Nueva York. Por primera vez se logró sindicalizar una tienda de Starbucks, y continúa la pugna para realizar lo mismo en un almacén de Amazon, mientras enfermeras, mineros, maestros, trabajadores académicos y de medios, choferes, así como trabajadores “esenciales”, sobre todo inmigrantes, han realizado huelgas y otras acciones que parecen indicar un renacimiento del movimiento laboral en Estados Unidos en una coyuntura económica que resalta la mayor desigualdad económica en un siglo.
Decenas de miles de trabajadores participaron en huelgas y acciones de protesta en meses recientes, con los medios describiendo una nueva ola laboral. Entre mediados de 2021 y principios de 2022, 10 mil trabajadores de John Deere estallaron una huelga, 60 mil trabajadores de producción de cine amenazaron con un paro y 50 mil aprobaron suspender labores en una cadena de hospitales. Además de otrso movimientos en Nabisco y Kellogg’s.
Sin embargo, no es algo tan nuevo, ni empezó, como algunos afirman, con la llegada del gobierno de Joe Biden. De hecho, en 2018 –en la presidencia de Donald Trump– más de 485 mil trabajadores realizaron 20 grandes huelgas (más de mil trabajadores en cada una) y otros 65 mil participaron en 123 en plantas pequeñas, una cifra mucho más que alta que el total de 76 mil trabajadores en 39 disputas durante 2021, reportó The Nation.
Aun con estas movilizaciones y aunque Biden llegó declarando su compromiso con los trabajadores y los derechos sindicales, la ofensiva empresarial y las políticas laborales y económicas impulsadas bajo el consenso neoliberal bipartidista de los últimos 40 años –el cual incluye los tratados de libre comercio– el movimiento sindical continuó en deterioro con una tasa de sindicalización de sólo 6.1 por ciento en el sector privado en 2021, el nivel más bajo desde 1900. La tasa es de 10.3 por ciento si se incluye el sector público, a la mitad de hace 30 años y dos tercios menos que en los 50 cuando fue de 35 por ciento.
Con la reducción del poder colectivo de los trabajadores y la anulación de sus derechos, se registró el nivel más alto de desigualdad económica en un siglo. La remuneración de los ejecutivos se ha incrementado mil 322 por ciento desde 1978, mientras el ingreso de un trabajador típico aumentó sólo 18 por ciento en el mismo periodo, calcula el Economic Policy Institute.
La riqueza de 745 multimillonarios estadunidenses, 5 billones, es dos tercios más que la riqueza total de 50 por ciento de los hogares del país, según el Proyecto sobre Desigualdad del Institute for Policy Studies.
Justo en el momento de mayor debilidad del movimiento laboral, y ante la concentración de poder económico y político del llamado uno por ciento más rico, están presentándose viejas y nuevas formas de acción en las filas de los trabajadores. Entre las sorpresas recientes en el movimiento laboral, que fue noticia nacional, trabajadores de Starbucks lograron sindicalizar la primera tienda de su cadena de 8 mil cafés (la más grande del mundo) en Buffalo, Nueva York, en diciembre de 2021; poco después una segunda tienda en esa misma ciudad hizo lo mismo. Desde entonces, unas 70 tiendas de Starbucks en 20 estados han solicitado procesos de elección para sindicalizarse.
En Memphis, Starbucks acaba de despedir a siete líderes de otro esfuerzo sindical en uno de sus locales. “Si Starbucks cree que nos podrán silenciar, están equivocados. Nuestro movimiento apenas se está fortaleciendo ganaremos nuestro sindicato y nuestros derechos humanos y civiles de organizarnos. Despierten y huelan el poder”, afirmó Starbucks Workers United, el gremio que ganó en Buffalo y que ahora está apoyando iniciativas sindicales en otras tiendas alrededor del país. Su símbolo es una versión del famoso logotipo de la empresa de una sirena, pero con el puño en alto.
En Amazon, cuyo dueño es el hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, trabajadores de un enorme centro de distribución en Bessemer, Alabama, y el sindicato nacional RWDSU han librado una larga lucha para sindicalizar por primera vez una planta de esta trasnacional.
Después de una campaña masiva con el apoyo de otros sindicatos de éste y otros países, organizaciones del movimiento de Black Lives Matter, figuras progresistas nacionales como el senador Bernie Sanders, músicos y actores y hasta el propio presidente Joe Biden, el voto para aprobar un sindicato fracasó en una aparente derrota. A fines de noviembre del año pasado la Junta Nacional de Relaciones Laborales anuló la primera elección por la intromisión ilegal de la empresa en el proceso y ordenó una segunda votación, la cual ya arrancó y culminará el 28 de marzo cuando se iniciará el conteo.
Hay luchas sindicales tradicionales, como la huelga de más de mil mineros de carbón en Alabama, que ya cumple su undécimo mes y paros que culminaron en triunfos como el de más de dos meses de trabajadores de la Kellogg’s en diciembre, entre diversas acciones de sindicatos de varias ramas, entre ellos de los gremios nacionales progresistas de enfermeras, maestros y sobrecargos y hasta de trabajadores académicos en la Universidad de California y Columbia (https://striketracker.ilr.cornell.edu).
Hay también otras expresiones de organización más allá de los sindicatos tradicionales (aunque a veces con su apoyo) como la extraordinaria Coalición de Trabajadores de Immokalee (CIW), la cual continúa trasformando las condiciones laborales de inmigrantes en los campos de cultivo en el sureste del país, frenando por primera vez el hostigamiento de las jornaleras y liberado a miles de condiciones de esclavitud, impulsando campañas para elevar el salario mínimo de los trabajadores de comida rápida, redes nacionales como las trabajadoras domésticas (National Domestic Workers Alliance) y la de jornaleros urbanos (National Day Laborer Organizing Network) junto con nuevas expresiones de organización de miles de trabajadores de mensajería y entrega de alimentos como Los Deliveristas Unidos, en Nueva York, y de taxistas y choferes de Uber, así como la expansión de cooperativas en el país.
Muchas de las luchas laborales giran en torno no sólo a salarios, sino de condiciones de sobreexplotación en largas jornadas obligatorias, falta de protección ante patrones y robo de sueldos (por miles de millones de dólares), entre otras. Los inmigrantes, sobre todo los indocumentados, son los más indefensos ante estos abusos.
Muchos de los organizadores han comentado a La Jornada que lo que enfrentan no es sólo empresas dispuestas a gastar millones para combatir la sindicalización, sino que bajo las leyes actuales no existe en la práctica ninguna protección del derecho a organizar un sindicato en Estados Unidos. Ante esta situación, se siguen detonando acciones laborales en lo que algunos esperan podría ser un renacimiento del movimiento social más grande del país.