Este inicio de año, casi todos los días, nos enteramos de que alguien valioso ha muerto. Horacio Quiroga, cuentista uruguayo, recomendaba no escribir bajo el dominio de la emoción, dejar asentarse los pensamientos sin renunciar a ella. Así ahora, quiero recordar a Rosi Cabrera, una permanente en el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba, siempre en la movilización y la denuncia contra la agresión estadunidense, un compromiso generoso y constante. También a Moreschi, insumiso maestro, camarada generoso, alegre y sarcástico, rasgo compartido con César Navarro y Enrique Ávila en tantas intrincadas reuniones del FZ y el colectivo magisterial.
César, compañero de tres décadas llenas de experiencias (complejas y contradictorias) y legados (claros). Hijo de una mujer intrépida, “de armas tomar”, que la revolución aventó a los 15 años a fundar ejidos y escuelas rurales convencida de la educación socialista. Carmen Gallegos fue secretaria general de las secciones magisteriales de Zacatecas y Durango, luchó por sus compañeros hasta que Joguitud impuso su jubilación. César, el mayor de sus tres hijos, emprendió este camino a los 11 años cuando llegó al internado de la normal rural de San Marcos.
Los seis años en la normal marcaron de por vida su experiencia organizativa, su capacidad de movilización y su comprensión de los espacios de lucha frontal. Siempre repetía que la única organización estudiantil verdadera era la FECSM. Una experiencia única que permite articular las luchas estudiantiles-campesinas-magisteriales, las históricamente radicales. Todo lo cual implica una visión muy latinoamericanista sobre el sujeto histórico del cambio, que no puede mecánicamente ceñirse al proletariado. Aquí empieza un legado importante para las definiciones teóricas. Su admiración por Álvaro Ríos, a quien visitó en la cárcel, lo hacen afiliarse al PPS. Mientras las fuertes contradicciones internas lo llevan a salir con Gascón Mercado y fundar el PPM: en 1976, la experiencia del primer triunfo electoral en Nayarit seguido por la intervención directa y violenta de Echeverría, articulada con la negociación-traición de Cruickshank, le sembraron el instinto de desconfiar de los procesos electorales.
Nos conocimos en la revista Por Esto. Llegaban César, Gascón, Valero, Álvaro Ramírez Ladewig y Castañeda O’Conors. Eran los tiempos de la fusión del PSUM. La unidad de las fuerzas socialistas se anunció. En realidad devino en un campo de batalla por la hegemonía del proceso. Los apparatchik desataron todo tipo de artimañas, especialistas en copar estructuras y organizar comités paralelos. Nos llamaron despectivamente “la ola verde” por lo campesino, “los levanta dedos” y presumieron ser cuadros excepcionales, formados teóricamente (en los manuales de ¡Nikitin!). La batalla fue sórdida y tramposa: los “dinos”, los “renos”, los “mapaches”, en mezquinas maniobras. En la Ciudad de México nos refugiamos en el seccional Azcapotzalco, junto con Paquita Calvo y algunos jóvenes comunistas que aún creían en las luchas obreras. En el resto del país, en la Ugocm-Roja. Gascón escogió a César para frenar las artimañas desde la Secretaria de Organización. Recuerdo que me dijo: “Frente a una confrontación es como un volcán, imparable”. El utilitarismo electoral hizo imposible la unidad. Salir fue inevitable, fundar el PRS y después de nuevo salir a refugiarse en una pequeña unidad-secta denominada Tendencia marxista-leninista, con Haro y los compañeros de Guadalajara, Tereso Félix, de Sonora, y el equipo de la Ugocm, los de Puebla y el grupo del DF. Con ella nos acercamos al MPM, de Alonso Aguilar y Fernando Carmona. El legado inevitable fue desconfiar aún más de las grandes fusiones electorales financiadas con recursos del Estado que atraen oportunistas y deforman líderes sociales.
La militancia se decantó por la solidaridad con los movimietnos en lucha de El Salvador y Guatemala. En los 90, tras la caída del campo socialista, el compromiso esencial fue con la revolución cubana. Al fundar la Promotora ¡Va por Cuba! se dio una batalla frontal contra la devastadora y tramposa ideología globalizadora. Se imponía rescatar la esencia de los principios centrales del cambio que representaba Cuba para toda la humanidad. Supimos sostener una dirección colectiva y unitaria, sin mezclar o anteponer las posiciones políticas e impedir peticiones personales-partidarias en Cuba. Esa experiencia dejó un legado positivo y confirmó la necesidad de sostener la batalla de ideas que desató Fidel.
Los años 90 también combinaron con fuertes luchas y huelgas en la UPN contra las reformas neoliberales, desde la dirección sindical colectiva. César planteó los principios de: 1) pensar la movilización como fortalecimiento de la organización, no como vehículo de negociación; 2) no diluir las peticiones en futuras comisiones inciertas; 3) no acabar negociando sólo las consecuencias del paro, y 4) nunca abrir el espacio a los charros. Estos principios los repitió para diferentes organizaciones sociales, decía: “ahora que salgan de Gobernación, se llevan varias comisiones y los autobuses para el regreso”. El ciclo se cerró con los intensos procesos de lucha magisterial contra las reformas calderonistas-peñistas y con los normalistas de Ayotzinapa, buscando participar con las agrupaciones de maestros democráticos, intentando siempre una unidad tan absolutamente necesaria como imposible.
* Investigadora de la UPN. Autora de El Inee