Dura realidad laboral; millones de mexicanos sin empleo en un país que, parafraseando al poeta, son los olvidados. Cada vez más parecen ser los habitantes de esas waste lands engendradas por las contrahechuras de la economía y el descuido de la política.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, correspondiente al segundo trimestre de 2021, al termino de ese año la población ocupada tuvo un crecimiento de 11.3 millones de personas, llegando a 56.6 millones de trabajadores; de ellos, 13.6 millones se encontraban en “condiciones críticas de ocupación”. Dicho con otros datos: representa 24 por ciento del total, porcentaje desfavorable en relación con finales de 2019, que fue de 18.8 por ciento.
Esta tasa, nos ilustra Rubén Migueles desde El Universal (22/02/22, A 21) incluye a las personas que trabajan menos de 35 horas, pero que necesitan trabajar más para ganar lo mínimo necesario. Asimismo, cubre a quienes se ocupan más de 35 horas semanales con ingresos mensuales inferiores al mínimo, y a quienes trabajan más de 48 horas semanales ganando dos mínimos.
Las distancias entre los ingresos percibidos en el mercado formal y el informal son más que contrastantes: 8 mil pesos mensuales contra 4 mil. Diferencias en las percepciones y también en las regiones; por ejemplo, en Chiapas alcanzan a más de 40 por ciento de los trabajadores en condiciones críticas; en Tlaxcala, a 37.2 por ciento; en Puebla, a 29 por ciento, y en Campeche y Veracruz el porcentaje se ubica en 28.7 por ciento.
No debería requerir mayor esfuerzo imaginar qué significa, qué puede representar para cientos de miles, millones, de mexicanos, “mantenerse” con esos ingresos, para empezar a tener una idea aproximada de la tragedia laboral que es vulnerabilidad extrema, exclusión, desamparo. Traducir esas cifras y porcentajes a imágenes e historias que ilustren y conmuevan, es algo que nos deben los medios de información y comunicación; el Instituto Nacional de Salud Pública nos ha ofrecido panoramas varios sobre el tema y el Inegi tiene en sus “cofres” más de lo que sus reportes periódicos nos aportan. Pero falta mucho por andar para empezar a ver la tragedia humana que en sus despliegues y voluptuosidades marca nuestro presente y traza un porvenir que ya se apresta a dar el salto en los calendarios.
Con esos datos resulta imposible hablar de avances mayores en el frente social. No hay manera de, por así decir, maquillar una realidad visible en cada esquina. Menos, cuando el gobierno federal parece haber cerrado la posibilidad de hacer economía política y atreverse a manejar con visión y transparencia las finanzas, en particular la inversión y el gasto públicos.
Ahí, en magnas operaciones de reasignación de esos gastos, tendría que empezar lo que no puede sino calificarse de una profunda reconstrucción de estructuras y regímenes salariales y laborales, con vistas a abrir avenidas hacia un nuevo curso de desarrollo.
Bajo esta numeralia podrá estar considerado o no el acceso de estos mexicanos a servicios oportunos y eficaces de salud, prevención y cuidado; la asistencia de los niños a escuelas rehabilitadas, con agua potable y conexiones a Internet, sin considerar ahora el gran tema de la dieta y la nutrición de grandes y pequeños malnutridos y obesos.
No hay varitas mágicas a la mano, y aquella célebre en el pasado por ser la “mano visible” de la sociedad, parece haber entrado en receso prolongado. Rehabilitar instrumentos fundamentales de la política y de la economía es tarea prioritaria de toda democracia que quiera durar y ser una democracia social.
Por lo pronto, tendrán que ser la sociedad civil y las organizaciones y organismos que le queden, los que hagan frente a lo que ya no es, no puede ser, dilema técnico conceptual, sino una emergencia a la vista de todos. Falta que dejemos de estar hipnotizados por el litigio fatuo que se ha apoderado del poder constituido y de muchos de sus interlocutores, y que entre nosotros se restablezca el respeto como regla universal de observancia obligatoria.
Y que el Presidente ofrezca sobria disculpa a Carmen Aristegui.
Estamos en una emergencia que no necesita exagerarse. Está ante los ojos de todos. Nos falta el corazón.