No es la primera vez que abordo un tema cercano al de estas páginas. Ver “Alcanzar la vejez”, del 31 de octubre de 2021.
Al envejecer, lo natural es que muchas situaciones, circunstancias y no sé qué más (¿ilusiones?, ¿esperanzas?, deseos), lleguen a su fin.
Pero a lo que quiero dedicar estas líneas es más bien a lo que, al envejecer, uno recupera o, para ser directa, me refiero a lo que he recuperado yo misma de mi temprana juventud, de antes de mis 23, cuando yo era una joven específicamente plena de ilusiones y de esperanzas. Lo cierto es que fueron experiencias que, por modestas o por lugares comunes que fueran, de alguna forma incitaban mi ánimo, como lo fue escuchar, entender, emocionarme al escuchar a cantantes como Elvis Presley (¡sin duda!); asimismo, por supuesto, a otros, como Louis Armstrong, John Lennon, Leonard Cohen (los dos últimos, además de cantautores, escritores propiamente dichos, narradores, poetas), como Bob Dylan (ídolo de ídolos), y de momento, en este sentido, no pienso en nadie más a quien citar. En todo caso, a estos artistas yo los conocía a profundidad, es un decir, y diariamente, aquí y allá, me susurraban al oído frases realmente conmovedoras, realmente alentadoras. Sus canciones me daban la impresión de que quienes las cantaban me conocían a mí, me comprendían a mí, profundamente. Ya habían atravesado lo que fuera que yo estuviera atravesando, y lo expresaban como a mí me habría gustado expresarlo. No es que me movieran a bailar; más bien, me invitaban a reflexionar y llegar a mis propias conclusiones. En todo caso, esa era la edad en la que, como se decía antes, yo ni siquiera “conocía varón”, y determinados giros de algunas de las canciones que ejecutaban sencillamente colmaban cuanto yo sentía, mi sensibilidad íntegra, sentimientos nuevos para mí, apenas imaginados.
A manera de borrador, escribí las reflexiones anteriores a principios de enero. Coincidió con el viaje a la Ciudad de México de uno de mis hermanos, que me ofreció traerme lo que le encargara, así que le pedí, de Somerset Maugham, A Writer’s Notebook. Empezar a leerlo ayer coincidió con que me topara con las observaciones del autor alrededor de la edad, específicamente, de la vejez. Me asombró concordar a un alto grado con lo que yo misma borroneaba para estas líneas, convertidas en Envejecer. Comoquiera que sea, a continuación traduzco aquí el primer párrafo.
Al haber escrito la colaboración que tienes en tus manos, imaginarás, querido lector, mi orgullo al coincidir, sin conocer aún, de Somerset Maugham, su A Writer’s Notebook.
“A manera de conclusión. Ayer cumplí 70 años de edad. A medida que uno se adentra sucesivamente en cada década, es natural, aunque tal vez irracional, verla como un acontecimiento significativo. Cuando cumplí los 30, mi hermano me dijo: ‘Acabas de dejar de ser niño, ya eres todo un hombre y no hay sino asumirlo. Cuando cumplí 40, me dije: ‘De nada sirve que lo ignore, ahora soy un hombre de mediana edad, y lo mejor sería que así lo aceptara. A los 60, me dije: ‘Es hora de que ponga en orden mis asuntos, pues estoy en el umbral de la vejez y debo asegurar mis cuentas.’ Decidí retirarme del teatro y fue cuando escribí The Summing Up, en el que procuré revisar, para mi propia tranquilidad, cuánto había aprendido de la vida y la literatura, lo que había logrado y la satisfacción que esto me había dado. Pero de todos mis aniversarios me parece que el de los 70 años es el de mayor importancia. Al alcanzar la tercera veintena más 10, lo que para entonces uno ha llegado a aceptar como el tiempo concedido a la vida de un hombre, a uno no le queda sino ver estos años que le van quedando de vida, y que aspiró a alcanzar, como contingencias inciertas que le han sido robadas al envejecer. A su paso, el tiempo se convierte en una guadaña que lo obliga a volver la cabeza hacia otro lado. A los 71 abandona el umbral de la vejez. Pues es cuando uno se ha convertido, simplemente, en un viejo.”