Corrían los años 40 y la Ciudad de México hablaba de los prodigios de un joven torero en quien resucitaba el Quijote de la Mancha de don Miguel Cervantes Saavedra: Manuel Rodríguez, Manolete.
La historia de la magia no puede estar desatendida de las relaciones entre los taurinos y los políticos (la Guerra Civil española recién terminada). El autor de este escrito tenia 12 años cuando arribó a México el torero nacido en Córdoba, España, heredero de los califas.
Manolete llegó a México en este panorama. El mismo aire parecía lleno de muerte, ambiente que se extendía por la ciudad, que abarcaba igual las zonas más cultas y las más atrasadas y que acompañaba meditabunda a esos hidalgos, parecía que habían visto algo más de lo que puede verse con los ojos del cuerpo.
Ese era el toreo que recuerdo de Manolete. La sensación de tránsito de la vida, de lo fugitivo de las horas de todo lo de esta tierra es vanidad y la suprema lección nos la da la muerte. La que aflora en los hidalgos vestidos de negro, es la vieja España, ascética por algún lado y por otro carnavalera, es decir, socarrona y picaresca. Figura aligera, de carne irreal que no parecía pisar el ruedo.
Manolete, enjuto, carnes que tenían algo de ballesta de arco en tensión a punto de dispararse –su pase natural sin el primer tiempo esperando al toro con el aguante quijotesco, sin mover las zapatillas, no una tarde, todas ¡Es la etapa quijotesca, dispuesta a crear un nuevo toreo en México basado en el aguante!
Manolete no fue la perfección de las formas. Su arte estaba por encima de lo bello y lo feo. Quería expresar un mundo alucinante, tan seguro de su arte.
En la Plaza México se concluyó en función del éxito del torero cordobés. Él dejó un torvo prestigio atemporal en el agujero llamado Plaza México. Los fantasmas se apoderaron del coso y juegan al toro en ruedo movedizo a la clásica manera; corren, cantan envueltos en trajes de luces cascabeleros. 75 años después en este aniversario en el espectro de una fiesta que fue lazo de unión de generaciones que hoy rebota pesadamente en el diminuto redondel.
Manolete existe en las llamadas manoletinas que realizan la mayoría de los toreros al final de las faenas.