Aurelio escucha atento las indicaciones que la licenciada Bonilla le da por teléfono, con frecuencia asiente y sonríe hasta que al fin llega el momento de que intervenga en la conversación:
–No sabe cuánto le agradezco su llamada. Estaba preocupado, pensando que a lo mejor había surgido algún problema con la hipoteca, pero con lo que me dijo ya me siento tranquilo, licenciada. Desde luego que por allá estaremos el lunes; por cierto, ¿no importa que sea 14? Es el día de San Valentín. Ah, no, para nosotros está perfecto, de verdad; lo que sucede es que pensé que a lo mejor ustedes no iban a trabajar. Y, si me permite, quisiera preguntarle otra cosa: ¿cuándo cree que podamos cambiarnos al departamento? ¿Ah, sí? Le juro que es la mejor noticia que he recibido en no sé cuánto tiempo. Mil gracias de nuevo y hasta pronto.
Terminada la comunicación, Aurelio se dispone a llamar a su esposa, pero enseguida desiste: cuando vayan a la oficina de la licenciada Bonilla a firmar los documentos le dará a Fabiola la buena noticia como regalo por el Día del Amor y la Amistad. Imagina el momento, la expresión radiante de su mujer cuando se entere de que pueden cambiarse al departamento apenas contraten la mudanza. Renace su impulso de llamarla y comunicarle lo que será motivo de alegría, pero comprende que si lo hace no va a tener ningún otro regalo mejor para ella. Y sus hijos, ¿cómo tomarán la noticia? De seguro muy bien, aunque lamentarán alejarse de sus amigos y del rumbo donde han vivido desde que nacieron.
II
Aurelio sale por la puerta del estacionamiento para evitar a sus compañeros de trabajo, reunidos en la entrada principal de la destiladora. Necesita caminar, darse tiempo para digerir el cambio de vida que le espera en cuanto lleguen al nuevo departamento, pero ya no en calidad de inquilinos, sino como dueños –due-ños– musita, aunque para recibir las escrituras tengan que esperar hasta mayo de 2047.
Para cuando lleguen a esa fecha habrán transcurrido 25 años de privaciones y reducción drástica de gastos, único recurso para no atrasarse en el pago de las mensualidades. Aurelio piensa que sería bueno dejarles bien clara la situación a sus hijos. Ya están grandes y deben comprender que, a partir de ahora, se acabaron las vacaciones, los conciertos en el Auditorio y en el Foro Alicia, las idas al cine y a comer.
Aunque se molesten, será necesario decirle a Rodrigo que se olvide de la Vespa que pidió para su cumpleaños y a Amelia de sustituir su celular por otro más potente. Desde luego no serán ellos los únicos sacrificados: Fabiola estuvo de acuerdo en despedir a la señora que le ayuda tres veces por semana con los quehaceres de la casa mientras ella sale a trabajar. En cuanto a él, hoy mismo llamará a su compadre para decirle que no va a comprarle el coche que le vendía a muy buen precio: seguirá tomando el Metro, una combi y el Metrobús para ir y volver a su trabajo La simple idea de esa rutina lo fatiga.
Todos los sacrificios valdrán la pena porque, gracias a eso, a partir de mayo de 2047 serán dueños absolutos de un departamento con vista a la calle, tres recámaras, sala-comedor, cocina, baño, lavadero en la azotea y jaula para tender la ropa. Su único defecto es que se encuentra en un tercer piso y en el edificio no hay elevador. Ahorita no importa, aún es joven, pero después se le hará difícil subir y, cuando se le vaya el aliento, necesitará tomarse un descansito entre un tramo y otro de la escalera antes de llegar al departamento 307.
III
Aurelio no logra imaginarse cómo será cuando cumpla 68 años. Para entonces Fabiola estará a punto de alcanzar los 70, Rodrigo 44 y Amelia 42. Lo más probable es que desde mucho antes hayan formado sus propias familias y sean padres de niños que van a llamarlo “abue” –como él llamaba al suyo– y no ocultarán su aburrimiento cuando lo escuchen contarles, por milésima vez, los sacrificios y las peripecias que él y “su abue” Fabiola tuvieron que hacer para comprar el departamento.
Antes de decidirse a contraer el compromiso, que hipoteca los mejores años de su vida, tuvo muchas dudas y temores. Fabiola los venció haciéndole ver que al hacerse de un departamento no sólo le estaba dando seguridad a su familia, sino que también hacía una muy buena inversión ya que, con el tiempo, las casas llegan a valer mucho más, y la prueba era la plusvalía. Ante semejante palabra, Aurelio quedó convencido de que lo mejor que podía hacer en su vida era comprar el 307, con lo que además de convertirse en dueño iba a subir a nivel de inversionista.
IV
Aurelio entra en el café de chinos para comprar los bisquets que a Fabiola le encantan: quiere halagarla y darle gusto antes de que comiencen los 25 años de privaciones que tienen por delante. Podrían ser menos si él lograra conseguir otro trabajo por las tardes y, con el sueldo extra, cubrir las letras de dos en dos. De ese modo serían dueños del 307 mucho antes de lo previsto. ¿Por qué no? Mucha gente lo hace.
El olor a pan recién salido del horno despierta su apetito y toma asiento ante la única mesa vacía. Enseguida se acerca una empleada sonriente que le pregunta cuál va a ser su orden.
“Seis bisquets para llevar y, para tomar aquí, un café con leche y agua; pero no me traiga una botella, sólo un vaso.”
Esa mínima restricción es la primera de las muchas que tendrá que imponerse de aquí a 2047. Para entonces, tal vez tenga el vientre abultado, use lentes, sea calvo, no tome café a partir de las 4 de la tarde y mire a las muchachas de reojo para burlar la implacable vigilancia de Fabiola.