“Ahora escucharás mi voz…A la cuenta de 10 estarás en Europa.” Así empieza la narración de Max von Sydow en la película Europa, de Lars von Trier.
Los europeos se han matado entre sí durante siglos.
Y aquí estamos de nuevo.
En mayo de 1945 el Ejército Rojo irrumpió en Berlín en lo que significó la derrota del Tercer Reich y el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Empezó así la llamada guerra fría.
En 1990, apenas caído el Muro de Berlín y en plena disolución de la URSS, John Mearsheimer publicó en The Atlantic un texto titulado ¿Por qué pronto extrañaremos la guerra fría? Apuntó que: “Aquellos que piensan que los conflictos armados entre los estados europeos están ahora fuera cuestión; que las dos guerras mundiales han consumido la guerra en Europa, proyectan un optimismo injustificado hacia el futuro”.
Vladimir Putin invadió Ucrania la mañana del 24 de febrero. Así concluyeron los días en que concentró su fuerza militar en la frontera y hacía como que negociaba con Estados Unidos y la Unión Europea.
Esos días hacían recordar el Pacto de Munich en 1938, cuando Chamberlain y Daladier consiguieron que Hitler pospusiera el estallido de la guerra y a cambio obtuvo Checoslovaquia. Como dijo Marx sobre la repetición de la historia: primero ocurre como tragedia y luego como farsa. Putin escogió a su antojo el momento de la invasión.
Con respecto a Ucrania, Putin insiste en que ese territorio no existe de manera independiente, que es una parte integral de Rusia pues comparten desde el medioevo un origen común en la Rus de Kiev. Ése fue un Estado eslavo fundado en lo que hoy es Ucrania y la Rusia occidental (y Bielorrusia), con Kiev como capital. Una y otra lo consideran el fundamento de su nacionalidad e identidad. Cuidado, que el uso de la historia es recurrente para sostener todo tipo de argumentos ideológicos y políticos.
Putin afirma que el colapso del imperio soviético hace 30 años fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Y tiene razón. Pero una explicación está en su propia disfuncionalidad interna: administrativa, política y material. Se desmoronó en 1991 como un castillo de baraja.
Entre las consecuencias que Putin señala está el fomento de los movimientos separatistas, especialmente relevante en Ucrania, una vez más por motivos geopolíticos que se exhiben hoy en la guerra y la confrontación con la OTAN. Eso es tema que dejo para expertos.
Los ucranios no han sido tratados muy bien por los rusos, por decir lo menos. Stalin los forzó a la colectivización agrícola y la incautación de las cosechas que provocó en 1932-1933 el “Holomodor”, la masiva hambruna por la que murieron alrededor de 7 millones de personas. La reconstrucción imperial que pretende Putin exige el control y dominio sobre Ucrania; con lo que sea: ¿hasta el uso de armas nucleares?
El discurso de Putin en el que anunció la invasión es un documento histórico. El autócrata en esencia pura. Una versión de aquella foto suya montando a caballo, con el torso desnudo y anteojos de sol. Podría parecer cómico si no fuera por lo letal que es.
Y, claro está, la otra parte, el “occidente”, tiene su propia agenda, los chinos también. Y no podría ser de otra manera. Eso no debería extrañar a nadie. No hay pureza en la política. Lo que hay son intereses, lo que se produce es una devastación, una vez y otra, en una parte del mundo y en otra.
Y la gente, personas como usted lector, siempre queda en medio. Ahora toca en Ucrania, con una invasión masiva, bombardeos, destrucción, ansiedad, éxodo y muerte.
¿Qué les importa a los políticos la gente? Sí, así de genérica es la cuestión. Es una pregunta que deberíamos hacernos en primer lugar, sobre todo cuando uno está distante de donde ocurren las cosas, tal vez desayunando en familia para empezar el día; o bien, tomando un café y conversando con los amigos sobre Putin y Biden y los mandatarios europeos; o sobre la calificación a la Champions; exactamente al contrario de lo que apenas hace unos días podían hacer los ciudadanos de Kiev o Járkov.
Cada quien responderá a esta cuestión y pondrá por delante su ideología y sus preferencias políticas. Pero eso no cambia lo que ocurre en Ucrania y lo que puede seguir desde ahí.
Isaiah Berlin destacó en El erizo y la zorra, la paradoja planteada por Tolstoi en Guerra y paz: “Cuanto más alto es el nivel que ocupa un soldado o un estadista, más lejos está de la base, formada por hombres y mujeres cuyas vidas son la verdadera sustancia de la historia. Por consiguiente, menor es el efecto que, en el curso de la historia, tienen las palabras y actos de personajes tan remotos”.
Los individuos sufren; mueren por las grandes causas, algunas incluso buenas. Pero no hay una necesidad última que lo justifique. Nada elimina las tragedias de la vida humana, nada justifica los crímenes y el terror.
¿Será que los fines justifiquen los medios? La historia, finalmente y no lo olvidemos, está hecha por la gente, en la calle en la vida diaria y ahora en la guerra en Ucrania. No es la obra de los considerados comúnmente como “grandes hombres”; de los que se ven incluso a sí mismos como providenciales. Ésa es una historia facilona. Beethoven, en su tercera sinfonía y Tolstoi en su gran novela lo sabían bien con respecto a Bonaparte.