Joyce McDougall, sicóloga francesa y la primera en ser reconocida por estudiar la esquizofrenia infantil, me aparece ante el desasosiego que vive el mundo por el covid-19. Ella señala que los afectos conflictivos no se reprimen, sino que se borran del campo del conocimiento. Ante la incapacidad de utilizar las palabras como vehículo del pensamiento, el único recurso ante un afecto doloroso es la somatización (volver un dolor sicológico en físico). Ella explica que la estructuración síquica se articula alrededor de significantes no verbales, donde las funciones corporales y las zonas erógenas tienen un papel fundamental. Esto representa un modo por demás arcaico de funcionamiento mental, no privilegiado por el lenguaje.
Estos sujetos en la edad adulta no pueden concebir más que un cuerpo para dos. En el análisis se revela una ausencia parcial o total de vínculos verbales con las fantasías subyacentes: desafectivización, pobre imaginación y severas dificultades para verbalización.
Seres que sufren, hijos del silencio gestados en una fantasía, sumidos en el dolor a quienes le ha sido negada la posibilidad de descargar a través de la fantasía, el pensamiento o los sueños.
Para poder describir el drama vivenciado por estos pacientes y surcando las aguas de la intersubjetividad nos topamos con la dificultad de la transmisibilidad y sortearla tal como dice Andre Green habría que ser poetas. A lo que agrego: esta poesía sería un desfile de imágenes aterrorizantes (el covid), donde lamentablemente la poesía, lejos de ser una celebración del mundo como recrea Octavio Paz, se perfilaría como una égloga a la muerte.
En estos pacientes, una de las partes del cuerpo o un órgano sensorial se convierte en soporte de un significado simbólico inconsciente. De hecho, estas somatizaciones sirven como mecanismo de defensa extremo entre pulsiones agresivas y sádicas pregenitales, acompañadas de fantasías de contenido arcaico, organizadas en el terror tanto a la fusión como a la separación, y una proximidad importante con las angustias sicóticas.
La amenaza de pérdida afecta no sólo a la identidad sexual, sino también a la identidad subjetiva. El daño físico es real, el sentido es de orden presicótico e interfiere en la representación de la palabra. Los procesos de pensamiento de las somatizaciones intentan repletar la palabra de su significación afectiva.
Sin afecto no existe lenguaje efectivo.