Aunque se le considera una de las agresiones más brutales contra la mujer, el ataque con ácido ha sido tipificado como delito autónomo sólo en Oaxaca. En otras entidades, como la capital del país y el estado de México, únicamente es considerado un agravante del atentado. En el resto del país es aún peor, pues se le incluye en el rubro de lesiones. Y aún más: son clasificadas como aquellas que tardan en sanar menos de 15 días.
Este vacío legal abre la puerta a la impunidad en los casos de 32 víctimas de ataque con ácido desde 2001, según el registro de la Fundación Carmen Sánchez, señala Ximena Canseco, su vicepresidenta.
Proceso de duelo
El saldo del otorgamiento de justicia documentado por esta organización civil es de oprobio: sólo siete agresores han sido vinculados a proceso y para 94 por ciento de ellos no ha habido sentencia ni se ha logrado la reparación integral del daño, pese a las secuelas permanentes en sus víctimas. En contrapartida, existe un registro aún más doloroso: seis mujeres murieron como consecuencia de la agresión con ácido. Y sólo en esos casos se dimensionó la gravedad del atentado.
“El acompañamiento sicológico es un proceso de duelo, porque no sólo se desfiguró el cuerpo con lesiones permanentes, que no sanarán nunca, sino también por haber perdido a quienes ellas eran. Por eso hay que resignificar la pérdida de la identidad, fortalecer la autoestima para enfrentar el miedo, la ansiedad y todas las demás secuelas sicosociales de un evento tan traumático”, puntualiza la sicóloga Yazmín Ramírez, quien trabaja en la agrupación Línea de Atención Emocional para Mujeres en Crisis.
Juventud truncada
Conformada hace un año para impulsar esfuerzos en el ámbito legal, médico y sicológico para las víctimas de estas agresiones, el diagnóstico elaborado por la fundación arroja datos reveladores del perfil de los agresores: cuatro de las mujeres que murieron fueron torturadas antes de la agresión con ácido.
Por lo general, procedían de un nivel socioeconómico bajo y su edad va de 20 y 30 años, es decir, en edad reproductiva y posibilidades de rehacer su vida tras la ruptura de pareja. Por eso, 85 por ciento de los ataques fueron al rostro; 30 por ciento fueron ejecutados por más de dos hombres y en más de la mitad el agresor fue la ex pareja de la víctima.
Canseco porfía: esta conducta debería ser tipificada como tentativa de feminicidio, pues su brutalidad sólo es superada por el asesinato. Sin embargo, las deficiencias en el marco legal y la displicencia de los agentes del Ministerio Público hacen muy complejo sancionar el hecho en función de su gravedad.
Cita el caso de la propia Carmen Sánchez, quien en 2014 fue atacada por su ex compañero, pero el delito fue calificado como lesiones y ello favoreció la impunidad de su agresor durante varios años.
En diciembre de 2020, Carmen creó, con Canseco, una fundación para conjuntar esfuerzos en apoyo a las víctimas, que coordina esencialmente trabajo voluntario: doctores que realizan intervenciones sin cobrar honorarios, algún hospital que dona el tiempo de quirófano, tatuadoras que regalan su talento para colocar flores en los espacios dañados y la obtención de recursos para los insumos médicos necesarios.
Las secuelas del horror
“Soy Esmeralda Millán; a mí me agredieron el 2 de diciembre de 2018. Fueron el papá de mis hijos y tres personas más. Ya tenía tiempo que estábamos separados, pero él no entendió. Me dijo: ‘o eres mía o de nadie’”. Él está detenido, pero sus tres cómplices siguen libres.
Esmeralda resume su historia mientras espera la enésima operación, esta vez en la nariz, por la dificultad para respirar por una de las fosas nasales. “Tengo miedo”, confiesa. Pero siempre lo ha tenido. Las intervenciones son complejas: para la de ahora tomarán cartílago del oído para “apuntalar “ su nariz.
“Hoy sólo busco una sentencia justa, quizá 40 o 50 años. Pero sé que no me regresarán a ser la que fui, la que era; el daño ya está. Nunca me voy a curar de las heridas por dentro. A lo mejor por fuera estoy un poco bien, pero por dentro no”.
–¿Qué tanto se pueden superar las secuelas sicológicas? –se le pregunta a Yazmín.
–Se aprende a vivir con la pérdida, con el dolor. Quedan, sí, sentimientos de coraje, rencor, tristeza. Las terapias colectivas que se ofrecen en la fundación buscan la resignificación de sus sentimientos. Estas secuelas no desaparecen, pero se puede reducir la intensidad, que ya no las paralice el miedo o la ansiedad, que esos sentimientos ya no sean discapacitantes, que rehagan sus lazos afectivos. No se van a curar, pero sí aprender a vivir con ellos.
La fundación creó otra alternativa para contribuir a la recuperación anímica de estas mujeres: tatuar las zonas dañadas o aquellas donde ha sido necesario retirar piel para hacer injertos en otras partes visibles.