Moscú. Sin que pueda saberse si son nuevos elementos de lo que podría llamarse “aumento de la tensión bajo control” –seguir estirando la cuerda sin querer que se rompa– o la situación se está desbordando por iniciativa de quienes no quieren alternativas que no les convienen, el día de ayer estuvo marcado por tres noticias que se alejan de lo que sería una solución y favorecen al aumento de la tensión en la frontera entre Rusia y Ucrania, aunque el escenario de una guerra devastadora no es el deseado por los gobiernos de esos países.
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La primera noticia, casi calcada del anuncio de Biden sobre la fecha en que Rusia invadiría Ucrania, los líderes de parte de las regiones de Donietsk, Denis Pushilin, y Lugansk, Leonid Pasechnik, que no se supeditan a Kiev –impuestos ambos por el Kremlin para ocupar los sitios de uno asesinado en un atentado en Donietsk, Aleksandr Zajarchenko, y el otro que huyó de Lugansk con fama de corrupto, Igor Plotnisky–, advirtieron ayer de que es “inminente un ataque” del ejército ucranio, por lo cual exhortaron a la población civil a refugiarse en territorio de Rusia, donde los están esperando con los brazos abiertos y 10 mil rublos (equivalente a 2 mil 700 pesos) por persona.
“El presidente de Ucrania, Volodymir Zelensky, dentro de unos días va a dar la orden a sus militares de comenzar una ofensiva y cumplir el plan de invadir el territorio de las repúblicas populares de Doniestk y Lugansk. Me dirijo a los habitantes de nuestro estado, a partir de este 18 de febrero hemos organizado el traslado masivo hacia la Federación Rusa. En primer lugar, deben ser evacuados niños, mujeres y las personas mayores”, dijo Pushilin en un mensaje que subió a Youtube.
Pushilin, igual que hizo después su colega de Lugansk, divulgó que en la región rusa colindante de Rostov “hay ya preparados campamentos para recibir a los refugiados”, que estiman en 700 mil.
El ministro de Defensa de Ucrania, Oleksy Reznikov, al hablar ante los diputados de la Rada en Kiev aseveró que “reforzamos nuestra defensa” y negó tener la intención de “preparar una ofensiva” contra los territorios insurrectos.
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La segunda noticia es que continuó ayer el lanzamiento de proyectiles de ambos lados, sin que nadie pueda precisar quién lo inició.
Se sabe que la misión de observación de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, la única que lleva ese registro, determinó que antier hubo 500 violaciones del alto el fuego y ayer, sólo 80, lo cual parece apuntar a que va en declive el incremento de los ataques.
Todos acusan a la otra parte de estar violando el alto el fuego y nadie aporta pruebas que demuestren a quién beneficia hacerlo en estos momentos de suma tensión. Es fácil culpar al otro, lo difícil es explicar qué ganaría con eso, cuando puede provocar una reacción que le haría perder todo.
Ciertamente, hay militares que rechazan llegar a un acuerdo con los rebeldes y también separatistas que no quieren formar parte de Ucrania. ¿Quién lanzó el primer proyectil?, no se sabe.
Como cereza del pastel, el presidente Vladimir Putin recibió en el Kremlin a su colega bielorruso, Aleksandr Lukashenko, y ambos acordaron asistir mañana al episodio culminante de las maniobras militares en Bielorrusia, que el vocero de Putin, Dimitri Peskov, aclaró que estaban previstas desde hace tiempo y que no pudieron llevarse a cabo en 2020 y 2021 por la pandemia de covid-19.
Ahora, los mandatarios atestiguarán el lanzamiento de misiles balísticos y de crucero capaces de portar ojivas nucleares, aunque este sábado no las llevarán, y buques de guerra de las Flotas de los mares Negro y del Norte.
No parece la mejor manera de rebajar la tensión, a pesar de que Putin, en la conferencia prensa tras su reunión con Lukashenko, aseguró que “estamos listos para comenzar a negociar (con Estados Unidos y la OTAN) con la condición de que todas las cuestiones se consideren juntas, sin separarse de las principales propuestas de Rusia”, tesis que se repite varias veces en la respuesta rusa a los posicionamientos estadunidense y noratlántico que se publicó el jueves anterior.
Lukashenko, de su lado, subrayó que “nadie quiere una guerra ni siquiera que se agraven estos conflictos. No lo necesitamos: ni los rusos ni los bielorrusos. Todo depende de nuestro vecino, Ucrania”.
Curiosamente, si Rusia acepta negociar un nuevo tratado de misiles de corto y mediano alcance, propuesta en realidad inicialmente suya, resolvería en la práctica una de sus exigencias a la OTAN (no instalar armas ofensivas cerca de sus fronteras), pues argumentó que le preocupaba que los misiles pudieran tardar cinco minutos en llegar a Moscú. Podría pensarse que estaría más tranquilo si tardan 20 minutos.
En el otro extremo, Estados Unidos asegura que Rusia ya tiene concentrados cerca de la frontera con Ucrania al menos a 190 mil soldados, lo cual suena a disparate porque, de ser cierto, dejaría desprotegidos otros flancos donde las amenazas a la seguridad de Rusia serían mucho más graves que desde Ucrania, que dista de ser miembro de la OTAN.
En medio de esa sicosis, el Ministerio de Defensa moscovita emitió ayer el enésimo comunicado que apunta a que el retiro de tropas y armamento será un proceso lento, pero que está en marcha: “Otro tren militar con personal y material perteneciente a unidades de tanques del ejército del distrito militar oeste regresó a su base permanente”, aparte de que reportó que 10 bombarderos SU-24 se retiraron de Crimea.