No se puede excluir la posibilidad de una crisis financiera. Las condiciones económicas en el mundo son frágiles y están ocurriendo cambios relevantes en las políticas monetarias y fiscales que van a tensar más las cosas. A esto hay que añadir las consecuencias de una guerra en Ucrania. México no es ajeno a esta situación.
La inflación se sitúa como un factor predominante. Los niveles que registra son los más altos desde hace décadas y su capacidad de distorsión en el uso de los recursos y su desigual impacto social es notorio.
Sobre el resurgimiento general de la inflación se aducen varias causas: unas están asociadas con las consecuencias de la pandemia en la oferta y la demanda globales; otras recaen en las políticas de aumento del gasto público para contrarrestar los efectos recesivos. Las repercusiones derivadas de los obstáculos en las cadenas de abastecimiento han tenido un severo impacto en la disponibilidad de insumos y bienes finales y por ello en los precios.
Hoy se están exhibiendo las consecuencias de más de una década de la política monetaria en Estados Unidos, aquella surgida con la crisis de 2008 y profundizada en 2010 por la Reserva Federal. Se trata de la gran expansión monetaria derivada de la política de muy bajas tasas de interés utilizada para contener el impacto de dicha crisis.
La tasa de interés de los fondos federales (aquella fijada por la FED para los préstamos interbancarios y que influyen en las tasas de corto plazo de los créditos de consumo) fue 5.26 en julio de 2007. De ahí cayó aceleradamente hasta 0.15 en enero de 2009 y se mantuvo en esos bajos niveles hasta noviembre de 2015. Desde entonces y hasta julio de 2019 creció hasta 2.40 por ciento para volver a casi cero en 2020, nivel en el que ha permanecido hasta enero pasado.
Así que la FED ha mantenido prácticamente en cero el precio del dinero, o dicho de modo más preciso, el precio del crédito en el sistema bancario. Esto tiene consecuencias. Las muy bajas tasas de interés provienen de una enorme creación de dinero por el banco central mediante la política de compra de deuda a los bancos ( quantitative easing o flexibilización cuantitativa).
Esto equivale a una enorme creación de dinero por parte del banco central, misma que se deposita en una veintena de bancos grandes desde donde se dispersa en el sistema financiero. Los bancos usan esa “liquidez” para prestar, de ahí provienen sus ganancias y los hacen en mayor medida cuando las tasas de interés de la deuda pública son muy bajas. Así se acrecientan también los riesgos del crédito.
Esto ocurre en un entorno de crecimiento de los precios por aumento de la demanda y, sobre todo, del mayor precio de los activos (bienes raíces, acciones en el mercado de valores y otros de tipo de inversión cada vez mas especulativa). Cuando el precio de los activos se distancia cada vez más de su valor real, la inestabilidad financiera se agrava. La situación se advierte ahora en la inflación y en el ajuste hacia abajo en los principales mercados de acciones.
Otro elemento de distorsión es el petróleo. El precio del barril llegó a un mínimo de 16.94 dólares en abril de 2020 y a mediados de febrero de este año había superado los 91 dólares. El impacto inflacionario del precio del petróleo sigue siendo muy fuerte y genera un efecto en cascada sobre otros bienes y servicios. El caso del gas es significativo, como se observó en Europa desde el inicio de la temporada de frío con una repercusión muy grande en el gasto de los hogares y la exigencia de subsidios por parte de los gobiernos.
Este factor se engarza con el conflicto que se ha ido profundizando con Rusia. Una cuestión se expresa en el gasoducto Nordstream 2 que habría de abastecer el mercado a partir de Alemania. El gobierno ruso trazó el curso del ducto eludiendo el territorio ucraniano, a diferencia del anterior Nordstream 1. Por ahora no se ha abierto el gasoducto. Al mismo tiempo, el asunto de Ucrania ha escalado con un giro militar en relación con la OTAN y que apunta a la invasión de aquel país. Una guerra, obviamente, tensaría más las condiciones económicas y financieras a escala global.
Otro elemento observable es que la FED está revisando los parámetros de su política monetaria. Esto significa la alteración de las políticas de tasas de interés. No se pueden sostener más las tasas bajas y el precio cero del “dinero-crédito”. Ahora es necesario apuntar a la inflación que llegó a 7.5 por ciento en enero pasado, la tasa más alta en cuatro décadas.
Un aumento de las tasas de interés como la que ya se anuncia tiene un efecto de alza en la contratación de deuda y en la dinámica de la actividad productiva. En el caso de México se asociará con las decisiones del Banco de México para mantener un diferencial de tasas suficiente que prevenga la salida de capitales del país.
Ese diferencial tiene que ver también, con la relación que existe entre la necesidad de contener la inflación y, por otro lado, prevenir un impacto recesivo en la economía. Las condiciones internas son endebles en ambos casos. La inflación tiene un efecto de distorsión general de los precios relativos y repercute de modo más severo en la población con ingresos fijos o muy bajos. La actividad productiva está en un punto de estancamiento y una presión adicional ahondará la recesión. Es tiempo de revisiones profundas de las prioridades económicas. Son ya cuatro años de una expansión más que insuficiente.