En un muro de la calle de Zaragoza 277, colonia Buenavista, al lado del edificio de la Fundación Pro Niños de la Calle destaca una pintura que abarca todo el muro. Laura Alvarado Castellanos, su fundadora, explica: “Ese mural lo hicieron los niños; eligieron pintar un corazón con una llave y escribieron bajo el corazón: ‘Los niños no son de la calle, son nuestros’. Un grupo que se llama Arte por la Vida hizo un primer boceto, nos lo enseñaron y los niños se lanzaron con cubetas de pintura y brochas a pintarlo.
“Es terrible la descomposición social en la Ciudad de México: la trata de personas, el secuestro, la prostitución, la venta de drogas. Hay muchísima más droga que cuando nos conociste, hace más de 20 años. Es mayor la inseguridad, la pobreza y la exclusión social; año tras año, la riqueza la concentran unos cuantos y es cada vez más ofensiva. Han cambiado los modelos aspiracionales: la gente sólo quiere poseer. Ahora, al llegar al Centro de Día, los niños nos espetan: ‘Yo quiero ser narcotraficante con un arma; a lo mejor vivo poco, pero voy a tener mucho dinero’. Estos niños sólo piensan en consumir y sueñan con ser parte de una banda.”
–¿Ustedes logran cambiar sus aspiraciones?
–Con los más pequeños hacemos un trabajo bien importante: enseñarles que pueden soñar con otras cosas: “Tú puedes aspirar a lo que tú quieras y hacerlo posible”.
“Por el avance del crimen organizado, estamos viendo desplazamientos masivos de otros estados a la capital. La gente abandona su casa porque es imposible vivir en Aguascalientes, Michoacán, Veracruz y Zacatecas, por ejemplo. La situación es terrible para quienes no colaboran con el crimen organizado. La gente viene a la capital y se asienta en lugares muy precarios, y la verdad es que esta ciudad te devora, no tienes alternativas. La legalización de la marihuana se discute muchísimo pero el gobierno no ha dado el último paso: quitarle el carácter ilegal, hacer que disminuya la fuerza que tiene el crimen organizado en torno a la venta ilegal de sustancias.
“Una de las cosas que más me duelen es la complacencia con el Ejército, porque hemos visto que gran parte de la inseguridad viene del poder militar, en el que hay mucha corrupción. Se necesita una entereza enorme para poner orden.”
–Laura, ¿cuándo se inició Pro Niños de la Calle?
–En 2005. Mi amigo Javier Garibay y yo lo empezamos –informa Laura Alvarado, a quien conocí hace tiempo a través del fotógrafo holandés Kent Klich. Antes, esta colonia era la Guerrero, ahora es la Buenavista; el nombre cambió por el Metrobús. Aquí cerca está la colonia Atlampa, la del ferrocarril: algunos de estos chiquitos viven en las vías y en los vagones que se asentaron para siempre.
Laura Alvarado abre una puerta y entramos a una pieza bien iluminada en la que desayunan varios niños:
–Elena quiere conocerlos –los saluda Laura.
Algunos levantan la cabeza y Laura me explica: “Ahora hay una ley que prohíbe exhibir las caras de los menores. Antes colgábamos su fotografía en los muros, pero ya no nos lo permiten, porque un niño de la calle se expone a muchos peligros”.
Laura me hace recorrer la casa como si ella fuera a venderla y yo a comprarla.
–Aquí tenemos libros, juegos infantiles; aquí está el salón de actividades. Los niños hicieron estas piñatitas y decidieron ponerlas de adorno. Todas las puertas y las ventanas de la casa están abiertas. Con las nuevas disposiciones por el covid, ventilamos mucho.
El salón da una sensación de libertad y Laura explica con orgullo que ahí mismo los niños hacen yoga, gimnasia y en este momento se disponen a tomar clase de música. “También aprenden a meditar, lo cual les ayuda mucho a calmarse... A veces se presentan menos niños y hasta dejan de venir. Por eso queremos un servicio de camioncito, para recogerlos y que su asistencia no dependa de sus papás o de algún adulto. Mira, esta es la cocina, Iván es nuestro cocinero.
“El gran problema de la atención a los más pobres es que nunca hay dinero que alcance. Necesitamos cada año 13 millones de pesos. El año pasado fue muy difícil por la pandemia. Los niños no sufrieron, tuvieron comida y ropa. Cuando llegan, les damos dos mudas de ropa. Casi ninguno usaba ropa interior. Tampoco calcetines. Les conseguimos ropa para el frío, que guardan en sus casilleros. Hace años atendíamos a los niños en unas casas prestadas que nos donó un socio de La Hacienda de los Morales, pero ya casi no hay tantos donadores.
“Aquí son los lavaderos. Los niños más pequeñines sólo lavan sus calcetines y sus calzoncitos, y los más grandecitos sí lavan toda su ropa.”
Sobre unas cajoneras, unos letreros indican: Toallas, Ropa Interior, Ropa de Niño Grande, Ropa de Niño Chico.
–Cuando llega un niño nuevo, escoge la ropa que le gusta y la conserva en su casillero. Mira, Elena, acá están las regaderas y los baños.
–¿Por qué hay tantos espejos?
–Para nosotros, el espejo es muy importante, porque los niños se empiezan a ver antes y después de su baño (voluntario), y con el tiempo, aprecian algo diferente en su figura, y cada vez se cuidan más, se peinan. Muchos niños llegan con piojos y se lavan el pelo con un champú especial. Empiezan a verse distintos, y eso hace una diferencia muy grande en su vida. Si tú no sientes que eres un ser humano que merece todo lo lindo de este mundo, si tú te devalúas, acabas por vivir en la mugre, entre cosas horribles, y a muchos de nuestros niños les enseñamos a quererse a sí mismos. Este es un espacio sin violencia. Claro que en su vida diaria se enojan; aquí les enseñamos a decir las cosas sin gritar. El trato entre ellos y nosotros es muy importante, porque al principio se pelean mucho. Los hacemos reflexionar sobre qué sucedió y por qué: ‘Es que me vio feo’. La mayoría cree que los demás quieren hacerles daño y poco a poquito van perdiendo su desconfianza. Usamos mucho lo de ‘la manita así’ (levanta la mano en señal de alto). La siguiente pregunta es: ¿Qué estoy sintiendo con lo que pasó? ¿Puedo encontrar otra solución? Insistimos hasta que los niños adquieren otra manera de verse a sí mismos y de tratarse, porque aquí los niños reflejan la animosidad en la que viven. Creen que todo se arregla a golpes, pero acá la situación es distinta. Primero, se destantean, después se dan cuenta de que todos necesitamos un lugar donde sentirnos queridos y respetados...
“Mira, Elena, ahora trabajamos con los más pequeñitos, niños y niñas. Edwin es el chiquito que ves sentado junto a Molly, lleva mucho tiempo viniendo y no sabes cómo ha cambiado. Vivía con un sufrimiento enorme. Con el tiempo, su madre logró denunciar a su papá por maltrato y él se fue. El niño cambió totalmente. Edwin es inteligentísimo, muy alto, su hermano Lalo también es alto y los inscribimos en la escuela, y aquí hacen sus tareas después del horario escolar. En este momento atendemos a 45 niños de las colonias Guerrero, Atlampa y Peralvillo. Muchos viven en un hotel en la calle de Héroes, en la Guerrero, y alquilan su habitación que ellos mismos pagan. Aquí no tenemos el espacio para que duerman. Limpian parabrisas, ayudan en los puestos y viven de propinas.”