Nueva York., Durante la pandemia, Emma Gage perdió su empleo en la industria de la moda. Dos años después, creó su marca, Melke, apuesta por una moda más sostenible que desfila por primera vez en la Semana de la Moda de Nueva York.
La joven, oriunda de Minnesota, no es la única que quiere conquistar este nicho, en un momento en que esa industria está en la mira por su impacto en el medio ambiente.
“Ahora todo el mundo quiere hacer algo al respecto”, explica a la Afp otra joven creadora, Olivia Cheng, de 23 años. Su marca, Dauphinette, que se dio a conocer por sus joyas y ropa fabricadas con flores naturales, fue presentada el domingo por primera vez en el calendario oficial de dicha actividad en un restaurante del barrio chino de esa ciudad.
Emma Gage, de 26 años, utiliza cáñamo, algodón bio, tejidos reciclados, materias menos dañinas para el medio ambiente y trata de abastecerse en empresas respetuosas con los derechos humanos y sociales, cuya lista aparece en su página web.
Sin embargo, “nunca diría que todo es 100 por ciento sostenible y que todo es perfecto, porque sería mentira”, advierte desde su pequeño estudio en el barrio de Bushwick, en Brooklyn, nuevo centro de artistas neoyorquinos, a juzgar por los murales que invaden las calles.
El “cero plástico” sigue siendo un objetivo, ya que las materias sintéticas pueden estar presentes en los tejidos reciclados, explica.Este límite es un argumento adicional para fabricar “ropa duradera que se use mucho tiempo”. Nada se desecha, como muestran los bolsos fabricados con retales de tejidos.
Lejos de los vestidos de noche voluminosos y sofisticados, uno de sus modelos preferidos es un simple suéter, presente en cada colección, con flores, peces o corderos bordados.
La sobriedad de que hace gala no le impide ser creativa y exigente. En su segunda colección, inspirada en La autobiografía del rojo, de Anne Carson, predomina este color, en tonalidades más bien oscuras, con muchas franjas que recuerdan las coladas de lava.
Para su colección otoño-invierno 2022 restituye los recuerdos de una visita a un castillo medieval irlandés y el descubrimiento de la cetrería, “simbiosis entre dos depredadores, el hombre y el ave”.
A su vez, el domingo pasado, Olivia Cheng, en su presentación jugó con los códigos masculinos y femeninos y apostó por ropa antigua y materias florales preservadas con una resina que asegura no es tóxica.
Se aventuró también en experimentos extraños, como un conjunto hecho con nuez de ginkgo o un vestido con alas de escarabajo, aunque precisa que estos invertebrados “no fueron sacrificados para tal fin”.
Aunque prefieren proveedores locales, ninguna de las dos creadoras recurre al fin del mundo. Emma Gage explica que no quiere romper los vínculos con algunas formas de artesanado que no existen en Estados Unidos. El dilema de una moda más asequible también lo tiene su marca, que vende por pedido. “Necesito que otros compren lo que yo compro para que bajen los precios”, comenta.
Lo anterior, sin embargo, hará surgir la interrogante sobre la sobreproducción. Trata de solucionarlo con una línea de productos variada: una camiseta puede costar 75 dólares.
Cheng quiere seguir con sus joyas de frutas y flores, cuyo precio en algunos casos es inferior a 50 dólares.
“Para mí es fundamental tener presente el objetivo con que hemos empezado y cómo podemos seguir sin caer en la trampa de ilusión de grandeza”, explica esta descendiente de inmigrantes chinos, que ya tiene dos vestidos en la exposición In America: a Lexicon of Fashion que presentará el MET.