Siempre creativo –dadas las abundantes cuan permanentes estupideces que dice y hace–, como inquilino de Los Pinos Vicente Fox presumía y teorizaba que en México “la democracia es de, para y por los empresarios”, aunque sólo los cupulares, los de mayores fortunas y, de pasadita, los que inyectaban jugosas cantidades (que les regresaba copeteadas vía contratos, concesiones, evasión fiscal y demás) a Martita Sahagún por medio de su oscura Fundación Vamos México (ahora asociada al Centro Fox, que también ella maneja; negocio redondo, pues).
Con ese “concepto” inició su sexenio, pero su visita a España (donde, charoleadas botas de por medio, saludo a Juan Carlos I con un amistoso “qué pasó mi rey”) le permitió añadir elementos a su “teoría”, pues ya no sólo serían los empresarios cupulares mexicanos quienes usufructuarían la “democracia” foxista, sino los grandes capitales españoles (de los sectores financiero y energético en primera línea), para lo cual contó con varios lobistas gachupines (el ex presidente “socialista” Felipe González a la cabeza) prestos a concretar descomunales negocios en tierra azteca y gozar de todo tipo de privilegios, con lo que de nueva cuenta funcionó la diplomacia de oro por espejitos.
Así, durante su estancia en Los Pinos la llegada de capital español se incrementó en más de 400 por ciento (respecto al monto captado en el sexenio zedillista) y rápido puso a su disposición una amplia gama de bienes nacionales, en continuidad con la venta de garaje iniciada por Miguel de la Madrid y acelerada por Carlos Salina de Gortari. Con el mariguanero en la residencia oficial, la inversión española ocupó el segundo peldaño, sólo superada por la estadunidense.
Con Felipe Calderón, a todo vapor continuó la industria del oro por espejitos, y el gran capital español se metió hasta la cocina, siempre, claro está, en sectores de altísimas utilidades, como los de la electricidad, el gas, el turístico y de infraestructura, por sólo mencionar esos. En el sexenio del Borolas la inversión española directa (la especulativa se cocina aparte) subió en 20 mil millones de dólares y la presencia gachupina en la economía mexicana se expandió como la humedad, siempre en connivencia con el gobierno federal, quien apuraba los permisos y desdeñaba la tramitología. Peña Nieto hizo lo mismo, y convirtió a la española OHL en su trasnacional de cabecera, como antes Calderón con Iberdrola y Fox con Repsol. Pero no sólo ellos, porque en la tienda de enfrente alegremente participaron cuatro presidentes monárquicos (dos de ellos “socialistas”): José María A(s)znar (testigo de la boda Vicente-Martita, entre otras gracias), José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y, hoy en funciones, Pedro Sánchez, siempre al servicio del gran capital.
Como bien lo apunta el reportaje de Armando G. Tejeda, nuestro corresponsal en España, publicado ayer por La Jornada (https://www.jornada.com.mx/2022/02/ 13/economia/013n1eco/): “antes de la llegada al poder del panista Vicente Fox, la inversión española en México era casi testimonial. España estaba preocupada por superar la crisis económica de finales del siglo XX, la cual tenía al país europeo sumido en una profunda depresión laboral y financiera. Sus grandes empresas estaban enfocadas al mercado europeo y en América Latina primero les interesaba Brasil, que concentraba alrededor de 48 por ciento de la inversión ibérica en la región; Argentina, con 24 por ciento y Chile, con 11 por ciento.
“Con la llegada a la presidencia de Fox, pero sobre todo de Calderón, se abrieron de par en par las puertas del mercado mexicano, público y privado, a las empresas españolas. Fue un periodo histórico que coincidió con la gran expansión de las trasnacionales ibéricas (…). En 20 años, las grandes corporaciones españolas han pasado a controlar algunos de los sectores estratégicos de la economía mexicana”.
Las rebanadas del pastel
Dicen algunos que “todos somos Loret”, lo que implicaría que quienes eso afirman también arman montajes, son mercenarios de la información, mienten como respiran, fabrican y facturan “noticias” a modo, carecen de ética y rigor periodístico, son financiados por oscuros personajes de la política y demás “cualidades” que caracterizan al sicario mediático yucateco. Cierto es que si uno ubica a ciertos “periodistas” –totalmente desprestigiados– promotores de ese despropósito, entonces no cabe duda: ellos sí son como Loret, pero de ninguna manera “todos”.