Madrid. A la salida de un supermercado en el barrio madrileño de Retiro, que es una zona de renta media, Cristina R., una mujer trabajadora y madre de tres hijos reconoce que desde hace mucho tiempo no miraba con tanto celo las ofertas y los precios de los productos que compra habitualmente.
“El dinero cada vez es menos y cada vez alcanza para menos; nosotros en casa, que trabajamos afortunadamente los dos, estamos recortando gastos por todos los lados, porque sencillamente no nos llega a fin de mes”, explicó a La Jornada.
La razón principal de la peor inflación en tres décadas en España son los altos precios de la luz y los hidrocarburos, ante los cuales el gobierno del socialista Pedro Sánchez no ha podido hacer nada para controlar la espiral más aguda en décadas, la cual provoca que la canasta básica en España se haya incrementado como no ocurría desde el siglo pasado, por ejemplo algunos productos imprescindibles, como el aceite, se ha encarecido más de 30 por ciento.
Mientras las grandes empresas eléctricas abultan aún más sus beneficios –tarifa 48 por ciento más cara que hace un año–, así como las grandes corporaciones de los hidrocarburos –la gasolina subió en los pasados 12 meses más de 45 por ciento–, en la calle cada vez se respira más desesperación y hartazgo, reflejados no sólo en el aumento de las colas del hambre, en que los llamados bancos de alimentos no dan abasto para el reparto de los enseres y de productos que antes no pedían, como veladoras o cobertores, sino también en que ese incremento en el costo de la vida está empezando a afectar al consumo de las clases medias y a su quehacer cotidiano.
Para entender la evolución de la inflación interanual, que lleva dos meses consecutivos creciendo por encima de 6.1 por ciento y que ha alcanzado cifras que no se registraban desde hace tres décadas, hay que mirar sobre todo el precio de la electricidad. Así lo explican al menos los informes del Banco Central Europeo y del Banco de España realizados durante esta larga crisis económica provocada por la pandemia del Covid-19.
Después de diciembre pasado, cuando se registraron los picos más altos en el precio de la electricidad –que se llegó a pagar en el mercado mayorista a casi 500 euros el megavatio hora (MWh)–, las tarifas de la luz se han estabilizado en una franja de entre 200 y los 300 euros el MWh, que si bien son mayores a las de 2020, sí son al menos un poco más baratas que hace un par de meses. En cualquier caso, el precio de la luz en febrero es 46 por ciento mayor que al de hace un año (en diciembre era 78 por ciento superior).
Esos aumentos, a los que el gobierno no ha podido poner coto, entre otros motivos por la postura intransigente de las grandes corporaciones eléctricas a moderar sus beneficios, sobre todo de Iberdrola, Naturgy, EDP y Repsol, se suman al incremento de los hidrocarburos, que se atribuyen al precio del petróleo y a la crisis entre Rusia y Ucrania. Esa combinación de factores ha provocado la crisis social que se vive actualmente en España.
Los ejemplos de esta espiral no dejan lugar a dudas en toda la cesta de la compra. En un año el aceite ha subido 30 por ciento, las frutas casi 9 por ciento, la carne más de 12 por ciento, las harinas y cereales más de 10 por ciento, el arroz 8 por ciento y la leche más de 6 por ciento. Pero tampoco han escapado de la inflación la ropa, con 5 por ciento.
Por su parte, los salarios están prácticamente estancados, con algunos aumentos que no superan 2 por ciento, con lo que la mayoría de la población ha sufrido una severa perdida de poder adquisitivo.
“Antes comíamos hasta cuatro veces a la semana platos principales que llevaban pollo, carne o pescado, pero ahora, con los precios como están, hemos pasado a ver esas comidas como algo excepcional. Casi como un lujo. Y sobre todo intentamos llevar una dieta a base de legumbres, que son más baratas, pasta o verduras. Y no es por elección, no nos queda de otra.”
Un estudio de la empresa financiera Allianz explicó en un informe que “las familias españolas se enfrentan a una pérdida del poder adquisitivo compleja, ya que la inflación esperada, cercana a 4 por ciento este año, pesará sobre el poder adquisitivo real de los hogares”.
Y advierten que “el crecimiento de los salarios sigue siendo absolutamente decepcionante”. Los salarios pactados en convenio subieron de media 1.47 por ciento hasta diciembre de 2021, muy lejos de la inflación de 6.5 por ciento, o sea más del doble de la subida salarial pactada hasta diciembre en la negociación colectiva.
“No entiendo como las calles no están ardiendo, como no hemos sido capaces de plantarnos ante esta situación insostenible y exigir una solución”, señaló Cristina.