Han pasado ocho años, y para Carmen cada día sigue siendo igual: observar los estragos físicos, lo que trae de inmediato el recuerdo de su agresor. “Hace poco conocí a una mujer que también fue quemada con ácido en 1988. Y me dijo: ‘Han pasado tantos años (33) y parece que fue ayer: me duele como el primer día’. Me identifico mucho con ella. ¡Claro! Es lo mismo. Levantarte, mirarte al espejo… Tienes siempre presente el rostro de la persona que te quemó porque esto no fue un accidente, fue algo planeado, alguien decidió hacerme esto”.
En 2014, la tragedia marcó a Carmen Sánchez. Efrén, su ex pareja, agresor contumaz, consumó ese día un nuevo ataque contra ella, arrojándole un chorro de ácido al rostro y el cuerpo, y huyó enseguida. Era su forma de venganza por la ruptura. “Yo sólo tenía 29 años cuando se detuvo mi vida por completo. Esta agresión me llevó ocho meses al hospital”.
Sin embargo, en este tiempo han renacido sus sueños y su experiencia no se ha quedado sólo en una dolorosa e interminable recuperación física y sicológica.
Mural para visibilizar los casos de mujeres atacadas con ácido, en Huixquilucan, estado de México. Foto Jair Cabrera Torres/ La Jornada.
El encuentro de Carmen con la justicia fue desesperanzador y complicado desde un principio: su expediente se perdió por cuatro años y sólo la intervención de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos permitió recuperarlo para iniciar un juicio contra Efrén, hoy preso en el penal de Chalco y en espera de sentencia por tentativa de feminicidio.
Mientras ese tiempo llega, la vida de esta mujer transcurre entre su empeño en ser abogada y consolidar la fundación que lleva su nombre. Y todo para un fin: que otras mujeres víctimas de estos ataques extremos de violencia machista no pasen por un viacrucis similar. La Fundación Carmen Sánchez otorga asesoría legal, sicológica y acompañamiento para tratamientos médicos y reparación del daño.
“He continuado mi vida. Trato de rescatar mis sueños. He decidido recuperar mi dignidad sin perder la indignación”. Gracias a ese empeño, ha podido vencer la negligencia en la investigación y recuperar el expediente para pelear justicia.
Para ella, perseverar es indispensable porque el ejemplo aberrante se propaga: una vecina le comentó la amenaza de su marido: “¡Si me dejas, te va a pasar lo que a ella!” Más tarde, otra mujer le dijo algo similar en el transporte público. Esto reafirmó su idea de crear una fundación para víctimas de esta “violencia feminicida”.
Durante una cirugía realizada a Esmeralda Millán, gracias al apoyo de la Fundación Carmen Sánchez MX. Foto Jair Cabrera Torres/ La Jornada.
Ante el hecho de que las víctimas son las únicas que pueden lograr que sus casos avancen, Carmen entiende lo fundamental que es darles respaldo legal. Con ello pueden lograr que se investigue, se haga justicia y obtener una elemental reparación del daño. Ella misma ha conseguido, mediante la recomendación en 2019 de la CNDH a la fiscalía mexiquense, que se ordene investigar a los 12 funcionarios que “perdieron” su expediente. Con todo, hasta ahora esto sigue sin resultado.
“No quiero que esto se vaya a romantizar, a decir que somos fuertes, guerreras, luchadoras. No: somos mujeres sin otra opción que salir adelante con estas cicatrices. No fue fácil reintegrarme a la sociedad, ver de nuevo a los hombres, que me miraran, que se me acercaran para pedirme algo del trabajo. Fue algo horrible. Tenía mucha confianza con las mujeres, pero relacionarme con varones fue muy doloroso porque sentía su rechazo. Las miradas, lo que te enteras que dicen…
“Mis cicatrices no me hacen una mujer rara o especial. No: yo siento, tengo sentimientos, sigo deseando lo mismo que antes, aunque ahora con muchísimos límites: para la sociedad estas cicatrices sí han cambiado mi vida”.
Con 61 cirugías en ocho años, la recuperación física de Carmen avanza, sin embargo, con más rapidez que la sicológica. Ha tenido momentos en los que simplemente ya no quiere vivir: “Hoy me ves muy tranquila y puedo estar bien. Mañana quizás no… Creo que jamás lo voy a superar. Las cicatrices están aquí y no pueden sanar…”
El desasosiego permanece: “Muchos años me han dicho: ‘Carmen, eres una guerrera, fuerte, de admirar’. Pero a mí no me hubiera gustado ser una mujer fuerte. Otros me aseguran: ‘Dios le da sus peores batallas a las mejores guerreras’. ¡Pues hubiera escogido a otra, no a mí!”