No es ningún secreto que el neoliberalismo en el campo mexicano conduce la acción y la producción, o sea, cada vez más desempleo para los productores, y para los consumidores cada vez mayor hambre o envenenamiento. Quien no lo crea, revise los datos, las importaciones mexicanas de maíz “crecieron en más de 300 por ciento en 20 años, de 5 millones de toneladas en el año 2000 a 18 millones en 2019 de las cuales la mayoría es de maíz transgénico” (Comisión Intersecretarial de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados-Cibiogem), información dada con una cierta crítica: las políticas neoliberales tuvieron impacto en el maíz nativo, con el fin de “favorecer los intereses de las empresas biotecnológicas trasnacionales por encima de los intereses y necesidades de los pueblos y comunidades indígenas”... Pero, ¿a quién corresponde defendernos a todos y por qué separar el interés general del de “las comunidades indígenas”?
Si en 2013 activistas mexicanos lograron detener la proliferación de los transgénicos, ¿cómo aceptar que ahora se deje de producir suficiente maíz (nuestro “pan”) para comprarlo a Estados Unidos y, para colmo, genéticamente modificado? Dijo el vocero del Cibiogem: “La preservación de la diversidad genética sólo se puede dar con los pueblos originarios y sus saberes tradicionales”, pero también expresó que “la agroecología es una forma de dignificar la agricultura de los pueblos”. O sea que la nueva especialidad dignifica saberes ancestrales ¿o los reconoce y honra? ¿Qué no deberíamos simplemente, con todo respeto por la otredad, reivindicarlos como propios, aunque sólo fuera para salvarnos del naufragio colectivo de nuestro país, pues sin autosuficiencia y soberanía alimentarias somos más dependientes y estamos más expuestos al coloniaje extranjero que sin petróleo y electricidad? Porque con alimentos suficientes y una conciencia y orgullo de clase en la sociedad mexicana salvaríamos nuestra independencia.
Si la humanidad sobrevivió a todo tipo de carencias y catástrofes, se multiplicó y engrandeció donde y cuando superó el hambre y la dependencia cognitiva del Otro. Pero, cuando la productividad alimentaria sustituyó la producción de alimentos; es decir, que el saber producir fue sustituido por la masa de mercancías obtenidas a partir de monocultivos extensivos, fertilizantes, herbicidas y plaguicidas químicos, con base en tecnologías sustitutivas de la mano campesina, se separaron los productores de los consumidores, las relaciones sociales se volvieron sólo monetarias y la humanidad perdió su rostro humano.
Ahora es la coyuntura en que podemos exigir al gobierno que asuma la única solución ética posible: propiciar una sociedad sin hambre y con pleno empleo, interdependientes, porque lo demás llegará por añadidura. El gobierno debe renunciar a programar el campo sin la participación de los auténticos campesinos dueños de los saberes milenarios que hicieron una historia alimentaria satisfactoria, hasta antes de la sumisión a Europa. El gobierno debe renunciar al dictado de la soberbia de los diplomados de Occidente, para que, con respeto y sin condescendencia, se faciliten a los campesinos y campesinas el retorno de sus conocimientos y experiencias ancestrales, la reposición de sus armas productivas, como son una tenencia clara de la tierra, un manejo sin obstáculos de las aguas, la decisión sobre sus semillas, las formas de recuperar los suelos y todo lo que necesiten para efectuar una verdadera resiliencia (porque resistencia la han mostrado de sobra) y sin que nada de ello haga que se les niegue el acceso a los medios modernos que les sean útiles, a fin de facilitarles la conservación, empaque y distribución de sus productos. Además de permitirles intervenir en la determinación de los precios... y sin que esta enumeración sea exhaustiva.
La salvación de nuestro país, como ente geográfico, y nosotros y nuestra descendencia, como seres verdaderamente humanos, está en nuestra autosuficiencia alimentaria saludable y culturalmente deseable. Pero esto sólo será posible para las generaciones actuales si el gobierno da un golpe de timón hacia el respeto verdadero del campesino y su cultura, no en el discurso, sino en las políticas de distribución de recursos, formas de cultivo y apoyos tecnológicos contra demandas explícitas. Lo que sólo será posible si se deja de disminuir a las familias campesinas a un estado de infancia mentalmente débil. No me cabe duda que ellos, nuestros hermanos, autónomos productores de la alimentación del conjunto de los mexicanos son nuestra única expectativa de salvación con integridad. Para que dejemos de ser extranjeros en esta tierra, donde tantito somos de los conquistadores tantito de los conquistados y siempre dispuestos a vendernos en vez de pensar El futuro está en manos de la clase campesina alimentadora o de la clase media ignorante, abusiva y beligerante.