Uno de mis contactos en redes me pide que haga algo de memoria y recuerde mis días en El Ciervo Herido, hojita quincenal que más o menos duró dos años, y de la que puede decirse que con la periodicidad siempre cumplió (una o dos veces al retrasarse se imprimió en número doble y con el doble y al menos en una ocasión el cuádruple del contenido normal). La hoja volante, que llegó a repartirse en camiones, a dejarse debajo de las puertas, a distribuirse en huelgas y tocadas, es una de las alegrías –discreta, cierto– que me ha proporcionado la vida.
Se mantenía por sí sola (solicitábamos, obvio: no siempre, cooperación voluntaria, vendimos alguna suscripción) y nos dio el gusto de podernos comprar con dinero excedente una maquinita portátil de escribir (de uso general) y en nuestro primer aniversario mandamos a hacer dijes de plata con el logo de Sebastián: los estilizados cuernos, en círculo, de un venado –uno para cada uno de los participantes en el taller literario que publicaba El Ciervo...
Hablo de mediados de los 70 y de la Roma Sur (Tepic 71), sede del Centro para el Estudio de Folclor, Cefol, impulsado por jóvenes músicos activistas, entre los cuales casi siempre fui el mayor. El Cefol, naturalmente, era de izquierda –o de izquierdas; recuerdo trotskistas, maoístas, gente “del Partido” (más bien visitas, invitados, compañeros de ruta) y a los así nomás: de izquierdas.
Publicamos dos libros de poesía (los recursos se acaban). Remito a un artículo de Alejandro de la Garza que de modo casual acabo de encontrar ( https://www.razon.com.mx/el-cultural/historia-de-dos-libros/ ). El tercero hubiera sido de Adolfo Castañón (ya editado por La Máquina de Escribir caligrafió en mi ejemplar: “para mi frustrado editor”).
Nos reuníamos martes y jueves, de 7 a 9 de la noche. Nombraré entre los integrantes (no fueron tantos, pero sí) a Isabel Quiñónez, Eduardo Langagne y Mario Alberto Mejía (en algunas sesiones estuvo Jorge Boccanera), quienes, me queda la impresión (no hablo de Jorge), en nuestra modesta pero gozosa hojita vieron por primera vez impreso un poema suyo.
Ya llovió, y cuánto. Sólo agregaré que el Cefol nació de una ruptura con la legendaria Peña Tecuicanime y que el taller, en principio ideado para músicos, terminó –sin dejar, imagino, de servir a las letras ( lyrics)– siendo únicamente de poesía.