La imagen era fantástica: en el vagón más viejo y modesto de los Ferrocarriles Nacionales con unas literas al centro y una cocineta al fondo conversaba animadamente un pequeño grupo rumbo al Bajío. Con el paisaje móvil que ofrecían las ventanas llenas de cúpulas y campos, pronunciados silos de haciendas y un horizonte de cerros azules viajaba la parte más brillante de un grupo universitario en “misión de agente viajero de la cultura”.
Así nació –y no por el decreto del3 de octubre de 1921– la Secretaria de Educación Pública. Sin ese viaje comandado por José Vasconcelos y su distinguida trouppe otro habría sido el destino de la nueva institución. Debían convencer a los gobiernos locales y a sus habitantes de que apoyaran el proyecto.
Antonio Caso, Gómez Robelo, Roberto Montenegro, Jaime Torres Bodet y Carlos Pellicer formaban ese grupo itinerante que acompañaba a Vasconcelos. Viajaban para hacer lobby estado por estado, buscando recursos, sensibilizar a la clase política local, dar discursos y bailes, declamar versos en plazas públicas, teatros o hablar de la pintura, la música, la literatura, la educación y sus bondades.
Desde entonces, Carlos Pellicer encontró el gusto por compartir la cultura de manera directa. No se conformaba con publicar sus versos, quería compartirlos en voz alta; no le bastaba hablar de la plástica para emocionar a su auditorio, sino montar exposiciones, convertirse en curador de museos como lo hizo en La Casa Azul de Frida Kahlo o en el museo Anahuacalli.
Debe haber sido un espectáculo ver y escuchar al tabasqueño recitar versos propios y ajenos en las plazas públicas o en los patios de lúgubres vecindades para cautivar a las personas con la sonoridad de los poemas y decirles que sólo por eso convenía aprender a leer.
Diego Rivera recordaba que en esos años, Pellicer ya poseía “un estro inspirado, fuerte y muy plástico”. La emoción profunda que a Diego le había causado un poema que le oyó decir en una reunión con Vasconcelos los unió de inmediato: “Era en verdad el poeta-pintor de América, con sus versos opulentos de forma y ricos de color”.
Para Pellicer el arte y la cultura eran constancia de vida. Y tal vez por la intensidad con la que vivió muchos artistas le regalaron obras como el magnífico retrato que le hizo Diego Rivera.
Hace unos días, el gobierno de México recibió en donación 651 piezas y documentales de la colección de arte que pertenecieron a Carlos Pellicer. Las donó el sobrino del poeta Carlos Pellicer López. Sí, el poeta dividió su colección artística y de documentales, mil 300 piezas, en dos partes, para heredarle a sus dos sobrinos.
Ha escrito Elena Poniatowska que desde muy joven el poeta del grupo Contemporáneos comenzó a reunir los más variados objetos, piezas arqueológicas, libros, artesanía popular, grabados y fotografías. Como tenía el instinto de un gran artista y el buen gusto de quien sabe reconocer el talento de otros, dice Elena, se hizo de un acervo extraordinariamente valioso. Y vaya que lo fue:
Entre las obras donadas se incluyen dos trabajos de Rivera, 33 grabados de Orozco y los apuntes para los murales de la preparatoria de San Ildefonso, también tiene siete óleos de Clausell, cuatro de José María Velasco y 18 dibujos y 20 grabados, de Dr. Atl cuatro óleos y 16 dibujos, de Roberto Montenegro 11 óleos y 20 litografías, de Nahui Ollin dos pinturas, una caricatura de Roberto Montenergro, un óleo de Soriano, tres trabajos de Chucho Reyes y fotografias de Álvarez Bravo y Armando Salas Portugal.
Hace casi medio siglo murió el poeta y su intensa vida aún nos sorprende. Apenas nos enteramos de que vivía bajo una escalera en el museo La Venta y que pudo morir fusilado en 1929, acusado de conspirar contra la vida del presidente Ortiz Rubio y que sólo la intervención del ministro Genaro Estrada lo salvó de morir en el paredón.
¿Qué más nos seguirá revelando su correspondencia? Por lo pronto, las piezas de su colección artística recién donada y que albergará el Museo Nacional de Arte nos seguirán revelando muchas historias del México que vivió.
Uno de sus alumnos en la preparatoria de San Ildefonso fue Octavio Paz, quien en un ensayo nos hizo ver que en los versos del tabasqueño nunca aparece la conciencia y la reflexión: es un poeta, nos dice Paz, que no razona ni predica: canta.
Decía Octavio Paz que nuestro primer poeta realmente moderno fue Carlos Pellicer. Cuando sus compañeros de generación aún merodeaban en la retórica de González Martínez o seguían encandilados por el esplendor moribundo del simbolismo francés, Pellicer echa a volar sus primeras y memorables imágenes, con la alegría de aquel que regresa a su tierra con pájaros nunca vistos. Algunas de esas aves raras también se encuentran en su colección artística.