El frente opositor lleva casi tres semanas exprimiendo el bagazo del operativo propagandístico que inició el mes pasado la organización política Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), propiedad de Claudio X. González y operada por la ex funcionaria panista María Amparo Casar. No debe pasar inadvertido que MCCI es el puesto de mando de la coalición opositora que contendió en contra de Morena en los comicios del año pasado y que se remonta al Pacto por México, el acuerdo hegemónico forjado por Peña Nieto entre PAN, PRI y PRD para posibilitar el último paquete de reformas estructurales del periodo neoliberal.
En este lapso, la reacción oligárquica, apoyada en sus medios y sus voceros, convirtió en escándalo una pieza difamatoria que no merece el calificativo de periodística y ha venido ramificando la insidia hacia Pemex y hacia el corporativo privado Vidanta no en busca de la verdad, sino para crear la impresión de que el presidente Andrés Manuel López Obrador está en el centro de una trama de corrupción, conflicto de intereses, tráfico de influencias o las tres cosas juntas.
La ofensiva infamante busca prosperar en el terreno de varias ideas distorsionadas: que la prédica de austeridad del mandatario es incompatible con el estilo de vida de uno de sus hijos; que el hijo en cuestión lleva un tren de vida de multimillonario; que AMLO dice odiar a los ricos; que tanto Baker Hughes –la empresa para la que trabajó el dueño de la casa de Houston– como Vidanta son las grandes contratistas de este sexenio y que en asuntos de corrupción “todos los políticos son iguales”. Todo eso es palmariamente falso.
La austeridad republicana es una manera de administrar las dependencias públicas y López Obrador predica con el ejemplo: entre el último año del peñato y el tercero de la Cuarta Transformación la Presidencia de la República pasó de costarle al país 3 mil 682 millones de pesos a 519 millones. Se trata de una cruzada contra el lujo y el derroche en las instituciones, no de una incitación contra la riqueza privada, por más que el Presidente haya dejado testimonio en múltiples ocasiones de su sentir personal: los bienes materiales no son la clave de la felicidad. Aun así, ha repetido no menos veces que es legítimo el disfrute de la riqueza bien habida, es decir, cuando la fortuna individual no surge de un atropello a los intereses del colectivo.
Segunda idea falsa: la casa de Houston no es una “lujosa mansión”, como la presentaron MCCI y Loret de Mola. Hace cosa de tres lustros estuve hospedado en el sur de Florida en una casa que ya por entonces valía lo que la residencia expuesta por la “investigación” de marras y que era más grande que ésta en terreno, construcción y alberca; pertenece a una pariente política mía que ni es rica ni es corrupta. ¿Cómo la consiguió? Pues heredó una buena casa en un barrio que fue de clase media en la Ciudad de México, la vendió, complementó ese dinero con un crédito y lo fue pagando con su sueldo de subgerente de un Costco, ingreso que de ninguna manera se acerca al de un integrante de la lista de Forbes.
En sexenios anteriores, tanto Baker Hughes como Vidanta obtuvieron contratos y concesiones mucho más importantes que lo que han logrado en el actual gobierno, como puede constatarse en información que es pública. Y sobre el hecho de que el propietario de la segunda, Daniel Chávez, colabora de manera voluntaria y honoraria con la Cuarta Transformación, se entiende que se trate de una actitud inexplicable, además de muy ofensiva, para empresarios que por décadas han visto en el poder público un mero bazar de oportunidades para el enriquecimiento desmesurado por la vía del soborno.
Por lo que hace al afán de los reaccionarios de sembrar la idea de que “todos los políticos (y todos los gobiernos) son iguales”, se basa en una verdad a medias: sí, todos los gobernantes del ciclo neoliberal fueron más o menos iguales en su triple determinación de mantener al país sometido al paradigma neoliberal, preservar la corrupción institucionalizada y garantizar la impunidad transexenal para ellos, sus socios y sus colaboradores. Eran tan iguales, de hecho, que la sociedad acabó por ubicarlos en el mismo saco y en 2018 se sublevó en contra de ese régimen para imprimir a la nación un rumbo distinto y en mucho sentidos, opuesto, para ello colocó a López Obrador en la Presidencia, y desde entonces el mandatario ha honrado el compromiso con sus mandantes y ha combatido la corrupción, ha reorientado el presupuesto hacia la satisfacción de las más acuciantes necesidades populares, ha recuperado la soberanía nacional y ha gobernado en forma ejemplarmente democrática.
Previsiblemente, los desplazados del poder político seguirán invirtiendo grandes sumas y empeñando sus aún formidables recursos mediáticos para seguir ofreciendo a la opinión pública secuelas insustanciales de un falso escándalo. Lo verdaderamente escandaloso es el empecinamiento en legitimar semejante embuste llamándolo periodismo.
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