Siempre tiene que ser “un nuevo Múnich”, “la quema de Reichstag” o “siguiente Hitler”. Ya no hay ningún otro lenguaje político para hablar del presente que no pasara por el comparativismo o el teñido de una obsesión sin fin con el nazismo (bit.ly/3GXTFNS) que parece emanar una suerte de “aura” benjaminiano, afán de “extraer las lecciones de la historia”.
Pero contrario a estas muy propagadas nociones (bit.ly/3GVtXtw), la historia no ofrece lecciones directas. “Comprender el pasado, construir un discurso crítico sobre él y extraer las lecciones es el oficio del historiador”, dice Enzo Traverso. “Pero una vez hecho esto −añade− todos los problemas quedan abiertos, ya que las ‘lecciones del pasado’ pueden entenderse de diferentes maneras” (bit.ly/34ZgN1c), siendo incluso una ilusión en la medida en la que son fruto de una concepción acumulativa y lineal de la historia (criticada p.ej. por Benjamin).
Lo que sí enseña, son los diferentes usos de la historia y de las comparaciones en el sentido de lo que en etnosicoanálisis se llama “la transferencia y de la contratransferencia” (Deveraux): como estos usos a menudo nos dicen más sobre quién los emplea (o sobre el momento político actual), que de las propias épocas referenciadas.
El caso reciente de la guerra-no guerra en Ucrania (bit.ly/3BsFD5S) es ilustrativo en cuanto al uso de la figura de “Múnich”, sinónimo de la “futilidad de apaciguar el expansionismo de los Estados totalitarios”, en referencia al pacto en aquella ciudad bávara donde en 1938 Chamberlain y Daladier le entregaron a Hitler los Sudetes, abriéndole el camino a la anexión de Chequia y el lanzamiento de una guerra total en Europa. Una figura que más que ilustrar, hoy desinformaba la política estadunidense (bit.ly/3LF0lEy) y servía a los halcones para desacreditar cualquier esfuerzo diplomático si no llevaba directamente a la guerra, ni hablar de las “concesiones ante el ‘Moscú totalitario’” (aunque la “diplomacia de la mentira” de C. Powell antes del ataque a Iraq, era desde luego muy bienvenida), o para echar leña al fuego desde el otro lado del océano –“la neutralidad ayuda al opresor [Moscú], nunca a la víctima”−, con la primera ministra lituana asegurando que hoy “estábamos reviviendo un ‘momento 1938’ para nuestra generación” (bit.ly/3LxHOtE).
Más bien ya estuvimos aquí hace años.
Tras la anexión rusa de Crimea −llevada a cabo con argumentos étnicos y lingüísticos que efectivamente se parecían a los de los nazis respecto a los Sudetendeutsche− Zbigniew Brzezinski llamó al mundo a “actuar” porque “en unos años lo íbamos a lamentar, tal como lamentamos las cosas después de Múnich” (CNN, 2/3/14). Sus concepciones −Ucrania integrada con las estructuras occidentales (OTAN/UE), etcétera− son desde la perspectiva atlántica vistas como “la muerte a la geopolítica rusa”. Incluso la izquierda marxista en Polonia hablaba con este lenguaje −suscribiéndose históricamente, igual que la derecha, a la llamada “doctrina Giedroyć”: “Ucrania independiente y ‘volcada’ al Oeste”, que fue una base para Brzezinski−, diciendo, en referencia a la anexión de Austria (1938), “que lo de Crimea fue un Anschluss” (K. Modzelewski).
Lo mismo hacía la izquierda polaca hoy, asegurando p.ej. que Biden “ya abandonó a Ucrania” −justo cuando la Casa Blanca fomentaba, desmentida incluso por los ucranios, histeria de “la invasión inminente” (con Blinken haciendo en la ONU malabares parecidos a Powell)− y acusando a Alemania de “hacer deals con Rusia” (Nord Stream 2) “reminiscentes al acuerdo de Múnich que al salvar la paz le abrían el camino al invasor” (bit.ly/3rLwO3W). Según esta argumentación que localiza el pacifismo alemán en sus −¿nada merecidas?− culpas (bit.ly/3LIv03R), parece que este país tendría que dejar ya de avergonzarse por su pasado e ir a la guerra (con Rusia).
Un argumento pro-OTAN recortado de un folleto de Alternative für Deutschland.
Si tomábamos en cuenta que justo en este tiempo se estrenaba Munich: The edge of war (Netflix, 2021), una película que igual que la novela de Robert Harris (bit.ly/3HPxM4C), pretendía algo imposible: rehabilitar a Chamberlain (bit.ly/3Bgkdc6) −sin necesariamente hacer el argumento a favor de la diplomacia−, el sentimiento de que “la historia se repetía” quedaba reforzado. Y quizá sí hay paralelas, pero en otro lugar, p.ej. en la manera como ayer y hoy la política del Occidente se mueve por la rusofobia. La exclusión de los soviéticos en 1938 los empujaría un año más tarde a firmar el atroz pacto Ribbentrop-Molotov (bit.ly/3rQBHc4) −otra figura de comparación usada ad nauseam, sobre todo respecto a los deals ruso-alemanes−, pero ésta es una “lección” que a nadie le interesa.
Regresando, finalmente, a Deveraux. El uso de la figura de “Múnich” hoy −en sentido de que lo ocurrido en 1938 no era una “sumisión ante Hitler”, más bien un acuerdo basado en “valores compartidos” entre las “democracias” de las décadas de los 30 y el Tercer Reich (el anticomunismo, la rusofobia, incluso el antisemitismo)–, busca tapar afinidades entre el Occidente y la Rusia (neo)blanca de Putin (el capitalismo, el neoimperialismo, el intervencionismo) y justificar moralmente −“hoy ya no podemos claudicar ante un (nuevo) Hitler, tenemos que ser fuertes para que no lo lamentáramos”, etcétera− las simultáneas rivalidades interimperiales (Siria, Libia, Ucrania) entre estos dos bloques en tiempos de una crisis capitalista. ¿Lecciones de la historia? You must be joking!