Trípoli. Los libios celebran este jueves el undécimo aniversario del inicio de la revolución que derrocó al dictador Muamar Kadafi en medio de nuevos obstáculos en el proceso de transición que hacen temer una reactivación de las hostilidades.
El país, minado por las divisiones entre instituciones rivales en el este y el oeste, se encuentra desde el 10 de febrero con dos primeros ministros enfrentados en Trípoli tras no haber podido celebrar las cruciales elecciones de diciembre.
El Parlamento con sede en Bengasi, en el este del país, nombró al influyente exministro de Interior Fathi Bashagha para reemplazar a Abdelhamid Dbeibah al frente del gobierno interino, pero este último asegura que solo cederá el poder a alguien elegido por las urnas.
El choque hace temer un resurgir del conflicto armado.
Aun así, en ocasión del aniversario de esa revuelta enmarcada en la Primavera Árabe, las principales avenidas de Trípoli fueron decoradas de rojo, negro y verde, los colores de la bandera adoptada tras la caída de Kadafi.
También hay programados conciertos, cantos revolucionarios y fuegos de artificio el viernes.
Este jueves, Dbeibah asistió a una ceremonia de entrega de diplomas a cadetes del ejército, en una base militar a las afueras de Trípoli.
En un mensaje en Twitter, el primer ministro en ejercicio renovó su "compromiso para construir un futuro prometedor", que garantice "la libertad y la justicia" por las cuales "se sacrificaron" nuestros revolucionarios".
La Misión de apoyo de la ONU en Libia (MANUL) reiteró su llamado al "mantenimiento de la estabilidad y de la calma en el país".
Interminable transición
En Bengasi, en la "cuna de la revolución", varias decenas de personas con banderas libias se reunieron en el lugar donde comenzaron las primeras manifestaciones anti-Kadafi en 2011, según un fotógrafo de la Afp.
La caída de Kadafi condujo a una interminable transición política, diezmada por las rivalidades, las injerencias extranjeras y una inseguridad crónica que terminan pagando sus siete millones de habitantes, empobrecidos a pesar de las abundantes reservas petrolíferas del país.
"La situación ha empeorado", asegura Ihad Doghman, de 26 años. Como muchos de sus compatriotas, tiene dos trabajos: funcionario de día y gestor de una tienda de ultramarinos después.
"Es la única manera de salir adelante", asegura este joven de Trípoli.
Y en el frente político, Libia ha tenido desde la revuelta nueve gobiernos, ha vivido dos guerras civiles y nunca ha podido organizar una elección presidencial.
Hubo una esperanza de pacificación a finales de 2020, con el fracaso del mariscal Jalifa Haftar, el hombre fuerte del este, en la conquista de Trípoli y la firma de un alto al fuego seguido del inicio de un proceso de paz auspiciado por la ONU.
En este contexto se nombró a Dbeibah para un año, como primer ministro interino de un gobierno de transición con la misión de unificar las instituciones y conducir el país a las elecciones legislativas y presidenciales de diciembre.
Pero las persistentes divisiones provocaron el retraso indefinido de estos comicios en los que la comunidad internacional había depositado grandes esperanzas para estabilizar un país por donde pasa una parte importante de la inmigración clandestina hacia Europa.
A pesar de este fracaso, hay "un amplio abanico de cuestiones en los que Libia progresa", asegura Jalel Harchaoui, investigador especialista en este país norafricano.
"Libia no ha conocido ningún gran enfrentamiento bélico desde junio de 2020. Entre las élites, numerosos enemigos mortales de hace dos años se hablan, incluso se alían en algunos casos. Esto constituye el comienzo de una reconciliación", afirma.
En este caso, no es tanto un enfrentamiento este-oeste, puesto que los dos primeros ministros enfrentados proceden del oeste.
Bashagha, recién nombrado por el Parlamento y con el respaldo del mariscal Haftar, dispone hasta el 24 de febrero para formar su gobierno y presentarlo ante los diputados. Faltará ver si Dbeibah acepta ceder su lugar.