Hablar en estos momentos de la sucesión presidencial en Estados Unidos, cabe en el terreno no de la especulación, sino de la “política ficción”. En este contexto se podrían clasificar los “juegos de guerra” entre quienes intentan detener la carrera de Donald Trump en su delirio de regresar a la Casa Blanca y los que invierten su capital político –y en algunos casos económico–, con tal de rescatar de las cenizas al inefable ex presidente de ese país.
Estos juegos de ficción política podrían convertirse en una terrible realidad en momentos en que el líder de la minoría Mitch McConnell intenta una estrategia que, de prosperar, lo regresaría al liderazgo mayoritario en el Senado. En esa intentona ha decidido que es tiempo de deslindarse de las desaforadas declaraciones de Donald Trump, de quien durante cuatro años fue aliado incondicional, apoyando todas sus aberraciones políticas.
McConnell ha insinuado que muy probablemente los republicanos perderán las elecciones intermedias si continúan apoyando las descabelladas ideas de Trump. La farsa que McConnell intenta poner en escena es digna de una comedia bufa y su sibilina forma de actuar. El senador, para quien la ética y moral política se reducen a su inmensa necesidad por el poder, sabe que su capacidad de maniobra se derrumbaría si los republicanos pierden nuevamente la mayoría en el Senado. Por esa razón, no deja de ser un tanto ingenuo, especialmente entre los demócratas que celebran la oportunista actitud de McConnell, pretender que son diferentes. De prosperar su táctica, abriría una puerta gigantesca para que los republicanos ganaran nuevamente esa cámara (tal vez la de Representantes también), lo que en el fondo les permitiría destruir toda posibilidad de que Biden pueda cumplir su agenda de reformas. Aquellos que lo duden, que le pregunten a Barack Obama, quien vio obstaculizadas sus intenciones de avanzar en propuestas que harían de Estados Unidos una nación más inclusiva y justa. Esas intenciones fueron boicoteadas en el escritorio de quien ahora quiere que se olviden todas sus iniquidades para volver al liderazgo del Senado.
Una y otra vez, McConnell ha insistido en salvar a la nación de una supuesta amenaza “autócrata y socialista”, pero lo que ha quedado demostrado es que en el fondo se trata de una fórmula para preservar un status quo muy del gusto de quienes realmente detentan el poder económico, que al fin y al cabo son los intereses que él representa. Así fue cuando logró que en la reforma de salud se pusieran a salvo los intereses de la multimillonaria industria farmacéutica, como condición para que ésta apoyara la reforma propuesta por Obama o su sistemática oposición para regular en forma más efectiva industrias como la petrolera y la carbonífera, altamente contaminantes del medio ambiente.
Y, por supuesto, su acto de mayor vileza: coartar la posibilidad de que Obama pudiera nombrar a un ministro de la Suprema Corte que, a fin de cuentas, equilibraría el balance en esa institución entre jueces conservadores y liberales. Cabe recordar que McConnell objetó dar entrada al candidato nominado por Obama con el trasnochado pretexto de que faltaban 11 meses para que dejara la presidencia, por lo que había que dejar el nombramiento a quien llegara a la Casa Blanca al año siguiente. No hay que darle muchas vueltas, su estrategia es ganar el Senado para continuar acotando, hasta sus últimas consecuencias, la rectoría del Estado, la sempiterna aspiración conservadora, cuya meta es garantizar los intereses de los menos. Es un error ver el supuesto distanciamiento de McConnell con Trump como algo que reivindica al primero. Uno y otro no son muy diferentes.
Parafraseando a la aguda comentarista política Maureen Dowd, “los republicanos hacen todo lo posible por obstaculizar cualquier iniciativa del gobierno demócrata, pero acto seguido los acusan de no hacer nada por el país”.