Ciudad de México. Desde su aparición en el país hace dos años, la enfermedad de covid-19 ha planteado retos que aún no terminan para los científicos y el personal de salud. “Lo más difícil fue la escasez de medicamentos, en particular de sedantes”, aseguró Carmen Hernández Cárdenas, jefa de Áreas Críticas del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER).
“Cuando empezamos a ver lo que venía por la carencia de medicamentos para sedación, indispensables en el manejo de personas en estado crítico con ventilación mecánica asistida, propusimos el uso de otras técnicas para mantener dormidos a los pacientes”, recordó la especialista en terapia intensiva, quien además es internista y anestesióloga. Por esta última conocía alternativas que en las áreas de cuidados intensivos de Europa son estándar de tratamiento.
El aumento de la demanda internacional y que los proveedores eran los mismos a escala global generó una crisis. En México, aunque las instituciones contaban con los recursos económicos para adquirirlos, no había una empresa con capacidad para surtir los productos, comentó.
A diferencia de los sedantes tradicionales que se administran mediante infusión endovenosa, los otros son inhalados y se proporcionan a los enfermos por medio de dispositivos conectados al ventilador mecánico, con el cual se sustituye la función pulmonar.
En entrevista, la doctora explicó que las alternativas de sedación que propuso a sus colegas de los institutos nacionales de salud y hospitales de alta especialidad son las que se utilizan como anestesia general en quirófanos y para la terapia intensiva se deben adaptar con microinhaladores. Los proveedores de este tipo de relajantes no tenían tanta demanda y en México estaban disponibles.
Hernández Cárdenas planteó y se aceptó la propuesta en el momento de la crisis máxima durante la segunda ola de contagios del coronavirus a finales de 2020 y antes de que se agotaran los inventarios. Con esta medida se evitó el desabasto de sedantes, indispensables en el manejo de pacientes críticos, sostuvo.
Lo que no pudieron evitar fue el elevado número de fallecimientos. “Era de esperarse, ya que se trataba de una enfermedad nueva”, pero la letalidad fue muy alta, incluso para lo que normalmente ocurre en las unidades de terapia intensiva, donde los pacientes tienen complicaciones graves por diferentes padecimientos y un alto riesgo de muerte, explicó la especialista.
La mortalidad en una unidad de este tipo es, en general, menor a 20 por ciento. En el INER oscilaba –antes de la pandemia– entre 10 y 15 por ciento, pero con covid-19 subió a más de 40 por ciento a escala global y “aquí fue lo mismo”.
Cuando la cobertura de vacunación aumentó, la mortalidad se desplomó y ahora se ubica en menos de 20 por ciento para los pacientes intubados, lo cual ya es algo esperable en personas con cuadros respiratorios muy graves.
Hasta ahora, en el país se han confirmado con prueba de laboratorio más de 318 mil decesos.
Complicaciones por morbilidad asociada
Además de la desprotección en que se encontraba la población mundial frente a un nuevo agente infeccioso, en el caso de México hubo un impacto mayor por la elevada prevalencia de enfermedades crónicas como hipertensión arterial, diabetes y obesidad sin diagnóstico ni tratamientos para su control.
A eso se sumó el comportamiento del virus SARS-CoV-2 dentro del organismo. Al inicio, lo más visible fue el daño pulmonar que provoca falla respiratoria y la necesidad de que las personas reciban ventilación mecánica asistida (ser intubados).
Muy pronto, surgieron otras complicaciones inesperadas, pues no se habían visto en virus ya conocidos, y que provocaron más decesos. Entre ellas estuvieron las trombosis, recordó la especialista. “Fuimos aprendiendo y con cada nuevo paciente buscamos las posibles afectaciones para prevenir o contrarrestar rápidamente”.
También ha habido otros problemas, como los neurológicos con parálisis facial que no está asociada con un evento vascular cerebral o los sangrados de tubo digestivo por inflamación de la mucosa del colon y recto. Estos últimos se atienden y curan, pero dan cuenta del daño sistémico que causa el virus SARS-CoV-2 y los potenciales daños al organismo.
Hernández Cárdenas resaltó cómo el panorama empezó a cambiar cuando se demostró, mediante ensayos clínicos, la eficacia de medicamentos esteroides, principalmente dexametasona, que mejora la sobrevida de los críticamente enfermos.
“¿La enseñanza más grande? Que juntos somos más fuertes, y me refiero a los médicos en el hospital y como parte de una red de instituciones en la Comisión Coordinadora de Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad (CCINSHAE). Durante la pandemia de covid-19 nos conocimos, hablamos, compartimos información de pacientes, insumos”.
Antes “éramos independientes, cada quien con su especialidad, llegábamos a solicitarnos alguna interconsulta y ya. Ahora compartimos todo, hasta estrategias como lo de los sedantes y la reconversión hospitalaria, entre otros”.