llama a todos los latinoamericanos a no defender al presidente ruso, Vladimir Putin, porque lo vean como la antitesis de Estados Unidos, país que, dice, ha mantenido una política intervencionista en América Latina.
“Son las dos caras de la misma moneda, eso lo deben entender en América Latina. Son la misma moneda: imperialistas. Sólo que una parte tiene un rostro y la opuesta otro, pero a fin de cuentas es imperialismo. Estar contra Estados Unidos por las políticas que ha manejado con Latinoamérica, no significa automáticamente que Putin es el angelito. ¡No, no es así!”.
La guerra les llegó de momento. De un día a otro, la vida se les trastocó. En ese instante, lo único que importaba era ponerse a salvo. Así lo eligió Rosalía Tovar, con diez años en territorio ucraniano, el país que la acogió y donde es maestra de español.
En medio de un encuentro de los mexicanos con la delegación de la cancillería mexicana que encabezan la “Misión Rescate”, junto a la Fuerza Aérea Mexicana, Rosalía apareció de pronto, cuando los representantes de medios de comunicación de nuestro país que se encuentran también en Rumania, entrevistaban a otros connacionales.
Con una bandera ucraniana en sus manos en la que en ucranio se leía: “Gloria Ucrania”, alzó su voz para reclamar la injusticia de la guerra, el daño particularmente a la ciudadanía y el coraje contra el presidente ruso, Vladimir Putin.
Con decepción acepta que subirá a la aeronave para ser repatriada a México, pero confía en volver pronto. “Tengo más cosas qué hacer aquí que allá, reconstruir este país al que le debemos mucho. Ucrania no hará trato con Rusia, los ucranianos van a preferir morir antes de ceder. Los conozco, tengo amigos que podían haber salido y me han dicho: ‘éste es mi país y si muero, moriré aquí”.
Relata que se manifestó “porque no se trata de hablar de nosotros, de cómo salimos o lo que hemos vivido. Nosotros estamos a salvo. Decidí hacerlo porque es mi forma de dar voz a mis amigos, a mi gente en Ucrania, a mi ex esposo (ucranio). Él está peleando, está con los de la resistencia, protegiendo los barrios, la casa donde vivíamos. La gente se ha organizado para cuidar sus propiedades. Otros están viviendo prácticamente en las cloacas, para protegerse”.
Dentro del juego de la geopolítica global, envía un mensaje: “la gente debe comprender que esto no es un videojuego en el que pelean Estados Unidos contra Rusia. Se trata de Ucrania, un hermoso país, con personas muy amables”.
Con su pequeña perrita Ramona en manos y junto a su hijo de 9 años, Leny, Ivette Lozano, originaria de Chihuahua, también dejó todo atrás.
Su marido, con doble nacionalidad, ucranio-australiano, también está con ellos. Logró lo imposible: salir.
La mexicana dice que de un día a otro les cayó la guerra y, entonces, la desgracia. “Dejamos nuestros amigos, trabajo, a nuestra gente. Mi suegra se quedó. Estuve un año, migré el febrero del año pasado”.
Su travesía se prolongó por tres días. Salieron luego de saber que tranques militares se dirigían a Kiev. Tres vehículos hicieron una caravana para dejar la ciudad y llegar a la frontera. La gasolina, los toques de queda, buscar hospedaje “en un pueblito en medio de la nada, donde no es fácil. Menos cuando estás a 20 minutos de que empiece el toque de queda”.
Pero lo más complicado, el momento más temible, era la posibilidad de que su esposo no lograra salir de Ucrania. Todos los hombres ucranios en edad de combate están llamados por Kiev a permanecer en reserva para sumarse a los enfrentamientos si hay necesidad. Cuando se separaron en a frontera: mujeres y niños de un lado y hombres de otro, Leny le dio una lección de vida: “Repitió lo que yo le digo a Ramona cuando se inquieta. El niño me dijo, “cálmate Ivette, cálmate”.
Pasar de la noche a la mañana de la estabilidad a la guerra ha sido impactante. “Lo sigo procesando. Todavía no queda claro qué es lo que siento, es despertarte escuchar los estruendos todo el tiempo, checar las noticias, saber que están bombardeando aquí, que cayó un misil allá. No podría dar una respuesta de cómo me siento aún. Quizás en los siguientes días, cuando lo procese lo podré expresar de otra manera”.
Ivette, su esposo, Leny y Ramona sí se subirán a la aeronave, irán a México, a Chihuahua, para de momento tratar de reconstruir su vida.