Insisto sobre el tema de la votación del 10 de abril próximo, llamada equívoca y mal intencionadamente Ley Federal de Revocación del Mandato. Veamos algunos datos referenciales. En la elección de 2018, que dio origen a la Presidencia de la República que hoy ejerce Andrés Manuel López Obrador, se instalaron más de 156 mil casillas. En ellas se recolectaron más de 56 millones de votos. En ese entonces la lista nominal de electores sumaba aproximadamente 89 millones de ciudadanos.
Dentro de un mes, según datos al 18 de febrero, el listado estará conformado por alrededor de 92.4 millones de personas. Pero… hay una pequeña desproporción: las casillas instaladas en 2018, ya lo dijimos, fueron 156 mil, las que se tienen previstas son apenas, 57 mil, es decir, 36.59 por ciento de las de hace tres años.
¿Se vale, pese a esta criminal desproporción, para que sea vinculante, exigir una participación de al menos 40 por ciento de ciudadanos inscritos, cuando subió a 93 millones? Al INE corresponde la propuesta. A Morena, la respuesta.
Estaba el pasado viernes 25 embebido en la lectura del Astillero del día, fuente cotidiana en la que me entero de lo que sí, o lo que no y, sobre todo, de lo que muy probablemente suceda en el ámbito de la política nacional, cuando mi vista periférica captó, en la noticia de al lado un nombre que me hizo respingar. De inmediato giré completamente el torso y entrecerré los ojos para, según yo, dar mayor rendimiento a las dioptrías de mis anteojos. Lo comprobé de inmediato. El nombre que de soslayo había registrado era Eduardo López Betancourt. Leí la nota de Gustavo Castillo García una y otra vez. No salía de mi asombro o, mejor dicho, de mis asombros. Ninguno de ellos era, por supuesto, el hecho de que el señor López Betancourt compareciera ante un juzgado federal acusado de graves delitos. Que yo recuerde las diversas ocasiones en las que su nombre sale a relucir o cuando aparece en las páginas de un diario siempre es protagonista en una locación que llamaríamos de barandilla. El escándalo y la reyerta son, tal parece, su estilo personal de vida y sus contrincantes, cualquiera que pueda granjearle unas cuantas líneas ágata. Los asombros que mencioné anteriormente corren por cuenta tanto del acusado como del señor juez. Del primero, por su innegable capacidad para sorprender a múltiples personas durante su larga y azarosa existencia. Sorprender en su acepción de engañar, engatusar, de lograr impresionar y conseguir con falsedades de todo tipo construir una imagen que nada tiene que ver con la calaña de la realidad. Entiendo que el señor López Betancourt es o era decano del profesorado de la Facultad de Derecho (y que este reconocimiento no tiene otro sustento que gozar de una edad provecta, a menos que seas decano de un jardín de niños). Me entero igualmente que precisamente, en razón de ese decanato, es el presidente del Tribunal Universitario. ¡Ay, senectud: cuántas barbaridades se cometen en tu nombre! El otro motivo de asombro, pero también de rabia e indignación, son las expresiones del juez Gustavo Aquiles Villaseñor, quien exhibió sin pudor alguno no sólo la deplorable concepción que tiene de la profesión y del cargo que detenta (dije detenta), sino también de su nivel cultural ( lato sensu) y, por supuesto, su inteligencia, preparación y calidad moral.
El reportero a quien debo esta información transcribe los argumentos de don Aquiles (imposible de evitar un comentario no usual de la columneta, pero irresistible ante tan obvia provocación: juez Aquiles, quien en su pensamiento y acciones no pasó de ser tan sólo un dolorido talón): “decir pinches viejas, por eso las matan, son expresiones genéricas que no encuadran en la tipificación del delito de tratos crueles y degradantes”. ¡Vaya juez más exigente! Cuando insulte usted a una pinche vieja, para que pueda darse por aludida, debe presentar su credencial de elector, su pasaporte o cédula profesional, a fin de que se demuestre claramente que los agravios proferidos eran simples expresiones genéricas (y que si esas se prorratearan entre las mujeres existentes en el país (en 2020 había 95 hombres por cada 100 mujeres, en 2021 en números redondos los hombres éramos unos 63 millones frente a 65 millones de mujeres), como ven, de acuerdo con el criterio del juez Aquiles, de los calificativos que les dedicó el jurista López Betancourt les tocaban unos simples rasguños no penalizados por la ley. Por otra parte, las expresiones por las cuales se le imputó al maestro el delito de “tratos crueles y degradantes” contra una alumna de posgrado “fueron manifestaciones instantáneas y no tuvieron alcance para dañar a la víctima.” En este tono se realizó la audiencia que duró poco más de 16 horas y durante la cual el señor juez don Aquiles sostuvo que la palabra “zorra”, usada por el señor presidente del Tribunal Universitario, es “una manifestación que no alcanza a ser considerada como trato cruel y degradante”. De conformidad con el criterio expuesto por el ilustre jurisconsulto, me atrevo decirle, de manera específica y concreta, que es usted un soberano pendejo.
Twitter: @ortiztejeda