Después de casi cinco años desaparecidos, Juan de Dios Núñez Barojas, Abraham Basurto Linares y Vicente Basurto Linares regresaron a casa la semana pasada. Así concluyó un lustro eterno de búsqueda incansable de sus familias, cinco años de lucha cuesta arriba ante un Estado inoperante en materia de desaparición, búsqueda y acceso a la justicia. “A mis hijos los quisieron desaparecer, pero no sabían que ellos llegaron para permanecer, para clamar y gritar por justicia”, aseguró María Luisa Núñez, madre de Juan de Dios, cofundadora del colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla, y ejemplo de dignidad y valentía en su trayectoria de lucha por los derechos humanos; en la ceremonia en que la comunidad de Tehuitzo despidió y honró la memoria de los tres jóvenes.
Cada día desaparecen en promedio 23 personas en el país, y hasta ayer, 23 de febrero, la Secretaría de Gobernación contabiliza 98 mil 210 personas desaparecidas y no localizadas en México desde 1964. A dicha cifra hemos de sumar los más de 52 mil cuerpos no identificados de personas fallecidas, de los que dio cuenta el Comité de Naciones Unidas contra la Desaparición Forzada en su histórica visita a México en noviembre de 2021. El estado de Puebla, donde desaparecieron los tres jóvenes, suma 2 mil 543 personas desaparecidas y no localizadas.
Para contribuir a dimensionar esta tragedia en la entidad poblana, el Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría SJ (IDHIE), de la Universidad Iberoamericana Puebla, presentó recién su Informe sobre la situación de la desaparición de personas en Puebla, en el que denuncian la “burocratización del dolor” que comete el estado y los impactos sicosociales que producen en las familias la desaparición y la búsqueda. En dicho informe se documentan prácticas como la demora excesiva en el inicio de las carpetas de investigación por desaparición, la simulación del trabajo y la sustitución de las funciones públicas, que provocan una transferencia hacia las familias de labores que deberían ser efectuadas por las dependencias del estado, como el papeleo, la comunicación entre instituciones e incluso la investigación y búsqueda en campo, todo lo cual vulnera y revictimiza a las familias en búsqueda. También en dicho documento se expone cómo la inacción y la inoperancia de las instituciones, además de revictimizar y sobrecargar a las familias, desarticula a la sociedad civil organizada y envía un mensaje de tolerancia estatal ante las graves violaciones implícitas.
La situación de la desaparición en México es indignante, desoladora, paradigmática y expresión elocuente de un Estado rebasado. Ha sido el amor de las familias, que en medio del dolor contraponen su esperanza, valentía y resistencia ante la inacción estatal, lo que ha alimentado la creación de andamiajes alternativos que soportan y ayudan la búsqueda de las personas desaparecidas y el acceso a la justicia. Los colectivos de familiares en búsqueda han articulado en su quehacer lo que el estado se ha mostrado incapaz de proporcionar: orientación, apoyo, cercanía, cariño y compañía a quienes buscan incansablemente a sus seres queridos. En los colectivos, los desaparecidos son hijos y familiares de todos.
El hallazgo de los cuerpos de Juan de Dios y sus dos amigos con quienes viajaba de vuelta a casa el día de su desaparición, fue posible gracias al esfuerzo sobrehumano de sus familiares y del colectivo. Las imágenes que acompañan la noticia de su despedida nos ponen frente a una de las más terribles paradojas de este desgarrador país nuestro: Juan de Dios, Abraham y Vicente han vuelto a casa sin vida y son recibidos por la comunidad de Tehuitzo entre cantos, porras y profundas muestras de amor y dignidad. En medio de la muerte se comparte la vida, se comparten los alimentos y se celebra en un ambiente festivo la certeza de una despedida.
Festejo y luto, aflicción y paz; la realidad de la desaparición en México descoloca el imaginario de la esperanza. El dolor de las familias no tiene reparación y el regreso sin vida a casa de un ser querido nunca será una buena noticia; pero el hallazgo, identificación y retorno, aun sin vida, en este país de desaparecidos e historias truncas, demuestra, en palabras de María Luisa, que la lucha vale la pena y que el dolor se convierte en semilla. La desaparición de Juan de Dios, Abraham y Vicente en abril de 2017 fue convertida en una semilla que germinó en el movimiento la Voz de los Desaparecidos en Puebla, creado en mayo del 2018, que ha visibilizado la crisis de desaparición en el estado, ha luchado contra las fuerzas que la perpetúan y ha logrado traer de vuelta a casa a los tres jóvenes.
Pero la lucha no termina con un hallazgo, como ha asegurado María Luisa Núñez; ahora “sigue buscar a los demás y a todos los que nos faltan”; frente a esa voluntad, más valdría a los gobiernos y sus instituciones no persistir en la minimización, sino sumar toda su voluntad política y sus activos para garantizar la implementación de las leyes y protocolos en la materia; para fortalecer las capacidades institucionales, diseñar políticas públicas efectivas y garantizar el acceso a la justicia poniendo en el centro a las familias. En Puebla, la Fiscalía General de Justicia del estado, la Comisión de Búsqueda de Personas y el Poder Ejecutivo deben contribuir para hacer cesar el doloroso proceso de revictimización de las familias y poner todas las condiciones para hacer factibles la verdad, la justicia y la reparación.