Todas las partituras de Sofia Gubaidulina (Chistopol, República Tártara, 1931) nacen de lo más elevado del alma y ascienden al cielo, en metáfora y de acuerdo con las leyes de la física: el sonido, dice la compositora, “se convirtió en algo sagrado para mí, en una devoción, una actitud meditativa ante el sonido, para alcanzar la transfiguración”.
El sonido de su música siempre asciende. Y nosotros con ella.
Todo aquel que escriba música, añade, debe procurar dotar de fuerza al alma del escucha. El arte de la música, define Gubaidulina, “amplía las fronteras del conocimiento porque permite aproximarse a lo más elevado de nuestro ser. El arte de la música es capaz de tocar y aproximarse al misterio y a las leyes del cosmos y del mundo.
“El arte de la música es coherente con la tarea de ampliar la dimensión más alta, superior de la vida, lo que está por encima de la cotidianidad. Y es capaz de influir en la sociedad a través de dos caminos: por un lado, es una consolación, una fuente de alegría, y por otro, la música puede elevar al ser humano a unas esferas más altas, a un estado del alma más alto, y abrir fuerzas ocultas en nuestra alma de las cuales no somos conscientes, pero a partir de la música podemos aproximarnos y tocarlas.”
El arte de la música de Sofia Gubaidulina es sumamente poderoso.
Escuchar su música, que es profundamente religiosa, nos conduce a un estado meditativo diferente al éxtasis que nos produce escuchar la música religiosa de Arvo Pärt y de Alfred Schnittke, que observamos en la entrega anterior del Disquero.
A sus 91 años, Sofia Gubaidulina continúa en plena producción y dominio absoluto de su oficio. Vive en Hamburgo desde hace cuatro décadas, las mismas que tienen en el exilio Arvo Pärt y Alfred Schnittke, lo cual nos pinta el cuadro completo: Stalin interrumpió la vasta tradición musical rusa, pero como el agua que siempre busca la forma, la corriente no cesó su flujo: la gran música rusa continuó en el exilio.
Sofia Gubaidulina, Arvo Pärt y Alfred Schnittke son los tres compositores más importantes de ese movimiento continuador del que formaron los autores de la generación anterior, encabezados por Shostakovich y Prokofiev, quienes eligieron quedarse en su patria, lo cual les costó un sufrimiento atroz que en el caso de Dmitri Shostakovich resultó en una acción muy violenta del miserable Stalin, que era un pobre diablo simplemente investido de poder y que sentía envidia porque Shostakovich era amado por todos y él se conformaba con ser temido.
Todos los ataques sistemáticos, el dolo, odio a muerte de Stalin contra Shostakovich está documentado debidamente. Hay libros de musicólogos, hay documentales en devedé; la novela El ruido del tiempo, de Julian Barnes, toma el tema por los cuernos, la papa caliente con las manos desnudas.
Shostakovich enfermó de muerte debido al acoso laboral que le infringió el tal Stalin. Ese era su propósito insano: asesinarlo por asedio. Decía, cínicamente: “¿Quieres matar a alguien? Hostígalo a diario, a diario y le bajan las defensas, se enferma y se muere”.
Curiosamente, toda esa generación y la siguiente, sobrevivió escribiendo música para cine, mucha música para cine, lo cual era un oficio para poder vivir y en la cual está presente, sin embargo, la acción de resistencia que ejercieron todos esos autores frente a la censura. Sabemos todos que los censores son ignorantes por naturaleza, de tal suerte que Stalin no se daba cuenta de que Shostakovich se reía a carcajadas de él en todas sus partituras.
El vasto movimiento cultural de la música rusa en el exilio giró en torno de la religión. Ya la semana pasada vimos cómo Pärt y Schnittke pasaron al catolicismo luego de su formación en la tradición ortodoxa y escribieron música sublime.
La música de Sofia Gubaidulina es harto diferente. Es dura, sólida, áspera, pero también angelical. En sus obras, todas ellas religiosas, hay canto de ángeles y sonido de campanas. Pero hay también la vastedad del universo, los ángeles con espada, la ira de Dios (una de sus partituras así se titula: The Wrath of God), el sonido y la furia.
Es como en budismo, donde hay budas iracundos; el propósito fundamental de todo ser viviente es conseguir la iluminación, así Gubaidulina traza el camino hacia lo que ella llama, en vez de iluminación, transfiguración.
Todo arte, consigna Sofia, está estructurado a partir de la religión.
Se define: “Soy una persona religiosa. Y por religión entiendo re-ligio y el re-ligado de un vínculo, restaurando el ‘legato’ (término técnico en música que indica articulación) de la vida. No hay ocupación más importante que la recomposición de la integridad espiritual a través de la música”.
Todavía en la Unión Soviética, Sofia integró un grupo de compositores junto con Alfred Schnittke y Denisor, cuya música, la de todo ese grupo, fue denunciada y prohibida.
En sus clases de composición, Shostakovich apoyó a Gubaidulina: “Siga usted por el camino incorrecto”, en referencia a los procedimientos técnicos que ella establece, por ejemplo, escribir politonalidades, en lugar de las tradicionales composiciones en una sola tonalidad: do mayor, re menor, etcétera. Y también refiriéndose, por supuesto, a su resistencia frente al acoso.
Curiosamente, hay un músico a quien debemos buena parte de nuestra formación musical porque cuando éramos niños podíamos tener muchos discos de música clásica en casa porque eran baratos, venían de la Unión Soviética y eran de la marca Melodiya: Gennadi Rozhdestvensky, director de la Filarmónica de Moscú y muy influyente en el ámbito musical de la URSS.
Ese músico, curiosamente, fue quien defendió a Gubaidulina, Schnittke, Pärt y todos los músicos repudiados por el régimen. Estrenó obras de todos ellos a pesar de que estaban prohibidas. En el caso de Sofia, es conmovedor su apoyo y compromiso.
Se puede ver en YouTube un documental titulado A Portrait of Sofia Gubaidulina, donde vemos a la compositora caminar bajo la nieve por las calles de Moscú y luego en un estudio de grabación, sentada frente a su atril con su hato de partituras, como parte de la orquesta que estrenó y grabó varias de sus obras, en particular una: Stimmen, Verstommen, a Symphony (Voces, silencio, una sinfonía), en la que los silencios forman un ritmo poderosísimo.
El clímax de esta obra, explica Sofia, “es esencialmente el silencio” y, efectivamente, hay un largo pasaje de la sinfonía donde Gennadi Rozhdestvensky deja la batuta y comienza a gesticular con las manos y los brazos figuras geométricas a la usanza de la antigua Grecia, en una danza espectacular.
Para Sofia Gubaidulina el camino hacia la transfiguración está en la atención ensimismada al sonido y una actitud de meditación frente al silencio.
Antes, contextualiza, “el objetivo de los compositores era crear sonidos bonitos. A mí me interesa la pureza del sonido. Un estado de éxtasis frente a la exploración del sonido”.
Para el autor del Disquero, esa transfiguración la podemos alcanzar en muchas de sus obras, entre ellas el Hommage a TS Eliot, de 1987, en Seven Words, en Dialog Ich und Du.
Sofia Gubaidulina aplicó en sus partituras los principios esenciales que aplicó TS Eliot en su poesía.
Ella es quien mejor ha comprendido la naturaleza más profunda de los Cuatro Cuartetos de TS Eliot: la percepción del tiempo.
“Sus Cuatro Cuartetos son cuatro variaciones en el tiempo y cuatro variaciones en el no tiempo: pasado, presente, futuro y no tiempo, vinculados a los cuatro elementos, a las cuatro eras. La belleza de un punto de inmovilidad dentro de un círculo en movimiento. La belleza de un círculo en movimiento y su propio movimiento. Es el punto que está en el centro de la cruz y finalmente hay un punto fuera del círculo, completamente irracional, y ese es el centro del tiempo: todo muere, arde en llamas, se reduce a la nada y renace.
“Es una flama que purifica, un estado de alma bendecida, hasta que toma lugar la transfiguración, la resurrección del espíritu. Es cuando la llama y la rosa son lo mismo.”
En la versión de mi querido amigo, el poeta José Emilio Pacheco, de ese pasaje de los Cuatro Cuartetos de TS Eliot:
Con la atracción de este Amor y la voz de este Llamado
No cesaremos en la exploración Y el fin de todas nuestras búsquedas Será llegar adonde comenzamos, Conocer el lugar por vez primera. A través de la puerta desconocida y recordada Cuando lo último por descubrir en la tierra Sea lo que fue nuestro comienzo: (…) Y todo irá bien Y toda clase de cosas saldrá bien Cuando las lenguas de la llama se enlacen En el nudo de fuego coronado Y la lumbre y la rosa sean una.
He ahí el poder de la música. He ahí la esencia de toda la música de Sofia Gubaidulina: queda demostrado: lo que los budistas denominan Iluminación, la compositora tártara Sofia Gubaidulina llama Transfiguración.
Cuando la lumbre y la rosa son una.
Porque escuchar la música de Sofia Gubaidulina no es otra cosa que una experiencia mística. Un estado de éxtasis. Una elevación del alma. La transfiguración frente al éxtasis por el sonido.