Las playas del Pacífico mexicano se pueden considerar, sin exagerar, de las más bellas del mundo. Suaves arenas doradas, un delicioso mar tibio todo el año y extraordinario clima en los meses invernales las convierten en el paraíso terrenal.
Zihuatanejo, un encantador pueblo de pescadores, fue el pie para que en 1972, con un financiamiento del Banco Mundial, se iniciara el desarrollo urbano turístico de Ixtapa-Zihuatanejo. Las obras de equipamiento, urbanización, hidráulicas, la construcción de escolleras, un canal que conecta al mar con la laguna de Ixtapa, sistemas de drenaje y alcantarillado que incluyeron plantas de tratamiento de aguas y en general obras de infraestructura turística y urbana, comenzaron en 1974.
Dos años más tarde se edificaron el aeropuerto internacional y el campo de golf Palma Real, de 18 hoyos, diseñado por el afamado Robert Trent Jones Jr.
El nombre de Zihuatanejo se deriva de la palabra náhuatl Zihuatlán, que significa “tierra de mujeres”, a lo que los españoles modificaron por Cihuatán y agregaron el sufijo peyorativo “ejo”. La región formó parte de la antigua provincia de Cuitlatecapan.
En las cercanías hay pequeñas poblaciones costeras que se han desarrollado como zonas turísticas. Algunas en lugares casi vírgenes; en uno de ellos, Buenavista, algunos artistas y empresarios compraron hace más de dos décadas unos terrenos junto al mar, entre otros, José Luis Cuevas, Felipe Stauffenberg, Damien Hirst y Carmen Parra, quien fue pionera hace un cuarto de siglo.
Aquí, entre palmeras y hermosos jardines, una enorme palapa es el centro de reunión, con una gran cocina donde las ayudantes de la pintora preparan las delicias que frecuentemente le llevan los pescadores de la zona: enormes ostiones en su concha, erizos, langosta, sierra, atún o un dorado del tamaño de un pequeño tiburón del que se disfrutan sopa, ceviches, pescado a la talla y más.
Con la hospitalidad de Carmen y su hijo Emiliano Gironella –también artista–, buen mezcal y las suculencias marinas, se reúnen con frecuencia los amigos, entre quienes está el cronista de Zihuatanejo, Rodrigo Campos Aburto; la secretaria del Bienestar, Maricarmen Cabrera –quien trabaja en las comunidades más alejadas de la sierra–; el sibarita Mauricio Mena y el arqueólogo Rodolfo Lobato.
Este último nos llevó a conocer un sitio arqueológico prodigioso en el que ha trabajado por más de 20 años con una tenacidad a prueba del enemigo. Como suele suceder, las carencias presupuestales han sido frecuentes; sin embargo, nunca se ha detenido y el resultado es extraordinario.
La zona arqueológica está impecable y tiene hasta un pequeño museo de sitio con algunas piezas notables. Estudioso profundo de la historia de la zona, nos informa que en la actual región de la Costa Grande del estado de Guerrero desde el periodo Preclásico Medio (1000-900 aC) hubo presencia de asentamientos distribuidos en la franja costera y a pie de monte. Durante el Preclásico Medio y Tardío (900 aC-200 dC) se consolidaron y en el Clásico (450-650) y Epiclásico (650-950 dC) tuvieron su mayor apogeo.
Un ejemplo de ello es el asentamiento de Xihuacan, donde la principal característica de su florecimiento fue la campaña constructiva involucrada en la edificación de unidades residenciales y la construcción de edificios monumentales, espacios consagrados exclusivamente al culto religioso y a la reproducción ideológica que de forma gradual incrementaron su población y por ende su organización social. Esto es lo que tuvimos el privilegio de conocer.
También nos enteramos de que en esas playas comenzó la globalización, ya que en las cercanías estuvieron los astilleros que mandó hacer Hernán Cortés y de ahí salieron las primeras naves hacia el continente asiático. Por estos mares navegó durante tres siglos la flota conocida como La Nao de China.
Conocer Xihuacan es una poderosa razón para acudir a esa extraordinaria región y disfrutar de todos sus encantos. En lo personal, prefiero Zihuatanejo sobre el moderno Ixtapa. Sus playas, como La Ropa, tienen un oleaje amigable y muchos sitios para recostarse bajo una palapa a tomar el sol, botanear con una cervecita fría y darse un buen chapuzón. Los baños de mar revitalizan, dan salud y felicidad.