Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se vieron obligados a interrumpir “desde hace cinco años” la investigación de campo en la zona de Las Labradas, en Sinaloa, debido a los continuos recortes presupuestales aplicados en ese rubro.
Joel Santos, encargado del equipo de especialistas que examinó dicha área a partir de 2009, asegura que por sus peculiaridades artísticas y patrimoniales se trata posiblemente “del sitio más antiguo con el mayor número de petrograbados rupestres en el continente americano.
“Las Labradas posee casi 700 petrograbados que fueron realizados sobre basalto, una de las rocas más duras que existen (entre 5 y 7 en la escala de Mohs), con una calidad técnica y artística que supera a otras expresiones rupestres del norte de México”, explica Santos en entrevista con La Jornada.
Declarada zona de monumentos arqueológicos (el 30 de noviembre de 2012), el INAH comenzó a investigar formalmente a Las Labradas en 2009, aunque en 2003 se empezó a desarrollar la investigación.
De 2009 a 2017, acota Santos, “realizamos siete temporadas de trabajo de campo de forma ininterrumpida, con una inversión de 300 mil a 500 mil pesos por periodo”. Desde entonces, “no hemos podido continuar”.
El arqueólogo del INAH señala que el principal hallazgo fue explorar el área, así como registrar, clasificar e interpretar los petrograbados; definir sus características tipológicas e integrar toda la información: primero en una planimetría y después en mapas realizados con el uso de una estación total y un dron, tecnología que se aplicó por primera vez en México.
“Desde el principio planteamos que los asentamientos de la cultura que realizó los petrograbados debían de encontrarse cerca de los arroyos. Justo en la primera temporada ubicamos el sitio La Flor del Océano, donde registramos una industria lítica con todo el proceso de fabricación de instrumentos de cortar, como cuchillos y puntas de proyectil, en una capa de suelo sin cerámica, tecnología que data del 3 al 6 mil aC, pero que aún no hemos podido fechar con C14, ya que no hemos podido obtener una muestra de carbón óptima.
“En este lugar también hemos encontrado evidencias de asentamientos tardíos, enterramientos asociados con ocupaciones cerámicas datados entre los años 750 al 1250 dC. Durante las siete temporadas de campo hallamos más de 30 sitios en una periferia de 20 kilómetros con evidencias de asentamientos prehispánicos, en los cuales hemos registrado enterramientos, instrumentos de concha, lítica y cerámica.
“Las excavaciones que realizamos son muy pequeñas, ya que son sistemáticas y con un control absoluto de los materiales, apenas aproximativas, pero han dado cuenta de que en esta región existieron importantes ocupaciones prehispánicas, no fue el territorio de nómadas y cazadores que sigue viendo la arqueología centralista.”
Pese a la falta de presupuesto, arqueólogos del INAH continúan estudiando los petrograbados y trabajan en la museografía de una sala introductoria para exponer sus resultados.
“Lo ideal es contar con mayores recursos para continuar la exploración de sitios tan ricos como La Flor del Océano y otros que están a punto de desaparecer, como El Yugo, destruido casi en su totalidad al construirse una granja camaronera. La arqueología en esta región es nueva y sólo a través de proyectos a largo plazo será posible recuperar y valorar su pasado prehispánico”, añade Santos.
“De forma simultánea a la investigación, también se han llevado a cabo proyectos para desarrollar la visita pública en la zona de Las Labradas: en 2008, la asociación Adopte una Obra de Arte aportó recursos al ayuntamiento de San Ignacio para adquirir un terreno y construir un museo, un área de exposiciones, otra para vigilancia, un campamento arqueológico, entre otras instalaciones.
“Las construcciones fueron de arquitectura vernácula, estructuras de madera, muros de vara y tierra, así como techos de palma. En esa época se habilitó un acceso directo a Las Labradas; anteriormente, el camino bordeaba el arroyo hasta llegar a la playa, no a la zona arqueológica, como sucede hoy. El periodo de vida de estas instalaciones fue corto por su cercanía con el mar y por los intensos ciclones que periódicamente azotan la región.
“En 2012, el INAH construyó el actual centro de visitantes en el mismo lugar con estructuras de concreto y acabados de adobe mejorado. La sala se integra por una sala introductoria, taquilla y administración, baños, laboratorio, cafetería y bodegas.”
Además de Joel Santos, en el proyecto de investigación de Las Labradas también han participado otros arqueólogos reconocidos, como Enrique Soruco, Julio Vicente López, Fernando Orduña, Gibrán de la Torre e Israel Hinojosa, así como varios grupos de estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
“Mi trabajo es coordinar al equipo, que lleguen los recursos a tiempo y que no falte nada en el campamento; los trabajos deben ser armónicos, ya que se llevan a cabo en condiciones de alta temperatura y humedad.
“El trabajo de campo lo llevan a cabo regularmente dos o tres arqueólogos y cinco o más trabajadores. Si es prospección, nos dividimos las zonas a recorrer; si se trata de excavación, trazamos unidades contiguas de pocas dimensiones. Al regreso al campamento realizamos trabajos de gabinete, como lavar el material cerámico.
“Varias personas nos dijeron que antes de que interviniera el INAH en Las Labradas se extrajeron piezas de la zona arqueológica, pero desde mi punto de vista eso es poco probable, ya que las rocas más pequeñas pesan varias toneladas y su extracción requeriría de maquinaria muy sofisticada.
“Las Labradas no corresponde a un sitio habitacional. Era imposible establecer un asentamiento en un lugar sin cuerpos de agua dulce cercanos, los arroyos se encontraban a más de un kilómetro de distancia.
“Los grabados rupestres fueron realizados en diferentes épocas por grupos de especialistas, un tipo de gremio antiguo, depositarios de técnicas de talla de piedra sobre piedra (no utilizaron metales), quienes expresaron a través de este arte su cosmovisión representada en figuras geométricas (puntos, líneas, círculos sencillos, concéntricos, espirales), antropomorfas (humanas), zoomorfas (animales) y fitomorfas (plantas), expresiones que tuvieron como propósito consagrar el espacio físico, convertirlo en recinto sagrado y, por tanto, en lugar de prácticas rituales.
“Es prioritario contar con un plan maestro para que no pase lo que sucede en Tulum; se deben definir las zonas que deben de ser protegidas y acotar las áreas de desarrollo urbano, evitar proyectos hoteleros y apoyar las iniciativas comunitarias, es tarea de los tres niveles de gobierno y estamos a tiempo para ello”, concluye el arqueólogo.