Sin duda el régimen presidencialista de partido único tuvo una larga etapa vigorosa, por lo menos de 1940 a 1964 en que hubo paz y crecimiento económico; pero, como todo en esta vida, entró en decadencia. Lo mismo le pasó al Porfiriato, que no supo aceptar su debilitamiento, se endureció y provocó una revolución. La decadencia es una pérdida paulatina de energía y de recursos. En un sistema político, cuando es percibida por líderes inteligentes y visionarios se produce una respuesta creativa y viene un cambio pacífico de régimen, pero entre nosotros, el líder máximo, el presidente y su equipo, no pudieron cambiar de rumbo.
Todos estamos de acuerdo en que en 1968 hubo signos de decadencia. El más notorio fue la represión salvaje contra varios movimientos pacíficos y legales que se confundieron con intentos de subvertir al régimen. Díaz Ordaz (1964-1970) dio una respuesta paranoica creyendo que los jóvenes trataban de establecer un régimen socialista, sin ninguna prueba.
En el siguiente periodo presidencial, Luis Echeverría (1970-1976) intentó convencer que se proponía una apertura democrática, pero era una falsificación. Lo que pretendía era fortalecer su poder personal y hacer efectivas sus fantasías de ser no sólo un gran líder nacional sino internacional.
López Portillo (1976-1982) pareció abrir una gran oportunidad de cambio profundo, gracias a una reforma propuesta por el brillante consejero político Jesús Reyes Heroles, pero la iniciativa terminó generando una partidocracia al multiplicar la posibilidad de las curules de minoría para la oposición. Además, dio 20 años de predominio al PRI y de decadencia.
Miguel de la Madrid (1982-1988) tuvo que lidiar con un caos financiero y en un primer momento pareció entender y tolerar un cambio. Autorizó reconocer al PAN en el norte, pero luego se horrorizó y ordenó un fraude en Chihuahua, el de 1986. Un gran escándalo nacional e internacional y una cercanía insólita entre la izquierda y la derecha, pero el poder del Estado y el control de los medios lograron aplastar un despertar de conciencia. No le quedó más remedio que adoptar la misma política económica que la del Porfiriato. El desgaste continuó y se produjo una crisis financiera que evidenciaba la decrepitud.
Siguió Carlos Salinas (1988-1994) que prometió un gran cambio democrático, una modernización, pero terminó peor. Continuaremos en la próxima entrega.