El 13 de septiembre de 1970 Milton Friedman publicó en The New York Times Magazine, un articulejo que en su título recoge una de las tesis centrales de su libro Capitalism and Freedom (1962): “La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios”. Friedman, se sabe bien, es el padre principal de la escuela de Chicago que, en poco tiempo, pasará a formar parte central de la historia de la ignominia. Milton explicó que las empresas debían llevar a un máximo las ganancias, porque ese era su deber para con los accionistas.
Escribió que ello debería ocurrir, desde luego, en el marco de las leyes establecidas por el Estado. Lo dijo, sin aludir a que esas leyes serían dictadas también por la misma matriz de “pensamiento”: para maximizar las ganancias era preciso crear las condiciones que lo propiciaran (pues sí): disciplina fiscal y reducción del impuesto sobre la renta (a la empresa); liberalización de las tasas de interés y tasas de cambio competitivas; liberalización del comercio exterior y de la inversión externa; privatización y desregulación.
Debido a que esos principios “filosóficos” de buena economía no acababan de ser atendidos (en no pocas regiones del orbe había torpes resistencias), en 1989 el economista gringo John Williamson realizó una síntesis del catecismo, especialmente dirigida a los países “en desarrollo”: el Consenso de Washington (un consenso rarísimo entre el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, los tres domiciliados en Washington). Así, el mundo neoliberal había quedado armado y estructurado para la máxima maximización de las ganancias.
Algo no andaba bien porque apenas en 2000, el barco neoliberal empezó a hacer agua. Y en 2007/2008 vientos huracanados inclinaban la nave hacia todos lados y no había quién pudiera achicar la abundante anegación. Desde entonces la nave ha estado naufragando, los tremendos principios fueron olvidados, el consenso se volvió disenso, los tozudos latinoamericanos otra vez armando gobiernos progre. Lo que tenemos es la disputa por el futuro.
En México la tesis miltoniana sobre las ganancias habría regocijado a Milton: se volvió rapiña, maximización del robo en despoblado. Que lo digan si no, empresas españolas, canadienses, gringas, y que nos platique sobre las suyas, Germán Larrea o Ricardo Salinas Pliego. Las fuerzas empresariales se volvieron poderes fácticos y estuvieron detrás de unas leyes inicuas, hechas para maxirrobar. El mismo movimiento de maximización de ganancias produce el empobrecimiento de toda otra forma de ingreso, la misma acción económica que enriquece aún más al capital y los de arriba, empobrece a los asalariados y al pueblo en general; la misma mueca de los Larrea, de hundir a todo mundo en Pasta de Conchos, es el origen de la inefable desigualdad engendrada por el neoliberalismo a la mexicana.
La 4T se halla en los prolegómenos de la tarea indispensable de separar al poder político del económico, sin lo cual no hay camino para vencer a la ignominiosa desigualdad, menos aún para aspirar a tiempos de verdadera justicia social. Sin embargo, tenemos a la vista la brutal campaña de ataques centrada en el Presidente que, está claro, ya no parará. Los pasos atrás que dio la 4T en las elecciones intermedias fue vista por los beneficiarios del neoliberalismo como el inicio de su regreso al poder para los privados y su maximización de ganancias. Claudio X., triunfante y en la descubierta de sus partidos ( PRIANRD), olió la sangre del enemigo. Ahora su objetivo de corto plazo es ganar la revocación de mandato y después la elección de 2024. La agitación política en la República será cada vez más extrema. Ello no obstante, la lucha contra la desigualdad social no debe parar.
El Presidente se defiende: las élites deben acostumbrarse al veredicto de la mayoría, el pueblo mexicano. Resulta incomprensible que Morena no despliegue una campaña de gran calado para explicar que los ataques al Presidente son contra esa mayoría. El poder neoliberal no se acostumbrará a nada que no sean las ganancias de Milton. La movilización popular con propósitos claros es indispensable. Es preciso cerrar el paso a los Larrea y su inefable indicación a sus trabajadores de votar “por la inversión”; así ocurrió en 2018.
En España, Estados Unidos o Francia, el presidente en funciones tiene plena libertad de acción, opinión, manifestación, todo el tiempo. La regla mexicana hoy sirve para maniatar a la 4T. Entre otras reformas, la política electoral, tiene que dar futuro no a la igualdad liberal de todos somos iguales –y las opiniones de cada uno son equivalentes–, porque son falsas. No, la igualdad para el atraco sólo la tienen unos a costa de los demás. La igualdad para comprar votos, sólo la tienen unos pocos. La igualdad para poblar las cárceles la tienen los más, y son de abajo. Con igualdades tan cargadas hacia arriba, son necesarias unas reglas para agregar igualdad a los de abajo.