Moscú. El presidente Vladimir Putin, al hablar por teléfono este lunes con su colega francés, Emmanuel Macron, afirmó que la solución de este conflicto armado “es posible sólo si se toman en cuenta de manera incondicional los legítimos intereses de seguridad de Rusia”, según un comunicado del Kremlin.
Como exigencias preliminares, Putin mencionó “reconocer la soberanía rusa sobre Crimea, desmilitarizar y desnazificar el Estado ucranio, y el compromiso vinculante de su declaración de neutralidad”, agregó su servicio de prensa.
La llamada telefónica se conoció después de que la primera reunión de delegaciones de Rusia y Ucrania concluyó en la frontera ucranio-bielorrusa, como era previsible, sin poder acordar un alto el fuego, pero al menos ambos lados no descartaron que pronto, tal vez dentro de un par de días, sea posible celebrar una “segunda ronda” en la frontera polaca-bielorrusa.
Al término de las cinco horas de negociaciones, el jefe de la delegación rusa, Vladimir Medinsky, ex ministro de Cultura y actual asesor del presidente Vladimir Putin, declaró a la prensa: “Hubo varios puntos en los que podemos pronosticar posiciones comunes, y lo más importante es que estuvimos de acuerdo en continuar negociando”.
Su contraparte, Mikhailo Podolyak, asesor del presidente Volodymir Zelensky, afirmó que “cada una de las partes esbozamos nuestras prioridades y en algunos puntos se vislumbran ciertos avances, por lo cual nos volveremos a reunir muy pronto en la frontera polaco-bielorrusa”.
Las delegaciones dejaron Bielorrusia con destino a sus capitales para informar a los mandatarios lo que se trató a puerta cerrada y, si Putin y Zelensky dan luz verde, fijar la fecha de la siguiente reunión.
Mientras, en el quinto día de la ofensiva rusa, los combates no cesaron y ambas partes continuaron reportando éxitos, mezclando noticias ciertas con falsas, haciendo muy difícil corroborar la veracidad de lo que aseguran.
Impacto entre los rusos
Los rusos –la gente común y corriente, no los que toman las decisiones en nombre de los demás– despertaron este lunes en una nueva realidad: un país que no era el suyo, que de repente se convirtió en encarnación de lo peor que uno pueda imaginar y que sanciones económicas sin precedentes quieren asfixiar y que está, no sólo en el sentido directo con el cierre del espacio aéreo europeo a los aviones rusos, cada vez más aislado por la comunidad internacional.
Y si una persona quiso sacar dinero como solía hacer se encontró de repente con largas filas en los cajeros automáticos, con la imposibilidad de retirar sus ahorros de los bancos, con la escasez de divisas que ahora sólo puede adquirir por encargo en caso de que desembolse cantidades impensables hace tan sólo unos días, resultado inevitable de la devaluación en 30 por ciento del rublo.
Al buscar noticias en Internet, aunque muchos países prohibieron las emisiones de la cadena de televisión RT y los servicios de la agencia noticiosa Sputnik, verá el desplome de la bolsa, el éxodo de los primeros políticos europeos que cabildeaban los intereses rusos y la renuncia a sus asientos en los consejos de administración de las corporaciones públicas rusas donde recibían remuneraciones astronómicas.
Dentro de poco comenzará a sufrir los efectos de la exclusión de los primeros bancos del sistema internacional de transferencias, Swift, y el embargo de los activos del Banco Central: habrá menos productos importados y todo será más caro. Algunos magnates cercanos al Kremlin ya no son bienvenidos en otros países y pueden ver congeladas sus cuentas bancarias y sus propiedades. La industria petrolera resentirá que British Petroleum anunció su decisión de vender sus acciones de RosNeft, igual que Shell rompió con Gazprom.
También se enterará de la negativa de los países postsoviéticos a sumarse a la aventura bélica de Rusia, salvo de alguna manera Bielorrusia, que busca prestar todo lo que necesite el Kremlin y, a la vez, ofrece su territorio para situarse como mediador entre rusos y ucranios. Ninguna otra república ex soviética ha querido apoyar a Rusia y mucho menos, como Kazajistán, que debería estar agradecida por el respaldo que recibió de Rusia en enero anterior, aceptaron enviar unidades militares contra Ucrania. Sabrá que su gran aliado China prefiere mantenerse al margen y no formar un frente común contra Estados Unidos y abstenerse en las votaciones de la ONU.
Para muchos rusos, al margen de lo que piensen o dejen de pensar sobre la guerra, también hay de los últimos, resulta difícil de entender por qué sus músicos, aún los más brillantes, no son bienvenidos en las mejores salas del mundo, igual que el famoso Bolshoi no podrá realizar giras internacionales; por qué muchos jóvenes que estudian en otros países son expulsados por el hecho de ser rusos, por qué sus equipos de futbol y baloncesto quedaron excluidos de los torneos europeos y su selección nacional no podrá jugar las eliminatorias del Mundial de futbol en Qatar; por qué no puede pasar sus vacaciones en muchos países y no sólo de Europa, ni siquiera tan lejanos como México, ya que los aviones rusos tendrían que dar la vuelta al mundo para poder llegar.
Justificaciones y rechazos
Todo esto, y mucho más, porque quienes sólo ven la televisión oficial, la generación mayor, están convencidos de que su ejército no está en guerra contra un pueblo fraterno, sino realiza, como sostiene la propaganda del Kremlin, una “operación militar especial” contra una “junta de nacionalistas” que es una amenaza intolerable para la seguridad nacional de Rusia.
Pero dentro de las propias familias de ese sector de la población –de 60 años para arriba–, que odia con razón todo lo que suene a nazismo, se cree que sus soldados cumplen una misión de liberación de un pueblo hermano que sin embargo no los recibe con flores y vítores, hay fuertes discusiones con los hijos y nietos que tienen otras fuentes de información y que no apoyan la guerra.
No todos, pero cada vez más de esos inconformes, a pesar de la represión con que la policía y la guardia nacional tratan de impedir las protestas, salen a la calle cada día a dejar constancia de que no están de acuerdo con la decisión del Kremlin de atacar a Ucrania.
Aunque los afecta directamente, son conscientes de que estas sanciones sin precedente pretenden no sólo que el presidente Vladimir Putin detenga la guerra –y eso es muy difícil porque, como se sabe, cuando se desata una guerra sólo hay dos opciones: ganarla o perderla, y por ahora no puede lograr lo primero y no quiere reconocer lo segundo–, sino que la élite gobernante en Rusia le dé la espalda.
Signos de fractura
Empiezan a aparecer los primeros signos de fractura entre los magnates que se benefician de su cercanía con el Kremlin: tres de los hombres más ricos de Rusia hicieron saber en las redes sociales que lo que sucede en Ucrania “es una tragedia y la guerra no es la solución” (Mijail Fridman), “hay que cambiar la política económica y acabar con este capitalismo de Estado en Rusia” (Oleg Deripaska), “todos los días mueren personas inocentes, estoy contra la guerra” (Oleg Tinkov).
Entre tanto, los miembros de la bancada del Partido Comunista en la Duma, que presentaron la iniciativa de ley para reconocer la independencia de la República Popular de Donietsk (RPD) y de la República Popular de Lugansk (RPL), declaran sin tapujos que no votaron por iniciar una guerra y sembrar la muerte y devastación en toda Ucrania y hablan de “un serio error de los gobernantes de Rusia”.
Incluso la prensa que toleran las autoridades, aunque tiene prohibido describir lo que pasa en Ucrania como una “guerra”, comienza a dudar de las decisiones de Putin. El editorial del diario Nezavisimaya Gazeta de este lunes salió con un titular que dice más que muchos textos: “Putin quiere reformatear no sólo Ucrania, sino cambiar el orden legal internacional” y anota: “Lo que empezó hace una semana como reconocimiento de la RPD y la RPL se transformó en una operación militar especial cuyo objetivo es tomar Kiev, derrocar a Zelensky y reformatear en Ucrania todo el Estado y hacerlo amistoso a Rusia”.
Todo esto, dice el periódico, “llevará a un cambio radical del destino, en términos de bienestar económico, que tocará a la puerta de la mayoría de los rusos. Es un factor que, sin duda, influirá en los ánimos de la sociedad. Y en los índices de popularidad…”.