La economía global está recreando con nuevas modalidades lo que puede llamarse como el “momento 2008”, es decir, una serie de condiciones que exhiben las tensiones productivas, financieras y sociales de una crisis que no se superó en la última década.
Es claro que hoy las condiciones prevalecientes están marcadas por los efectos económicos y sociales de la pandemia de covid-19.
Hay diversas señales de esta situación, algunas de ellas son aparentes, otras se encuentran de una u otra manera encubiertas.
La inflación se manifiesta ahora de manera palmaria, con niveles muy elevados que no se veían por mucho tiempo.
En Estados Unidos el registro de la inflación anual en enero este año fue 7.5 por ciento, la medida más alta desde febrero de 1982. Los precios de los alimentos subieron 7 por ciento, los productos energéticos 27 por ciento. Si se eliminan estos rubros que tienden a ser más volátiles dentro del conjunto que mide la inflación, el índice de los precios creció 6 por ciento, el más alto desde agosto de 1982.
En México, la inflación en diciembre 2021 fue 7.37 por ciento. Luego de las muy elevadas tasas de inflación de 27.7 por ciento en 1996 y 18.6 en 1998, los dos picos anteriores se registraron en diciembre de 2017 con 6.77 y en el mismo mes de 2008 con 6.53 por ciento.
En los dos últimos meses el alza de los precios ha cedido marginalmente hasta 7.07 por ciento. En términos anuales, en enero se advierte que los precios agropecuarios crecieron 15.32 por ciento y los de energéticos y tarifas autorizadas por el gobierno 5.56 por ciento. En este último caso hay que considerar el efecto de contención por medio de los subsidios, los que representa un costo fiscal.
En Estados Unidos se argumenta que buena parte de las condiciones económicas que prevalecen en esa economía y la manera en que están evolucionando se relacionan estrechamente con los efectos de la pandemia. Esto se refiere a las disrupciones que ha habido en el plano de la producción y del consumo, a lo que se ha sumado el efecto de las obstrucciones que se han generado en materia de distribución y las cadenas de abastecimiento. Éstas aún persisten y podrían extenderse todavía por más tiempo. Hay que añadir en este caso la fuerte expansión del gasto público aplicada por la administración Biden.
Los economistas mantienen desde siempre una complicada relación cognitiva, teórica y empíricamente, con la inflación. Este tema es un eje clave en la historia de la disciplina.
Por supuesto que el asunto es la materia básica de las tareas de los bancos centrales, lo que pone a la inflación en un lugar clave de la política económica; de la relación entre los fenómenos monetarios y fiscales. La cuestión abarca naturalmente a las repercusiones del proceso de formación de los precios y su dinámica sobre el crecimiento productivo, del empleo y la distribución del ingreso.
En el caso de Estados Unidos hay quienes sostienen que estos efectos son transitorios y que, una vez que se asienten, habrá condiciones para una vigorosa recuperación del producto y el empleo. Por eso se argumenta que la Reserva Federal no debería subir demasiado las tasas de interés para contener el alza de los precios y afectar así adversamente la dinámica del gasto en inversión y consumo. Esta postura es propuesta, por ejemplo, por Joseph Stiglitz.
En la misma dirección plantea Paul Krugman que la actual inflación no representa una crisis, a pesar de estar en su nivel más alto de los últimos 40 años, y que la FED no debe aplicar una política de choque para frenarla. Esto significa que el alza de las tasas de interés es necesaria, pero que ha de ser comedida.
Se trata entonces de empezar a subir las tasas de modo consistente hasta que se aclare si las presiones sobre los precios tienden a reducirse. En todo caso, el debate gira en torno al ritmo al que deben crecer las tasas hasta conseguir una tendencia de estabilización.
Un proceso de alta inflación como el que se observa ahora con el conjunto de consecuencias materiales que tiene, es siempre una oportunidad para exacerbar el conflicto político en una sociedad. La situación actual es una de esas ocasiones.
En México la elevada inflación ocurre en condiciones muy distintas a las de Estados Unidos debido, sobre todo, a que aquí persiste un severo estancamiento productivo y sin que se vislumbre un cambio sustantivo y duradero en esta condición.
El Banco de México aumentó la tasa de interés interbancaria, que sirve de referencia para las tasas en el mercado, en medio punto porcentual hasta 6 por ciento. Esto va en la dirección apuntada antes para contener el alza de los precios. Su efecto, como se ha dicho es adverso en cuanto al gasto agregado y su efecto sigue siendo contractivo. La inflación tiene un alto costo.
La situación general en el mundo no alienta la inversión y, en cambio, ha promovido las actividades especulativas. Los bienes raíces, sobre todo en Estados Unidos están en niveles muy altos de nuevo, la bolsa de valores fluctúa de modo notorio, la inflación castiga a los ingresos fijos, los inversionistas pelean por rendimientos y todo eso alienta la inestabilidad. La posibilidad de una guerra en Europa afecta aún más el estado adverso de las expectativas.