México es el mayor importador mundial de maíz, lugar que ocupó por primera vez en 2017. Es un dato preocupante por la dependencia que sugiere, y suena absurdo por ser México el centro de origen del grano y uno de los países donde su consumo para alimentación de la población es de los más altos del planeta. Pero si miramos la realidad detrás del dato, hallamos que a quien alimenta ese maíz importado no son personas, sino ganancias de trasnacionales de la industria agrícola y pecuaria, que todo el tiempo pujan por aumentar sus lucros, a despecho de los graves impactos que causan a la salud, el ambiente, la economía nacional y las economías campesinas y populares.
Según el Consejo Nacional Agropecuario, México importó en 2021 más de 39 por ciento del maíz que se usa en el país, estimado en un total de 45 millones de toneladas. (A.Enciso, https://tinyurl.com/2p8p2uck). No obstante, la producción nacional ha crecido constantemente en la década anterior superando ampliamente la demanda para consumo humano. Según estadísticas oficiales, en 2010 la producción total de maíz en México fue de 23.3 millones de toneladas, de las cuales, el grano para consumo humano directo fue de 11.8 millones. Pese a que ya entonces México duplicaba la producción que necesitaba la población y le restaban cerca de 12 millones de toneladas para usos industriales y pecuarios, la nación importó ese año 8 millones de toneladas de maíz. En ese entonces la población de México eran 113 millones de habitantes.
En 2021 la población alcanzó 130 millones –aproximadamente 15 por ciento de crecimiento en una década– y la producción nacional de maíz, pese a la disminución de área de siembras, sequías y menores apoyos al campo, aumentó a cerca de 28 millones de toneladas, es decir 20 por ciento de crecimiento en ese mismo periodo. La producción nacional de maíz ha aumentado en forma continua desde hace décadas, muy por encima de la demanda interna para consumo humano y del crecimiento poblacional, aproximándose incluso a la cifra total que las grandes empresas y la CNA afirmaban hace una década que se necesitaba para no tener “dependencia alimentaria”. Obviamente, sin discriminar para qué y quién lo requería.
A pesar del crecimiento continuo de la producción nacional, las importaciones del insumo pasaron en esa misma década de 8 millones de toneladas a más de 17 millones, un aumento exponencial de más de 220 por ciento.
La razón, como explica Ana de Ita, directora del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (Ceccam), es que quienes demandan cada vez más importaciones de maíz son las industrias, principalmente la pecuaria, para alimentar cerdos, pollos y vacas en grandes instalaciones confinadas. Una industria dominada por empresas trasnacionales globales y mexicanas, que han ido desplazando a los productores nacionales pequeños y medianos para controlar la mayoría de cada sector. (Ana de Ita, https://tinyurl.com/25bh78ex)
A escala global, las mayores empresas de cría y procesamiento industrial de animales en confinamiento son JBS (Brasil-EU, que compró Pilgrims y gran parte de Tyson), Cargill (canadiense) y WH (china). Todas tienen fuerte presencia en México en las industrias porcícola, avícola y vacuna. WH compró Smithfield, que era dueña mayoritaria de Granjas Carroll, Puebla, donde se originó la gripe porcina en 2009.
Cargill, que siempre fue más conocida como comerciante de cereales –rubro en el que ocupa el primer lugar a escala global–, aumentó su porcentaje en la cría animal en confinamiento porque es un inmenso negocio. Cierra el círculo de ganancias con la importación de maíz y soya transgénica, que además de vender a otros, usa en sus instalaciones (https://tinyurl.com/5ynmzhpz).
Son este tipo de empresas –que se instalaron en México aprovechando las ventajas que les dieron las bajas regulaciones ambientales, laborales y de salud– las que presionan por cada vez mayores importaciones de maíz y que como máquina de voracidad infinita, con su demanda siempre van a “demostrar” que México no tiene “suficiencia alimentaria”. (https://tinyurl.com/yckud9hd). Lo cual, además de contaminar e inundar los mercados de mala comida, da pie a que la Sader argumente una supuesta “necesidad” de seguir importando maíz transgénico y aumentar en la nación la siembra de maíz industrial y otros cultivos con el cancerígeno glifosato.
Se puede razonar que la cría confinada de animales también se vende a la población mexicana y, por tanto, es parte del abasto alimentario. Sin embargo, aunque el consumo cárnico en México ha crecido, no lo ha hecho al ritmo vertiginoso de las actividades pecuarias industriales. Estas, además, desplazaron a la cría de pequeña escala que usaba diferentes forrajes, antes principalmente cultivados a escala regional o nacional. En la década pasada, lo que aumentó la industria de cría y procesamiento animal en México es la exportación, incluso a China, sede de WH, principal productor mundial de cerdos.
Como señala Ana de Ita, no se puede plantear la autosuficiencia alimentaria sin cuestionar las políticas que favorecen a las grandes empresas y transnacionales, que son quienes recrean la dependencia para seguir acumulado ganancias, dejando en México contaminación y enfermedades.
* Investigadora del Grupo ETC