Es notable la capacidad de adaptación y/o maleabilidad social del pentecostalismo. Surgido en los márgenes, el reavivamiento logró alcances globales. El pentecostalismo sacudió inicialmente, desde un viejo templo que fue de la Iglesia metodista episcopal africana, al protestantismo estadunidense y después al conjunto del cristianismo evangélico de todo el mundo.
El pastor afroestadunidense William J. Seymour y un pequeño grupo reunido en la calle de Azusa, número 312, en la periferia de Los Ángeles, en abril de 1906, tuvieron experiencias místicas y extáticas que atribuyeron al accionar del Espíritu Santo. El día 18 del citado mes, los lectores de Los Ángeles Daily Times conocieron un reporte que narraba lo sucedido entre los congregantes encabezados por Seymour: manifestaban un inusitado emocionalismo en sus cultos religiosos, aplaudían frenéticamente, rodaban en el piso y decían hablar en otras lenguas, a la manera de lo descrito en el Nuevo Testamento (capítulo 2 del Libro de los Hechos). El enviado del diario resumió lo atestiguado con una frase: aquello era un pandemónium, que sólo podía tener lugar en una metrópoli como Los Ángeles, hogar de un sinnúmero de credos. De todas maneras –subrayaba–, la nueva secta era tan extraordinaria que no parecía que pudiera entenderla ningún mortal. Lo publicado fue un imán que atrajo, literalmente, a miles de personas que, por distintas motivaciones, asistieron al desvencijado ex templo metodista.
Sobre el significado y alcances del avivamiento pentecostal de la calle Azusa, es relevante citar la evaluación Harvey Cox, célebre teólogo de la Universidad Harvard, quien tras varios años y extensos viajes internacionales de estudio sobre el movimiento pentecostal (cuyo resultado fue el volumen Fire from Heaven. The Rise of Pentecostal Spirituality and the Reshaping of Religion in the Twenty-first Century) concluyó que “en retrospectiva, el carácter interracial de la creciente congregación en la calle Azusa fue, en los hechos, una especie de milagro. Era, hay que subrayarlo, 1906, tiempo de creciente, no menguante, separación racial por todas partes. Muchos visitantes reportaron que en el avivamiento de la calle Azusa cantaban y oraban juntos negros y blancos, y asiáticos y mexicanos. Seymour era reconocido como el pastor. Pero había diáconos tanto blancos como negros, y de la misma manera mujeres, blancas y negras, eran predicadoras y sanadoras. Lo que parece haber impresionado más o disgustado a los visitantes, no fue el liderazgo interracial, sino el hecho de que esos negros y blancos, hombres y mujeres, se abrazaran unos a otros en el sencillo altar, mientras lloraban y oraban. Un predicador blanco sureño más tarde escribiría en su diario que primero él se sintió ofendido y sorprendido, pero después inspirado por la evidencia de que, como lo dejó plasmado, ‘la línea del color fue borrada por la sangre’ de Cristo”.
Desde los primeros días del avivamiento de Azusa participaron mexicanos, hombres y mujeres, en la experiencia. Algunos de ellos fueron quienes difundieron el pentecostalismo en México. El gran activismo evangelístico de quienes vivieron directamente el despertar espiritual, o se enteraron del mismo mediante el periódico publicado por el grupo de Seymour, The Apostolic Faith, reconfiguraría el perfil dominante del cristianismo protestante/evangélico mundial. Dos obras, a mi parecer magistrales, documentan el intenso dinamismo misionero del pentecostalismo que emergió en la calle Azusa: Cecil M. Robeck, The Azusa Street Mission and Revival. The Birth of the Global Pentecostal Movement (Thomas Nelson, Inc, 2006), y Allan Anderson, Spreading Fires. The Missionary Nature of Early Pentecostalism (Orbis Books, 2007).
En casi 120 años transcurridos desde el movimiento que irrumpió en la calle Azusa hasta nuestros días, el pentecostalismo se ha dispersado en varias ramificaciones. Una es el neopentecostalismo, que se caracteriza por ser massmediático y dispensador de promesas materiales. Tiene rasgos del pentecostalismo original, por ejemplo, privilegiar experiencias espirituales/extáticas, pero en su agenda está el énfasis en transformar al mundo desde las instancias verticales del poder.
En el neopentecostalismo, hacia principios de la década de 1980, comenzó a ganar terreno la posición neoconstantiniana, consistente en tener como meta obtener crecientes posiciones en las esferas del poder político, para desde las mismas buscar el predominio en la sociedad de valores pretendidamente cristianos. Ya no se trataba de persuadir al mundo, sino de regirlo. Este tipo de integrismo se caracteriza por el afán de dominio y en el proceso se privilegian las voces de “iluminados” (profetas y apóstoles) que son fuente de bienes simbólicos de salvación. Además, campea la lectura descontextualizada de la Biblia, tejiendo todo tipo de discursos basados en retacerías “bíblicas”.