El presidente de Rusia, Vladimir Putin, anunció la madrugada del jueves el inicio de una “operación militar especial” en las regiones de Donietsk y Lugansk, en el este de Ucrania. En el transcurso del día, lanzó además una serie de bombardeos con los que –a decir de Moscú– quedaron neutralizadas “74 instalaciones terrestres de infraestructura militar, incluidos 11 aeródromos de la fuerza aérea, tres puestos de mando, una base naval y 18 estaciones de radar”, e inició un despliegue de tropas que en pocas horas avanzó hacia diversas ciudades ucranias.
En su mensaje televisado, el mandatario afirmó que su objetivo es “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania para “defender a las personas que en los pasados ocho años han sufrido vejaciones, un genocidio perpetrado por el régimen de Kiev”, en alusión al hostigamiento contra ciudadanos rusófonos, y en particular a las hostilidades entre el gobierno ucranio y los territorios que desde el lunes son reconocidos por el Kremlin como repúblicas independientes. Las reacciones de Occidente no se hicieron esperar: el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, aseguró que su nación “planta cara a los matones”, calificó de tirano a Vladimir Putin y afirmó que “será un paria en el panorama internacional”. El demócrata dio a conocer nuevas sanciones contra integrantes de las élites rusas y sus familiares, además de un control sobre las exportaciones, pero reiteró su postura de no enviar soldados estadunidenses a Ucrania.
La primera dificultad para enfocar estos acontecimientos es que, como reza el conocido aforismo, cuando se declara la guerra, la primera baja es la verdad. En efecto, no sólo asistimos a una extrema ideologización y parcialidad en la cobertura de los hechos, sino que las mentiras y los sesgos característicos de los tiempos bélicos se ven potenciados en las redes sociales y llevan a la hipertrofia de una masa informativa fuera de todo control y verificación.
En medio de esta penumbra, para el ciudadano medio e incluso para los actores estatales no involucrados, lo más sensato es lamentar el conflicto por lo que éste implica en términos de sufrimiento humano y destrucción material e insistir en la necesidad de una solución pacífica mediante el diálogo. Es importante respaldar la postura del gobierno mexicano “en contra del uso de la fuerza, en contra de que se ponga en duda la integridad de un país independiente, y en favor de la Organización de Naciones Unidas y sus resoluciones”.
Un factor de entendimiento que puede ponerse por encima de la infodemia coyuntural es la génesis histórica del conflicto. Éste hunde sus raíces en la compleja relación ancestral entre rusos y ucranios desde la fundación de la Rus de Kiev en la Alta Edad Media, y se complica con el desarrollo de la revolución rusa de 1917, los brutales reordenamientos territoriales y demográficos efectuados bajo el puño de Stalin en el segundo cuarto del siglo XX, la disolución de la Unión Soviética en 1991 y todas las complicaciones irresueltas de este terremoto geopolítico, entre las que ocupa un lugar primordial la preocupación de Rusia por la seguridad de sus fronteras y por los grupos étnicos rusos que quedaron en varias ex repúblicas soviéticas.
En este drama, Occidente dio la espalda a cualquier papel constructivo y se empeñó en utilizar la transitoria debilidad rusa para crear un mundo unipolar regido por Washing-ton, para lo cual transgredió sistemáticamente el compromiso de no expandir hacia el este el manto militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En una prolongación de la guerra fría, Occidente se empeñó en instalar en Kiev un gobierno rusófobo, con lo cual dio pie a la rebelión de las regiones de mayoría rusa y gestó una suerte de guerra civil que sirvió de caldo de cultivo para el fortalecimiento de grupos ultranacionalistas e incluso neonazis que han permeado a las instituciones ucranias.
Como se ve, es necesario poner sobre la mesa todos los elementos y no sólo los que convienen a los gobiernos occidentales, pues poco contribuye a la comprensión la perspectiva según la cual Putin y su gobierno se mueven por mera ambición y maldad. Sin dejar de lado la condena al recurso de la violencia militar por parte de Moscú, debe evitarse caer en el maniqueísmo y ponderar las motivaciones que explican el conflicto.